Si estás leyendo este post sólo puede significar una cosa: ¡ERES UN PADRE/MADRE VALIENTE!. Hace unos días, por causalidad, cayó en mis manos el libro de Martha Alicia Chávez "Tu hijo, tu espejo", cuyo objetivo es contribuir a cultivar y fortalecer el amor entre padres e hijos.
¿Por qué me molesta tanto este comportamiento de mi hijo o esta situación? ¿Me avergüenza ante otros? ¿Me preocupa que piensen que no soy buena madre/padre? ¿Se parece a mí justo en lo que tanto me desagrada de mí? ¿Le tengo envidia porque él sí puede o tiene lo que yo no? ¿Estoy tratando de que él sea o haga lo que yo no pude en el pasado o no puedo ahora? ¿Quiero que él haga o cambie algo que yo no puedo cambiar?
Te invito pues, a unirte a padres y madres que, como tú, estamos dispuestos a descubrir esa "parte oculta" de la relación con nuestros hijos, a correr el riesgo de incomodarnos por un rato si esto nos lleva a vivir mejor y amarnos más. Exploremos esto juntos. ¿Te quedas?
¿Por qué me molesta tanto este comportamiento de mi hijo o esta situación? ¿Me avergüenza ante otros? ¿Me preocupa que piensen que no soy buena madre/padre? ¿Se parece a mí justo en lo que tanto me desagrada de mí? ¿Le tengo envidia porque él sí puede o tiene lo que yo no? ¿Estoy tratando de que él sea o haga lo que yo no pude en el pasado o no puedo ahora? ¿Quiero que él haga o cambie algo que yo no puedo cambiar?
Te invito pues, a unirte a padres y madres que, como tú, estamos dispuestos a descubrir esa "parte oculta" de la relación con nuestros hijos, a correr el riesgo de incomodarnos por un rato si esto nos lleva a vivir mejor y amarnos más. Exploremos esto juntos. ¿Te quedas?
En mi ciudad natal vivían una mujer y su hija que caminaban dormidas. Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre habló primero:
—¡Al fin! ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti que destrozaste mi juventud y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego la hija habló, en estos términos:
—¡Oh, mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearía que estuvieras muerta!
En aquel momento cantó el gallo y ambas mujeres despertaron. La madre dijo, amablemente:
—¿Eres tú, tesoro?
Y la hija respondió con la misma amabilidad:
—Sí, soy yo, querida mía.
Gibrán Jalil Gibrán, "Las sonámbulas", en El Loco, Editorial Orion, México, 1972, pp. 37-38.
Y la madre habló primero:
—¡Al fin! ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti que destrozaste mi juventud y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!
Luego la hija habló, en estos términos:
—¡Oh, mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia vida marchita! ¡Desearía que estuvieras muerta!
En aquel momento cantó el gallo y ambas mujeres despertaron. La madre dijo, amablemente:
—¿Eres tú, tesoro?
Y la hija respondió con la misma amabilidad:
—Sí, soy yo, querida mía.
Gibrán Jalil Gibrán, "Las sonámbulas", en El Loco, Editorial Orion, México, 1972, pp. 37-38.
Antes de seguir me gustaría puntualizar dos cosas. La primera es que si en algún momento te ves reflejado en algo de lo que vas a leer a continuación no es para que te sientas culpable. Llámame ingenua pero parto de la base de que como padre/madre lo estás haciendo lo mejor posible, de la mejor manera que conoces. ¡Recuerda que eres un ser humano!. La segunda es que es absurdo seguir escribiendo padre/madre cuando por la ley del mínimo esfuerzo podría escribir simplemente: padres.
La autora de Tu hijo tu espejo comienza hablando de que existen un montón de mecanismos de defensa (estrategias inconscientes que utilizamos en situaciones difíciles para minimizar el sufrimiento), sin embargo, concretamente se enfoca en tres de ellos: la proyección, la negación y la formación reactiva. Desde mi punto de vista estos mecanismos están ahí para algo, para defendernos. El problema no es utilizarlos, el problema es que no te des cuenta de que lo haces. Veamos en qué consisten.
La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que pertenece a uno mismo, de tal forma que aquello que percibimos en los demás es en realidad algo que nos pertenece. ¿Proyectar qué? Tus propias expectativas de la vida, tus frustraciones, tus etapas de la infancia o adolescencia donde dejaste conflictos sin resolver, tus "hubiera", tus necesidades insatisfechas y también tus áreas de luz. Tal vez al leer esto tu primera reacción sea: "Por supuesto que no, yo no hago eso con mis hijos", pero permíteme recordarte que posiblemente no eres consciente de ello.
Otro mecanismo de defensa del que es indispensable hablar es el de la negación. Ésta se refiere a la no aceptación de una realidad que resulta amenazante y difícil de reconocer. Existen problemas que empezaron como pequeñas y débiles ramitas y de tanto negarlos, de tanto no querer verlos, terminaron convirtiéndose en gigantescos árboles. Los padres hacemos esto: negar los resentimientos hacia nuestros hijos porque nos parece imperdonable tenerlos. Es normal que a veces estemos resentidos con un hijo y que esto no significa que no lo amemos o que seamos malos padres por ello. Es indispensable reconocer esos sentimientos para poder curarlos y dar paso al amor. ¿Preparad@?
–Yo no pude hacerlo, hazlo tú por mí. Con frecuencia, los padres creemos que somos demasiado viejos para intentar algo, o que no es correcto gastar tanto dinero en nosotros mismos; entonces, sin ser conscientes de que ésa es la razón, mostramos fuerte interés para que nuestros hijos hagan o aprendan ciertas cosas. No hay duda de que la presión que muchos padres ejercen sobre los hijos para que estudien o no estudien una determinada carrera está movida por un interés de bienestar y amor para ellos, pero no perdamos de vista que el éxito profesional no lo brinda la carrera, sino más bien la persona. No hay carreras de éxito, hay personas exitosas.
Cuando te encuentres a ti mismo insistiendo demasiado, presionando mucho, o muy enojado porque tu hijo no accede a hacer algo que tú quieres que haga, vuelve la mirada hacia ti mismo y revisa cuál es esa parte de tu propia historia que estás tratando de resolver a través de él. Reconcíliate con tu propia historia y deja libres a tus hijos para vivir la suya.
– Cuando ser padre agobia. Mis hijos me pesan tanto que algunos días, a escondidas, siento deseos de huir. El hecho de que la responsabilidad a ratos nos pese no significa que no deseamos cumplirla; éste es uno de esos aspectos de la vida donde dos cosas que parecen contradictorias coexisten, se tocan, se juntan y ambas son verdaderas.
– El rechazo y sus máscaras. El rechazo en sí mismo hiere tanto, quema tanto, duele tanto, que ni siquiera el dolor de reconocerlo es comparable con el dolor de seguirlo cargando. ¿Por qué un padre podría sentir rechazo por un hijo? Algunas de las razones más comunes por las que se puede sentir rechazo hacia un hijo son, por ejemplo:
Ser del sexo opuesto al que el padre deseaba. A veces el mensaje de rechazo por ser del sexo no deseado no es muy evidente y se pierde en la sutileza de ciertos comportamientos casi imperceptibles. A pesar de ello, el inconsciente del hijo los recibe, los interpreta, los integra y reacciona ante ellos.
El síndrome del "patito feo" ¿Recuerdas el cuento del Patito Feo? El síndrome del "patito feo" se manifiesta de diversas formas, pero sea cual sea, siempre lleva implícito el mismo mensaje para el hijo: "No me gustas". Muchas de las cosas que dices hacer "por su bien" es en realidad "por tu bien", porque te avergüenza ese hijo, porque te importa demasiado que la gente piense que tú no lo estás educando, formando, cuidando o alimentando adecuadamente. Quisieras tener hijos perfectos (según tu concepto de perfección) para sentirte orgulloso, valioso e importante. Es normal, es natural y es humano que algún hijo te guste o disguste más que el otro, que con alguno te sea más fácil o más difícil relacionarte, pero por Dios, ¡reconócelo!. Reconocer no significa informarle al mundo, es un proceso personal, de ti contigo.
Cuando en grado extremo los padres reprimen, ocultan y niegan el rechazo, se activará inconscientemente un mecanismo de defensa llamado formación reactiva, el cual consiste en encubrir un motivo o sentimiento que causa angustia y culpa, de manera que antes de que llegue a la conciencia se convierte en su opuesto: la sobreprotección. Esta sobreprotección puede ser manifestada por el hijo como una actitud de inseguridad e inferioridad, o como su opuesto, la prepotencia, la arrogancia, la exigencia, la superioridad, porque recuerda: los extremos son lo mismo.
– Cambia tú lo que yo no puedo cambiar. En la relación padres-hijos esto es común: intentamos cambiar en nuestro hijo lo que no podemos cambiar ya sea en otra persona significativa para nosotros, o bien, lo que no podemos cambiar en nosotros mismos. Cuantas veces pides a tu hijo que no fume, con un cigarro en la mano; que no diga palabrotas, cuando tienes "joder" todo el día en la boca; que sea ordenado, cuando tu puedes pasarte horas buscando las llaves; que no diga mentiras, cuando tú las dices; que no grite, ¡gritando!, y así hasta el infinito. Y aquí va el mensaje implícito: "esto es mío, no me gusta, no lo puedo cambiar, cámbialo tú por mí".
No he conocido hasta el día de hoy ningunos padres que no estén genuinamente interesados en inculcar valores a sus hijos, todos lo estamos, pero a menudo olvidamos que los hijos aprenden los valores de lo que los padres somos, no de lo que decimos. De manera que eso que quieres que tu hijo sea, debes serlo tú primero. Acepta lo que es tuyo y resuelve lo que a ti te toca resolver, así contribuirás a una relación más sana y amorosa con tus hijos.
– La historia sin fin.¿Has tenido la tentación de que tu hij@ se llame como su padre, o como su abuela? El nombre tiene poder y puede convertirse en una extensión de aquel antecesor de quien lo heredó, limitando la propia individualidad. Parece ser que junto con su nombre le pasamos al hijo todo un paquete. Si ya lleva el nombre de otro miembro de la familia no te alarmes, ahora eres más consciente de lo que eso puede significar y te permitirá ayudar a tu hijo a individualizarse, a ser él mismo, a vivir su propia vida y a liberarlo del decreto del nombre.
– Su nombre es envidia. Muchos padres llevan cargando sobre sus espaldas una gran frustración: nunca pudieron hacer tal cosa, se quedaron con ganas de tal otra, se vieron obligados a hacer lo que no querían. Estas personas expresan su amargura de haber querido y no haber podido con frases como: "A tu edad yo ya mantenía una familia", "Yo nunca anduve en fiestas como tú", "A tu edad yo ya tenía la responsabilidad de un hijo y mira tú…" ¿Te suena familiar? Toda la frustración y amargura que hay en esas expresiones pueden ser causa de que un padre sienta envidia por su hijo. Podría decirlo con otras palabras, podría pintar con un poco de color rosa esta realidad, pero se llama así, se llama envidia. La forma en que los padres manifestamos la envidia hacia un hijo es por lo general criticándolo y desaprobándolo justamente en eso, por lo cual lo envidiamos, a veces con una gran carga emocional de enojo o burla.
– La pesada carga del hijo parental.Este término se refiere a los hijos que hacen la función de padres de sus hermanos o de sus propios padres, o como sustituto de pareja de uno de éstos. Tomar el rol de hijo parental es producto de un acuerdo inconsciente e implícito entre el hijo y los padres. La mayoría de las veces ni siquiera es consciente, surge como un mecanismo de compensación para mantener la homeostasis o equilibrio en la familia. Los hijos no deben, no pueden, no les corresponde ocupar ese lugar cuando está vacío, está vacío y punto; el hijo es el hijo y nunca será, ni tiene por qué serlo, el sustituto del padre o la madre ausente. Los padres son los responsables de proteger a los hijos y no al revés.
– El compromiso sagrado. Una cosa está clara: cuando tienes la sensación de que tus hijos te deben algo, lo expreses o no, sin lugar a dudas no estás cumpliendo tu función de proveerlos desde el amor; tal vez desde el sentido del deber, pero definitivamente no estás haciéndolo desde el amor. El dar es siempre en sentido descendente, es decir, desde las generaciones mayores hacia las generaciones que le siguen, y un padre no tiene derecho a reclamar a sus hijos por todo lo que les da.
¡Ay, si los padres habláramos de esto entre nosotros; si nos atreviéramos a expresar ante nuestros amigos todas estas cuestiones. Si nos atreviéramos por lo menos a confesárnoslo a nosotros mismos, cuán rápido pasaría, cuán rápido podríamos sentirnos de nuevo serenos y en paz! ¿Y por qué no lo hacemos? Porque el solo hecho de reconocerlo nos hace sentir malos, culpables y avergonzados, y además si lo expresamos en público somos criticados y juzgados; ésa es la realidad. Aun cuando los que te escuchan hayan sentido lo mismo alguna vez.
Los padres valientes que enfrentan a sus monstruos interiores obtienen grandes recompensas. Nuestros hijos pueden ser verdaderos maestros si estamos dispuestos a reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que nos sucede con ellos o a través de ellos, que son nuestro espejo. ¿Te atreves a empezar a tomar conciencia?
La autora de Tu hijo tu espejo comienza hablando de que existen un montón de mecanismos de defensa (estrategias inconscientes que utilizamos en situaciones difíciles para minimizar el sufrimiento), sin embargo, concretamente se enfoca en tres de ellos: la proyección, la negación y la formación reactiva. Desde mi punto de vista estos mecanismos están ahí para algo, para defendernos. El problema no es utilizarlos, el problema es que no te des cuenta de que lo haces. Veamos en qué consisten.
La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que pertenece a uno mismo, de tal forma que aquello que percibimos en los demás es en realidad algo que nos pertenece. ¿Proyectar qué? Tus propias expectativas de la vida, tus frustraciones, tus etapas de la infancia o adolescencia donde dejaste conflictos sin resolver, tus "hubiera", tus necesidades insatisfechas y también tus áreas de luz. Tal vez al leer esto tu primera reacción sea: "Por supuesto que no, yo no hago eso con mis hijos", pero permíteme recordarte que posiblemente no eres consciente de ello.
Otro mecanismo de defensa del que es indispensable hablar es el de la negación. Ésta se refiere a la no aceptación de una realidad que resulta amenazante y difícil de reconocer. Existen problemas que empezaron como pequeñas y débiles ramitas y de tanto negarlos, de tanto no querer verlos, terminaron convirtiéndose en gigantescos árboles. Los padres hacemos esto: negar los resentimientos hacia nuestros hijos porque nos parece imperdonable tenerlos. Es normal que a veces estemos resentidos con un hijo y que esto no significa que no lo amemos o que seamos malos padres por ello. Es indispensable reconocer esos sentimientos para poder curarlos y dar paso al amor. ¿Preparad@?
–Yo no pude hacerlo, hazlo tú por mí. Con frecuencia, los padres creemos que somos demasiado viejos para intentar algo, o que no es correcto gastar tanto dinero en nosotros mismos; entonces, sin ser conscientes de que ésa es la razón, mostramos fuerte interés para que nuestros hijos hagan o aprendan ciertas cosas. No hay duda de que la presión que muchos padres ejercen sobre los hijos para que estudien o no estudien una determinada carrera está movida por un interés de bienestar y amor para ellos, pero no perdamos de vista que el éxito profesional no lo brinda la carrera, sino más bien la persona. No hay carreras de éxito, hay personas exitosas.
Cuando te encuentres a ti mismo insistiendo demasiado, presionando mucho, o muy enojado porque tu hijo no accede a hacer algo que tú quieres que haga, vuelve la mirada hacia ti mismo y revisa cuál es esa parte de tu propia historia que estás tratando de resolver a través de él. Reconcíliate con tu propia historia y deja libres a tus hijos para vivir la suya.
– Cuando ser padre agobia. Mis hijos me pesan tanto que algunos días, a escondidas, siento deseos de huir. El hecho de que la responsabilidad a ratos nos pese no significa que no deseamos cumplirla; éste es uno de esos aspectos de la vida donde dos cosas que parecen contradictorias coexisten, se tocan, se juntan y ambas son verdaderas.
– El rechazo y sus máscaras. El rechazo en sí mismo hiere tanto, quema tanto, duele tanto, que ni siquiera el dolor de reconocerlo es comparable con el dolor de seguirlo cargando. ¿Por qué un padre podría sentir rechazo por un hijo? Algunas de las razones más comunes por las que se puede sentir rechazo hacia un hijo son, por ejemplo:
Ser del sexo opuesto al que el padre deseaba. A veces el mensaje de rechazo por ser del sexo no deseado no es muy evidente y se pierde en la sutileza de ciertos comportamientos casi imperceptibles. A pesar de ello, el inconsciente del hijo los recibe, los interpreta, los integra y reacciona ante ellos.
El síndrome del "patito feo" ¿Recuerdas el cuento del Patito Feo? El síndrome del "patito feo" se manifiesta de diversas formas, pero sea cual sea, siempre lleva implícito el mismo mensaje para el hijo: "No me gustas". Muchas de las cosas que dices hacer "por su bien" es en realidad "por tu bien", porque te avergüenza ese hijo, porque te importa demasiado que la gente piense que tú no lo estás educando, formando, cuidando o alimentando adecuadamente. Quisieras tener hijos perfectos (según tu concepto de perfección) para sentirte orgulloso, valioso e importante. Es normal, es natural y es humano que algún hijo te guste o disguste más que el otro, que con alguno te sea más fácil o más difícil relacionarte, pero por Dios, ¡reconócelo!. Reconocer no significa informarle al mundo, es un proceso personal, de ti contigo.
Cuando en grado extremo los padres reprimen, ocultan y niegan el rechazo, se activará inconscientemente un mecanismo de defensa llamado formación reactiva, el cual consiste en encubrir un motivo o sentimiento que causa angustia y culpa, de manera que antes de que llegue a la conciencia se convierte en su opuesto: la sobreprotección. Esta sobreprotección puede ser manifestada por el hijo como una actitud de inseguridad e inferioridad, o como su opuesto, la prepotencia, la arrogancia, la exigencia, la superioridad, porque recuerda: los extremos son lo mismo.
– Cambia tú lo que yo no puedo cambiar. En la relación padres-hijos esto es común: intentamos cambiar en nuestro hijo lo que no podemos cambiar ya sea en otra persona significativa para nosotros, o bien, lo que no podemos cambiar en nosotros mismos. Cuantas veces pides a tu hijo que no fume, con un cigarro en la mano; que no diga palabrotas, cuando tienes "joder" todo el día en la boca; que sea ordenado, cuando tu puedes pasarte horas buscando las llaves; que no diga mentiras, cuando tú las dices; que no grite, ¡gritando!, y así hasta el infinito. Y aquí va el mensaje implícito: "esto es mío, no me gusta, no lo puedo cambiar, cámbialo tú por mí".
No he conocido hasta el día de hoy ningunos padres que no estén genuinamente interesados en inculcar valores a sus hijos, todos lo estamos, pero a menudo olvidamos que los hijos aprenden los valores de lo que los padres somos, no de lo que decimos. De manera que eso que quieres que tu hijo sea, debes serlo tú primero. Acepta lo que es tuyo y resuelve lo que a ti te toca resolver, así contribuirás a una relación más sana y amorosa con tus hijos.
– La historia sin fin.¿Has tenido la tentación de que tu hij@ se llame como su padre, o como su abuela? El nombre tiene poder y puede convertirse en una extensión de aquel antecesor de quien lo heredó, limitando la propia individualidad. Parece ser que junto con su nombre le pasamos al hijo todo un paquete. Si ya lleva el nombre de otro miembro de la familia no te alarmes, ahora eres más consciente de lo que eso puede significar y te permitirá ayudar a tu hijo a individualizarse, a ser él mismo, a vivir su propia vida y a liberarlo del decreto del nombre.
– Su nombre es envidia. Muchos padres llevan cargando sobre sus espaldas una gran frustración: nunca pudieron hacer tal cosa, se quedaron con ganas de tal otra, se vieron obligados a hacer lo que no querían. Estas personas expresan su amargura de haber querido y no haber podido con frases como: "A tu edad yo ya mantenía una familia", "Yo nunca anduve en fiestas como tú", "A tu edad yo ya tenía la responsabilidad de un hijo y mira tú…" ¿Te suena familiar? Toda la frustración y amargura que hay en esas expresiones pueden ser causa de que un padre sienta envidia por su hijo. Podría decirlo con otras palabras, podría pintar con un poco de color rosa esta realidad, pero se llama así, se llama envidia. La forma en que los padres manifestamos la envidia hacia un hijo es por lo general criticándolo y desaprobándolo justamente en eso, por lo cual lo envidiamos, a veces con una gran carga emocional de enojo o burla.
– La pesada carga del hijo parental.Este término se refiere a los hijos que hacen la función de padres de sus hermanos o de sus propios padres, o como sustituto de pareja de uno de éstos. Tomar el rol de hijo parental es producto de un acuerdo inconsciente e implícito entre el hijo y los padres. La mayoría de las veces ni siquiera es consciente, surge como un mecanismo de compensación para mantener la homeostasis o equilibrio en la familia. Los hijos no deben, no pueden, no les corresponde ocupar ese lugar cuando está vacío, está vacío y punto; el hijo es el hijo y nunca será, ni tiene por qué serlo, el sustituto del padre o la madre ausente. Los padres son los responsables de proteger a los hijos y no al revés.
– El compromiso sagrado. Una cosa está clara: cuando tienes la sensación de que tus hijos te deben algo, lo expreses o no, sin lugar a dudas no estás cumpliendo tu función de proveerlos desde el amor; tal vez desde el sentido del deber, pero definitivamente no estás haciéndolo desde el amor. El dar es siempre en sentido descendente, es decir, desde las generaciones mayores hacia las generaciones que le siguen, y un padre no tiene derecho a reclamar a sus hijos por todo lo que les da.
¡Ay, si los padres habláramos de esto entre nosotros; si nos atreviéramos a expresar ante nuestros amigos todas estas cuestiones. Si nos atreviéramos por lo menos a confesárnoslo a nosotros mismos, cuán rápido pasaría, cuán rápido podríamos sentirnos de nuevo serenos y en paz! ¿Y por qué no lo hacemos? Porque el solo hecho de reconocerlo nos hace sentir malos, culpables y avergonzados, y además si lo expresamos en público somos criticados y juzgados; ésa es la realidad. Aun cuando los que te escuchan hayan sentido lo mismo alguna vez.
Los padres valientes que enfrentan a sus monstruos interiores obtienen grandes recompensas. Nuestros hijos pueden ser verdaderos maestros si estamos dispuestos a reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que nos sucede con ellos o a través de ellos, que son nuestro espejo. ¿Te atreves a empezar a tomar conciencia?
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Fuente: https://biblioterapeuta.wordpress.com