A veces la vida se nos pone oscura, quizás por un largo proceso o bien de forma repentina, simplemente el sol deja de brillar y se esconde de nosotros tras una copiosa capa de nubes.
Y así vamos transitando entre altos y bajos, procurando que los bajos pasen pronto y extender los altos.
Estar en los bajos, por más claro que tengamos nuestro propósito y las reglas del juego llamado vida, nunca resulta agradable.
Sin embargo, una de las cosas que debemos agradecer profundamente en medio de esas rachas grises, son esas personas que son unos soles, que visualizamos a lo lejos acercándose para alumbrarnos la vida.
No tienen roles definidos, algunas solo se colocan cerca sin hacer mucho más siendo luz, apartando la oscuridad, acompañándonos por donde decidamos transitar, otras guían nuestros pasos hacia la salida más próxima, otros se quedan en el otro extremo y nos invitan a llegar allí.
De cualquier manera, no importa cómo lo hagan, lo que marca la diferencia es que son personas dispuestas a estar allí, incluso cuando todos los demás decidieron alejarse. A esas personas las podemos llamar fácilmente soles. Su luz nos contagia, su calor nos ofrece seguridad y refugio en situaciones de incertidumbre, su disposición nos habla de que no estamos solos, de que contamos con personas que nos quieren y están dispuestos a compartir su luz con nosotros.
Es mucho más sencillo estar junto a alguien cuando esa persona está bien, estable, feliz, cómoda, pero un filtro para las personas que nos rodean son las enfermedades, las crisis económicas, los corazones rotos, la vejez, etc… Allí quienes permanecen o bien se acercan son aquellos a los que realmente le importamos.
Aunque no podemos olvidar un selecto grupo de personas que se siente mejor acompañando en la tragedia, que se acercan mucho más cuando hay alguna situación de crisis o problemas, pero los distinguimos con facilidad, porque el ambiente no se ilumina, más bien se vuelve más sombrío, frío y deprimente. A estas personas, es conveniente mantenerlas cerca, porque hacen lo posible consciente e inconscientemente por extender los bajos de la vida.
Aprendamos a distinguir y a valorar a esos soles, quienes tienen las mejores intenciones, a quienes de verdad se toman un fragmento de sus vidas para procurar nuestro bienestar. Puede ser más sencillo ir por la vida con una buena cuota de indolencia e indiferencia ante las situaciones ajenas, pero dichoso aquel que puede aportar algo positivo a la vida de los demás, porque a fin de cuentas, no solo está ayudando a otro, sino que está aportando a su propio crecimiento, sin premeditarlo está invirtiendo en sí mismo.
El ser soles en las vidas de los demás ofrece satisfacciones increíbles. El estar presentes de cualquier manera en la vida de otros cuando atraviesan un momento de crisis, permite valorar la vida propia, agradecer por lo que se tiene y porque de alguna manera se está en la posición de dar, en lugar de necesitar.
Brindemos hoy por cada uno de esos soles que independientemente de sus realidades, se convierten en luz para quien la necesite y nos hacen ofrecerle a un mal momento un rostro cargado de agradecimiento, porque podremos sentirnos mal, pero no estamos solos.
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Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet