Muchas de las que somos madres podremos decir, sin que nos quede duda, que este es uno de los roles más importantes, si no el más, que hemos tenido que asumir. Son tantos detalles, tantas creencias, opiniones, tantos errores que cometemos a lo largo de la maternidad, que no nos alcanzaría el tiempo para listar tanta información.
El ser madres representa para un gran porcentaje un placer que con facilidad se convierte en una carga por la manera en la cual es llevado. Si nos proponemos ser unas madres perfectas, no solo viviremos frustradas, porque sencillamente no es posible, sino que nos perderemos de lo hermoso de la maternidad y nos distanciaremos cada vez más de nuestra felicidad.
Las madres, además de ser mamás, somos mujeres, amigas, hermanas, esposas, primas, artistas, trabajadoras o cualquier otro rol que a cada una de nosotras nos caracterice y el hecho de ser madres, no debe significar que vamos a dejar de lado las otras cosas que llenan nuestras vidas.
El ser madres representa para un gran porcentaje un placer que con facilidad se convierte en una carga por la manera en la cual es llevado. Si nos proponemos ser unas madres perfectas, no solo viviremos frustradas, porque sencillamente no es posible, sino que nos perderemos de lo hermoso de la maternidad y nos distanciaremos cada vez más de nuestra felicidad.
Las madres, además de ser mamás, somos mujeres, amigas, hermanas, esposas, primas, artistas, trabajadoras o cualquier otro rol que a cada una de nosotras nos caracterice y el hecho de ser madres, no debe significar que vamos a dejar de lado las otras cosas que llenan nuestras vidas.
A veces por elección, nos sobrecargamos de responsabilidades, nos exigimos al máximo y puede ser que los resultados no sean tal y como los deseamos. Buscando la perfección matamos la naturalidad, la espontaneidad, la posibilidad de crecer con nuestros errores.
No hay un deber ser para ejecutar el rol de madres o padres, son creencias que parten de cada quien, que medianamente pueden estar respaldadas por una colectividad. A veces lo que hoy se considera una buena práctica, el día de mañana tiene muchos argumentos en contra y todo cambia, las tendencias, las costumbres, pero lo que no debería cambiar son los fines.
El fin de toda madre debería ser ayudar a formar a sus hijos en un marco de amor y respeto y muy preferiblemente contribuir a la felicidad de esos pequeños, con el plus de mostrarles una manera de ver la vida, en la cual hacer conexión con esa felicidad sea lo normal.
Para lograr ese fin, la madre debe estar bien, debe sentirse cómoda en su rol de madre, debe confiar en sí misma y en su instinto. Debe establecer esa conexión única con su hijo que va más allá de las palabras, que representa el amor en su forma más pura e incondicional.
Ningún niño necesita una madre perfecta, los hijos, al igual que la madre, van aprendiendo en el camino, por ensayo y error. El querer ser una madre perfecta, normalmente no responde a una necesidad de un hijo, sino a algo autoimpuesto o por querer demostrarle a los demás de lo que somos capaces como madres.
A la única persona a la que debemos impresionar con nuestra conducta, es a nuestro hijo, que se deslumbre con una madre que cuida de sí misma, que dedica tiempo a hacer lo que ama, que hace lo mejor cada día para ser una mejor versión de sí misma, que es feliz siendo su mamá y que lo ama con todo su corazón.
No hay un deber ser para ejecutar el rol de madres o padres, son creencias que parten de cada quien, que medianamente pueden estar respaldadas por una colectividad. A veces lo que hoy se considera una buena práctica, el día de mañana tiene muchos argumentos en contra y todo cambia, las tendencias, las costumbres, pero lo que no debería cambiar son los fines.
El fin de toda madre debería ser ayudar a formar a sus hijos en un marco de amor y respeto y muy preferiblemente contribuir a la felicidad de esos pequeños, con el plus de mostrarles una manera de ver la vida, en la cual hacer conexión con esa felicidad sea lo normal.
Para lograr ese fin, la madre debe estar bien, debe sentirse cómoda en su rol de madre, debe confiar en sí misma y en su instinto. Debe establecer esa conexión única con su hijo que va más allá de las palabras, que representa el amor en su forma más pura e incondicional.
Ningún niño necesita una madre perfecta, los hijos, al igual que la madre, van aprendiendo en el camino, por ensayo y error. El querer ser una madre perfecta, normalmente no responde a una necesidad de un hijo, sino a algo autoimpuesto o por querer demostrarle a los demás de lo que somos capaces como madres.
A la única persona a la que debemos impresionar con nuestra conducta, es a nuestro hijo, que se deslumbre con una madre que cuida de sí misma, que dedica tiempo a hacer lo que ama, que hace lo mejor cada día para ser una mejor versión de sí misma, que es feliz siendo su mamá y que lo ama con todo su corazón.
Alimenta ese nexo único con esa personita especial, sin que ello genere en ti, ningún tipo de presión o pensamiento de que debes ser perfecta… Los mejores resultados los obtendrás llenando de amor cada momento que puedas, en lugar de exigencias. Disfruta ser madre, de ser mujer, de ser feliz…. Y tu hijo/a disfrutará de ti.
COMPARTE lo positivo {+}en tu red social favorita
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet
Por: Sara Espejo – Rincón del Tibet