“La vida da mil vueltas. Hace un año me separé de mi esposa, la dejé para estar con otra que era más bonita.”
Mi ex esposa era gorda, estaba flácida, tenía la piel llena de celulitis y estrías, rollitos y barriga, no se cuidaba ni peinaba, no usaba maquillaje – ni siquiera un poco de lápiz labial – siempre andaba de vestidos largos y sin forma.
Uñas sin arreglar, rara vez se depilaba, no usaba sostén y tenía los pechos caídos, nunca se arreglaba las cejas, en fin; yo no sentía ya más atracción hacia ella, nada de ella me llamaba la atención, solo quedaba el recuerdo de la exuberante mujer que un día conocí.
Hoy, exactamente un año después de haberla dejado me encontré con la mujer que un día fue mi esposa.
Estaba hermosa, radiante; había adelgazado y no había señal de los rollitos ni de la barriga. El pelo suelto caía sobre sus hombros, un rojo radiante destacaba sus hermosos labios carnosos y lucía un vestido que destacaba su cintura, parecía haberse hecho exclusivamente para ella. No parecía el cuerpo de una madre de tres hermosos niños, mis niños.
Ahora estoy aquí sólo, recordando que esos kilos de más fueron a causa del embarazo de nuestro último hijo. La barriga flácida era porque se estaba recuperando de la enorme barriga donde ella cargó por nueve meses los mejores regalos que la vida me ha dado. La celulitis era porque cambió el gimnasio para quedarse en casa cuidando de nuestros hijos, no tenía tiempo para peinarse todos los días, mucho menos depilarse, maquillarse o sacarse las cejas.
El poco tiempo del que ella disponía lo usaba para mí al grado de olvidarse de sí misma. Solía ponerse en segundo, tercer o cuarto plano. Cambió vestidos por pañales, tenía los pechos caídos pero estaba orgullosa de haber amamantado a sus hijos hasta por dos años, no usaba sostén porque le era más fácil alimentarlos de esa manera. Y aun así, luego de toda la estampida de cocinar, planchar y limpiar, ella sonreía y se veía feliz con su familia, para ella no había nada más perfecto.
Hoy les cuento esto, yo que sé que es tener una mujer de verdad en casa, yo que la dejé ir. Lo arruiné todo, perdí a esa mujer; tontamente cambié la belleza real por una belleza de fachada, pero aprendí la lección, me faltó comprensión y agradecimiento, saber reconocer el valor que tiene ser ama de casa.
Ahora ella está con el más pequeño de mis hijos, Benjamín, de apenas un añito; las otras dos ya son más grandes y no le consumen tanto tiempo; ahora puede cuidarse y se dio cuenta que no necesita de ningún pendejo para estar bien y sentirse especial, ahora sabe su valor. Si yo no supe y pude hacerme cargo, otro lo hará.
Valora compañero, porque una mujer de verdad no siempre tiene medidas perfectas, pero siempre tiene carácter.
Uñas sin arreglar, rara vez se depilaba, no usaba sostén y tenía los pechos caídos, nunca se arreglaba las cejas, en fin; yo no sentía ya más atracción hacia ella, nada de ella me llamaba la atención, solo quedaba el recuerdo de la exuberante mujer que un día conocí.
Hoy, exactamente un año después de haberla dejado me encontré con la mujer que un día fue mi esposa.
Estaba hermosa, radiante; había adelgazado y no había señal de los rollitos ni de la barriga. El pelo suelto caía sobre sus hombros, un rojo radiante destacaba sus hermosos labios carnosos y lucía un vestido que destacaba su cintura, parecía haberse hecho exclusivamente para ella. No parecía el cuerpo de una madre de tres hermosos niños, mis niños.
Ahora estoy aquí sólo, recordando que esos kilos de más fueron a causa del embarazo de nuestro último hijo. La barriga flácida era porque se estaba recuperando de la enorme barriga donde ella cargó por nueve meses los mejores regalos que la vida me ha dado. La celulitis era porque cambió el gimnasio para quedarse en casa cuidando de nuestros hijos, no tenía tiempo para peinarse todos los días, mucho menos depilarse, maquillarse o sacarse las cejas.
Hoy les cuento esto, yo que sé que es tener una mujer de verdad en casa, yo que la dejé ir. Lo arruiné todo, perdí a esa mujer; tontamente cambié la belleza real por una belleza de fachada, pero aprendí la lección, me faltó comprensión y agradecimiento, saber reconocer el valor que tiene ser ama de casa.
Ahora ella está con el más pequeño de mis hijos, Benjamín, de apenas un añito; las otras dos ya son más grandes y no le consumen tanto tiempo; ahora puede cuidarse y se dio cuenta que no necesita de ningún pendejo para estar bien y sentirse especial, ahora sabe su valor. Si yo no supe y pude hacerme cargo, otro lo hará.
Valora compañero, porque una mujer de verdad no siempre tiene medidas perfectas, pero siempre tiene carácter.
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Fuente: Desconozco el autor