Un maestro llevó a su alumno a un parque al pie de una montaña. En el parque había un intrincado laberinto de altos muros.
El laberinto no tenía techo, por lo que los rayos del sol iluminaban el camino. El profesor guio al alumno y le dijo que encontrara la salida.
El alumno deambuló por el laberinto todo el día sin conseguir encontrar la salida. Cada vez que lo intentaba, se encontraba en un callejón sin salida.
Desesperado por no encontrar la salida, se tumbó en el suelo y se quedó dormido.
En un momento dado, sintió que alguien le tocaba el hombro para despertarle. Delante de él estaba su profesor.
-Sígueme", le dijo el profesor.
Se levantó y empezó a seguirle, avergonzado por no haber sido capaz de completar su tarea. Cuando salieron del laberinto, el maestro no se detuvo, sino que siguió subiendo la montaña. Cuando llegó a la cima, el maestro le dijo:
-¡Mira hacia abajo!
Desde su punto de vista actual, el laberinto parecía lo bastante pequeño como para caber en una mano.
El maestro preguntó a su alumno.
-Mirando hacia abajo, ¿puedes ver el camino que lleva a la salida del laberinto?
- Ahora no parece tan difícil -respondió el alumno-. - Sólo necesito mirarlo más de cerca.
-Encuéntralo y recuérdalo -dijo el profesor.
Al cabo de un rato, el alumno volvió a bajar y el estudiante regresó y recorrió el laberinto con confianza. Ni una sola vez se perdió.
-La lección que has aprendido hoy se refiere a uno de los mayores secretos del arte de vivir -dijo el maestro, encontrándose con su alumno a la salida-.
- Cuanto más te distancias de la situación, cuanto más te alejas, más grande es la superficie que ves y más fácil es ver siempre la solución.
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