Hubo un tiempo en el que la máxima era “vive y deja vivir”. En aquellos tiempos – que hoy parecen muy remotos – cada quien debería ocuparse de sus asuntos.
Ejercer de juez de los demás no estaba muy bien visto. Cada uno tenía su vida y la vivía a su manera.
En algún momento – sospecho que coincidió con la popularización de las redes sociales – cada vez más personas comenzaron a asignarse el derecho a opinar sobre los demás.
El monstruo fue creciendo. En un segundo momento, esas opiniones pasaron al nivel de crítica y en la actualidad se han convertido en auténticas lapidaciones sociales que pasarán a formar parte de los anales de la cultura de la cancelación.
Sin embargo, lo cierto es que muchas de esas campañas acusatorias no esconden un auténtico deseo de mejoría social –a pesar de que así lo proclamen– sino que suelen sentar sus raíces en un fenómeno psicológico mucho más complejo que se denomina socialización de la culpa.
La socialización de la culpa o el arte de rehuir las responsabilidades
La socialización de la culpa se produce cuando proyectamos nuestro sentimiento de culpabilidad en los demás. Nuestras raíces judeo-cristianas sitúan el bien y el mal dentro de cada persona, al margen de sus circunstancias. Sin embargo, como la inclinación al mal lleva consigo la semilla de la culpa, un sentimiento que nos resulta insoportable, intentamos proyectarlo fuera de nosotros.
A nivel individual, esa proyección de la culpa tiene un carácter casi incontrolable, apenas consciente y poco racional. Sin embargo, un nivel social suele utilizarse como un arma arrojadiza de manera consciente para esconder los propios “pecados”. Así terminamos apuntando el dedo acusador sobre los demás.
Hacemos ruido. Cuanto más, mejor. Llenamos la sociedad – y las redes sociales – de una rumia de agravios y sobrecargadas de emotividad con una lógica enclenque que tienen como único objetivo proyectar la culpa sobre el prójimo o las circunstancias, lo que sea más conveniente con tal de rechazar la propia responsabilidad.
De hecho, la culpa se socializa cuando no se produce el reconocimiento de los propios errores. Cuando no se tiene la suficiente sabiduría o entereza se intenta señalar a los demás para evitar que los ojos se posen en ellos mismos. Así terminan convirtiendo a otros grupos o personas en chivos expiatorios mientras aprovechan la ceguera social para asumir el papel de jueces implacables.
Señalar a los demás, una cortina de humo para esconder las propias sombras
El escritor francés Jules Renard dijo que «nuestra crítica consiste en reprochar a los demás el no tener las cualidades que nosotros creemos tener». No andaba desacertado. Quienes señalan a los demás –a veces incluso con nombre y apellidos o tras un hashtag viral– suelen verso como una especie de “policía de la moral”. Se resolverá en jueces dispuestos a velar por el “bien común” y juzgará severamente a los otros, apresurándose en imponer sus normas para desviar la atención de sus sombras y errores. Son capaces de ver la paja en el ojo ajeno, pero hacen caso omiso de la viga en el ojo propio.
En la actualidad, la táctica de señalar a los demás se suele utilizar para justificar ciertas políticas. Encubrir ciertas medidas de pata. Dar por válidas ciertas opiniones… De esta manera, mientras parte de la sociedad enfervorecida se mantiene ocupada lapidando al chivo expiatorio de turno, quienes han comenzado la cacería de brujas tienen el camino libre.
Obviamente, señaló a los demás no nos convierte en mejores personas, mucho menos cuando lo hacemos desde la prepotencia y la arrogancia, asumiendo que nuestros valores y forma de ver el mundo son los únicos posibles.
Así, sin darnos cuenta, las cosas van cambiando a nuestro alrededor. Participamos en lapidaciones sociales en las que es difícil saber quién ha lanzado la piedra «mortal». Han sido todos y no ha sido ninguno. Algunas de esas piedras – en forma de frases sarcásticas o memes «ingeniosos» – impactan y hacen daño. Otros pasan de largo.
Entre tantos disparos, el reparto de la culpa es tan extenso que acaba por disolverse y casi siempre conduce a la absolución de los causantes y sostenedores. Mientras todo eso sucede, nos empobrecemos como sociedad reencarnando a las hordas de «gente de bien» que antes quemaban a las brujas en la hoguera, y ahora lapidan a quienes no piensan como ellos en las redes sociales.
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Fuente: Eisenberg, N. et. Alabama. (2000) Emoción, regulación y desarrollo moral. Annu Rev Psychol; 51: 665-697.