Puede que hayas solucionado el problema de tu dependencia con tus padres y quizá tienes bien controlada la relación con tus hijos.
Tal vez reconozcas la necesidad de independencia de tus hijos y la estimules. Pero también puede ser que aún tengas un problema de dependencia en tu vida. Si eres una de esas personas que dejó una relación dependiente con sus propios padres para entrar en otra cuando se casó, entonces es evidente que tienes una zona errónea que necesita cura.
“El matrimonio es aquella relación entre un hombre y una mujer en la que la independencia es equivalente, la dependencia mutua y la obligación es recíproca.”
Ahí están las dos palabras feas, dependencia y obligación, que son las responsables del estado actual del matrimonio y de la tasa de divorcios en nuestro país. El hecho muy simple es que a la mayor parte de la gente no le gusta el matrimonio, y a pesar de que lo aguantan, sus víctimas psicológicas siguen proliferando.
Una relación que se basa en el amor, como ya dijimos antes, es una relación en la que cada uno de sus miembros le permite al otro ser lo que él quiere, sin expectativas especiales y sin exigencias. Es una asociación simple entre dos personas que se quieren tanto que ninguno de los dos querría que el otro fuese algo que no haya escogido por sí mismo. Es una unión que se basa en la independencia, más que en la dependencia. Pero este tipo de relación es tan rara en nuestra cultura que es casi mitológica.
Imagínate una unión con el ser que amas en la que cada uno de vosotros dos puede ser lo que quiera. Ahora piensa en lo que son realmente la mayoría de las relaciones que tú conoces. ¿Cómo se introduce solapadamente esa temible dependencia y lo fastidia todo?
UN MATRIMONIO TÍPICO
La trenza que se hila en la mayoría de los matrimonios es la del dominio y la sumisión. Y aunque los roles pueden variar con regularidad, diferentes para distintas situaciones conyugales, esa trenza estará siempre presente. Uno de los socios domina al otro como condición de la alianza. Un caso típico de un matrimonio típico y sus crisis psicológicas se desarrollará más o menos como los de la pareja de la historia que relatamos a continuación.
Cuando se casaron el marido tenía veintitrés años y su esposa veinte.
Él tiene una educación algo superior a la de ella, y se ha asegurado una posición en el campo del prestigio económico, mientras que la mujer trabaja como secretaria, dependienta, o quizás en una profesión de las consideradas "femeninas" tales como enfermera o maestra. El trabajo de la mujer es un relleno hasta que ella pueda convertirse en esposa y madre. Al cabo de cuatro años de matrimonio, ya hay dos o tres niños y la mujer sirve como esposa y madre en el hogar. Su rol consiste en cuidar y ocuparse de la casa, de los niños y de su marido. Desde el punto de vista del trabajo, su posición es la de una empleada doméstica, y psicológicamente está en una posición de sometimiento. Se le da mucha mayor importancia y significación al trabajo del hombre, en gran parte porque él es quien trae el dinero para mantener a la familia. Sus éxitos se convierten en éxitos de ella; y las relaciones sociales de él en las amistades de ambos. Se le otorga una posición más importante dentro del hogar y a menudo la misión de la mujer es hacerle la vida lo más cómoda posible. La mujer se pasa la mayor parte del día interactuando con niños o habla con las mujeres del vecindario que se encuentran atrapadas en la misma trampa psicológica. Cuando su marido pasa por una crisis en su trabajo, ésta se convierte en su propia crisis,
y por lo general, como cualquier observador objetivo puede ver, existe en este tipo de relación un miembro que domina y otro que está sometido. La mujer ha aceptado y quizás incluso buscado este tipo de relación porque no ha conocido otra cosa. Su matrimonio ha imitado el modelo de matrimonio de sus padres y de otros que vio durante su desarrollo. Y muy a menudo, la dependencia para con su marido simplemente ha reemplazado la dependencia que tenía con sus padres. Paralelamente el hombre ha buscado una mujer suave, tierna y que pueda reforzar el hecho de qué él es el gana pan y el que lleva las de ganar en todas las interacciones. Así ambos lograron lo que estaban buscando; lo que habían visto toda su vida en el sentido de cómo debe funcionar una pareja.
Al cabo de varios años de matrimonio, quizás entre los cuatro y siete años, empieza a surgir una crisis. El socio sometido, la mujer, empieza a sentirse atrapada, sin importancia e insatisfecha porque no contribuye de una manera significativa a la vida familiar. El hombre impulsa a su mujer a que sea más ella misma, que sea más afirmativa (asertiva), a que se haga cargo de su propia vida y deje de sentir compasión por sí misma. Estos son los primeros mensajes que contradicen lo que él quería cuando se casó. "Si quieres trabajar, ¿por qué no te buscas un empleo?" o "¿Por qué no sigues estudiando?". Él la impulsa a que busque nuevas salidas, estímulos, que deje de ser infantil. En resumen, que sea algo muy distinto a lo que era cuando se casaron, cuando él quería una mujer sumisa y doméstica. Hasta ahora la mujer ha sentido siempre que ella era la culpable de cualquier problema o tristeza de su marido. "¿En qué me equivoqué?" Si él se siente infeliz o frustrado, ella cree que es porque ella no vale, o que ya no debe ser tan atractiva como antes. La mujer, el socio sometido de esta unión, recurre a su propio estilo mental de sometimiento y evalúa todos los problemas masculinos como si éstos estuvieran colocados en su propio ser.
En esta etapa matrimonial, el hombre está generalmente muy ocupado con los ascensos en su trabajo, sus contactos sociales y sus objetivos profesionales. Está en un camino ascendente y no puede tolerar una mujer quejumbrosa. Debido a las múltiples oportunidades que le brinda su trabajo de alternar con gente diferente (algo que le está vedado a su sumisa compañera), él está cambiando. Se ha puesto aún más asertivo y agresivo, exigente e intolerante respecto a las debilidades de los demás, incluyendo las de su propia familia. Éste es también el momento en que el marido suele buscar desahogos sexuales fuera del matrimonio. Tiene múltiples oportunidades de conocer gente y busca la compañía de mujeres más estimulantes y atractivas. A veces la mujer, el socio sometido, empieza también a experimentar por su lado. Puede que acepte un trabajo voluntario o se inscriba en algún curso, recurra a sesiones de terapia, tenga un amorío por su lado. Y su marido apoya la mayoría de estas cosas.
Quizá la mujer, el socio sometido, empiece a adquirir nuevas percepciones, nuevos puntos de vista respecto a su comportamiento. Ve su subordinación como una postura elegida por ella durante toda su vida no sólo durante su matrimonio. Su comportamiento de búsqueda de aprobación ha sido ahora puesto en duda y ella empieza a encaminarse hacia una mayor responsabilidad personal eliminando la dependencia en su propio mundo, e incluyendo la de sus padres, la de su marido e incluso la de sus hijos. Ella empieza a adquirir confianza en sí misma. Tal vez busque un empleo y haga nuevas amistades. Empieza a enfrentarse con su marido hasta ahora tan dominante y deja de aguantar todos los abusos de que ha sido objeto desde que se casó. Exige igualdad; ya no le es suficiente esperar que se la concedan. La experimenta por su cuenta sencillamente. Insiste en compartir las tareas domésticas, incluso el cuidado de los niños.
Esta nueva independencia, este traslado del pensamiento externo hacia el interno de parte de la mujer, no es aceptado con facilidad por el hombre. Se siente amenazado. Siente que una esposa levantisca es precisamente lo que no le hace falta, a pesar de que él mismo la alentó a salir por su cuenta y a pensar por sí misma. No pensó que crearía un monstruo, y mucho menos un monstruo que llegaría a desafiar su propia supremacía tan bien establecida. Puede que reaccione con una fuerte dosis de dominación, actitud que lograba siempre en el pasado poner en su sitio a su sumisa compañera. Alega que es un absurdo que ella trabaje ya que la mayor parte de su sueldo se va en pagar a otra gente para que cuide a los niños. Le señala que su creencia de que no existe igualdad entre ellos es ilógica. En realidad, ella es la mimada, la que se lleva la mejor parte. "Tú no tienes que trabajar, a ti te lo dan todo hecho, tú no tienes más que hacer que ocuparte de una casa y de ser una madre para tus hijos." O intenta la culpabilidad: "Los niños sufrirán." "Yo no puedo aguantar una vejación de este tipo." Quizá llegue a amenazarla con el divorcio e incluso el suicidio. A menudo esto le da buen resultado. La esposa se dice a sí misma: "Uf, casi echo todo a perder". Y vuelve a su rol sumiso.
Las fuertes dosis de dominación le sirvieron para recordarle cuál era su lugar. Pero si ella rehúsa volver atrás, puede que la estabilidad del matrimonio peligre. En todo caso el hecho es que la crisis existe. Si la mujer persiste en cambiar su sumisión por una actitud de confianza en sí misma, el marido, que necesita dominar a alguien, puede dejarla por una esposa más joven que lo mirará llena de admiración. De este modo, él obtendrá otra dependiente que además es un bonito adorno. Por otro lado podría ser que el matrimonio sobreviva a la crisis y se lleve a cabo un cambio interesante. El hilo de la dominación y la sumisión se entremete aún por la trama de la vida conyugal. Ahora el marido asume a menudo el rol sumiso ante él miedo de perder algo que quiere y que le importa mucho o por lo menos algo con lo que cuenta seguro. Se queda más en casa, está más con los niños (por sentimiento de culpa por haberlos abandonado tanto antes), puede que diga cosas como por ejemplo: "Tú ya no me necesitas", o "Tú estás cambiando, tú no eres la chica con quien yo me casé, y no sé si me gusta esta nueva chica que ahora eres tú,". Ahora es más sumiso. Puede que empiece a beber mucho o a compadecerse a sí mismo por la necesidad de manipular a su esposa o de recuperar su superioridad. La esposa tiene ahora su carrera o está en camino de ello: tiene su propio círculo de amigos y está desarrollando intereses propios fuera del ámbito del hogar. Quizás incluso tenga un amante como un gesto afirmativo de represalia, pero al menos se siente bien porque recibe halagos y alabanzas por sus logros. Sin embargo el hilo sigue allí y la crisis sigue amenazante. Mientras uno de los cónyuges tenga que ser más importante que el otro o el miedo al divorcio sea lo que los mantiene unidos, la dependencia seguirá siendo la piedra angular de la alianza. El socio dominante, sea el hombre o la mujer, no se siente satisfecho teniendo un esclavo por cónyuge. Puede que el matrimonio siga existiendo en un sentido legal, pero el amor y la comunicación entre los esposos han sido destruidos. Aquí el divorcio es muy común, y si no, dos personas empiezan a ir cada una por su lado dentro del matrimonio: no tienen relaciones sexuales, duermen en habitaciones separadas, la norma de la comunicación es la de degradarse mutuamente en vez de comprenderse.
Hay también otro final posible si ambos socios deciden revalorizarse a sí mismos y a su relación. Si ambos trabajan para librarse de sus zonas erróneas y para amarse de verdad, esto es dejando que el otro socio o cónyuge escoja su propia manera de realizarse, entonces el matrimonio puede florecer y seguir creciendo y desarrollándose positivamente. Con dos personas que tienen fe en sí mismas, que se quieren el uno al otro lo suficiente como para alentar una independencia en vez de dependencia, pero a la vez compartiendo la felicidad con el ser amado, entonces el matrimonio puede llegar a ser una posibilidad muy estimulante y agradable. Pero, cuando dos personas tratan de fundirse hasta convertirse en una sola, o una de ellas trata de dominar a la otra de cualquier forma que sea, esa llamita que existe dentro de todos nosotros lucha por una de las necesidades más grandes e importantes del ser humano: la independencia.
La longevidad no es un indicativo del éxito de un matrimonio. Mucha gente sigue casada por miedo a lo desconocido, por inercia o simplemente porque eso es lo que hay que hacer. Un buen matrimonio, un matrimonio en el que ambos compañeros sienten verdadero amor, se produce cuando cada uno está dispuesto a dejar que el otro escoja por sí mismo en vez de tratar de dominar. No existe ese forcejeo constante que implica el pensar y hablar por la otra persona y exigir que haga lo que se supone que tiene que hacer o debería hacer. La dependencia es la serpiente en el paraíso de un matrimonio feliz. Crea patrones de dominio y sumisión y finalmente destruye las buenas relaciones. Se puede eliminar esta zona errónea, pero no será nunca una batalla fácil ya que están en juego el poder y el control, y son pocos los que los abandonan sin luchar por ellos. Y lo que es más importante aún, es que no se debe confundir nunca la dependencia con el amor. Parece irónico, pero no lo es; el hecho de que el poner distancias entre los cónyuges consolide los matrimonios.
y por lo general, como cualquier observador objetivo puede ver, existe en este tipo de relación un miembro que domina y otro que está sometido. La mujer ha aceptado y quizás incluso buscado este tipo de relación porque no ha conocido otra cosa. Su matrimonio ha imitado el modelo de matrimonio de sus padres y de otros que vio durante su desarrollo. Y muy a menudo, la dependencia para con su marido simplemente ha reemplazado la dependencia que tenía con sus padres. Paralelamente el hombre ha buscado una mujer suave, tierna y que pueda reforzar el hecho de qué él es el gana pan y el que lleva las de ganar en todas las interacciones. Así ambos lograron lo que estaban buscando; lo que habían visto toda su vida en el sentido de cómo debe funcionar una pareja.
Al cabo de varios años de matrimonio, quizás entre los cuatro y siete años, empieza a surgir una crisis. El socio sometido, la mujer, empieza a sentirse atrapada, sin importancia e insatisfecha porque no contribuye de una manera significativa a la vida familiar. El hombre impulsa a su mujer a que sea más ella misma, que sea más afirmativa (asertiva), a que se haga cargo de su propia vida y deje de sentir compasión por sí misma. Estos son los primeros mensajes que contradicen lo que él quería cuando se casó. "Si quieres trabajar, ¿por qué no te buscas un empleo?" o "¿Por qué no sigues estudiando?". Él la impulsa a que busque nuevas salidas, estímulos, que deje de ser infantil. En resumen, que sea algo muy distinto a lo que era cuando se casaron, cuando él quería una mujer sumisa y doméstica. Hasta ahora la mujer ha sentido siempre que ella era la culpable de cualquier problema o tristeza de su marido. "¿En qué me equivoqué?" Si él se siente infeliz o frustrado, ella cree que es porque ella no vale, o que ya no debe ser tan atractiva como antes. La mujer, el socio sometido de esta unión, recurre a su propio estilo mental de sometimiento y evalúa todos los problemas masculinos como si éstos estuvieran colocados en su propio ser.
En esta etapa matrimonial, el hombre está generalmente muy ocupado con los ascensos en su trabajo, sus contactos sociales y sus objetivos profesionales. Está en un camino ascendente y no puede tolerar una mujer quejumbrosa. Debido a las múltiples oportunidades que le brinda su trabajo de alternar con gente diferente (algo que le está vedado a su sumisa compañera), él está cambiando. Se ha puesto aún más asertivo y agresivo, exigente e intolerante respecto a las debilidades de los demás, incluyendo las de su propia familia. Éste es también el momento en que el marido suele buscar desahogos sexuales fuera del matrimonio. Tiene múltiples oportunidades de conocer gente y busca la compañía de mujeres más estimulantes y atractivas. A veces la mujer, el socio sometido, empieza también a experimentar por su lado. Puede que acepte un trabajo voluntario o se inscriba en algún curso, recurra a sesiones de terapia, tenga un amorío por su lado. Y su marido apoya la mayoría de estas cosas.
Quizá la mujer, el socio sometido, empiece a adquirir nuevas percepciones, nuevos puntos de vista respecto a su comportamiento. Ve su subordinación como una postura elegida por ella durante toda su vida no sólo durante su matrimonio. Su comportamiento de búsqueda de aprobación ha sido ahora puesto en duda y ella empieza a encaminarse hacia una mayor responsabilidad personal eliminando la dependencia en su propio mundo, e incluyendo la de sus padres, la de su marido e incluso la de sus hijos. Ella empieza a adquirir confianza en sí misma. Tal vez busque un empleo y haga nuevas amistades. Empieza a enfrentarse con su marido hasta ahora tan dominante y deja de aguantar todos los abusos de que ha sido objeto desde que se casó. Exige igualdad; ya no le es suficiente esperar que se la concedan. La experimenta por su cuenta sencillamente. Insiste en compartir las tareas domésticas, incluso el cuidado de los niños.
Esta nueva independencia, este traslado del pensamiento externo hacia el interno de parte de la mujer, no es aceptado con facilidad por el hombre. Se siente amenazado. Siente que una esposa levantisca es precisamente lo que no le hace falta, a pesar de que él mismo la alentó a salir por su cuenta y a pensar por sí misma. No pensó que crearía un monstruo, y mucho menos un monstruo que llegaría a desafiar su propia supremacía tan bien establecida. Puede que reaccione con una fuerte dosis de dominación, actitud que lograba siempre en el pasado poner en su sitio a su sumisa compañera. Alega que es un absurdo que ella trabaje ya que la mayor parte de su sueldo se va en pagar a otra gente para que cuide a los niños. Le señala que su creencia de que no existe igualdad entre ellos es ilógica. En realidad, ella es la mimada, la que se lleva la mejor parte. "Tú no tienes que trabajar, a ti te lo dan todo hecho, tú no tienes más que hacer que ocuparte de una casa y de ser una madre para tus hijos." O intenta la culpabilidad: "Los niños sufrirán." "Yo no puedo aguantar una vejación de este tipo." Quizá llegue a amenazarla con el divorcio e incluso el suicidio. A menudo esto le da buen resultado. La esposa se dice a sí misma: "Uf, casi echo todo a perder". Y vuelve a su rol sumiso.
Las fuertes dosis de dominación le sirvieron para recordarle cuál era su lugar. Pero si ella rehúsa volver atrás, puede que la estabilidad del matrimonio peligre. En todo caso el hecho es que la crisis existe. Si la mujer persiste en cambiar su sumisión por una actitud de confianza en sí misma, el marido, que necesita dominar a alguien, puede dejarla por una esposa más joven que lo mirará llena de admiración. De este modo, él obtendrá otra dependiente que además es un bonito adorno. Por otro lado podría ser que el matrimonio sobreviva a la crisis y se lleve a cabo un cambio interesante. El hilo de la dominación y la sumisión se entremete aún por la trama de la vida conyugal. Ahora el marido asume a menudo el rol sumiso ante él miedo de perder algo que quiere y que le importa mucho o por lo menos algo con lo que cuenta seguro. Se queda más en casa, está más con los niños (por sentimiento de culpa por haberlos abandonado tanto antes), puede que diga cosas como por ejemplo: "Tú ya no me necesitas", o "Tú estás cambiando, tú no eres la chica con quien yo me casé, y no sé si me gusta esta nueva chica que ahora eres tú,". Ahora es más sumiso. Puede que empiece a beber mucho o a compadecerse a sí mismo por la necesidad de manipular a su esposa o de recuperar su superioridad. La esposa tiene ahora su carrera o está en camino de ello: tiene su propio círculo de amigos y está desarrollando intereses propios fuera del ámbito del hogar. Quizás incluso tenga un amante como un gesto afirmativo de represalia, pero al menos se siente bien porque recibe halagos y alabanzas por sus logros. Sin embargo el hilo sigue allí y la crisis sigue amenazante. Mientras uno de los cónyuges tenga que ser más importante que el otro o el miedo al divorcio sea lo que los mantiene unidos, la dependencia seguirá siendo la piedra angular de la alianza. El socio dominante, sea el hombre o la mujer, no se siente satisfecho teniendo un esclavo por cónyuge. Puede que el matrimonio siga existiendo en un sentido legal, pero el amor y la comunicación entre los esposos han sido destruidos. Aquí el divorcio es muy común, y si no, dos personas empiezan a ir cada una por su lado dentro del matrimonio: no tienen relaciones sexuales, duermen en habitaciones separadas, la norma de la comunicación es la de degradarse mutuamente en vez de comprenderse.
Hay también otro final posible si ambos socios deciden revalorizarse a sí mismos y a su relación. Si ambos trabajan para librarse de sus zonas erróneas y para amarse de verdad, esto es dejando que el otro socio o cónyuge escoja su propia manera de realizarse, entonces el matrimonio puede florecer y seguir creciendo y desarrollándose positivamente. Con dos personas que tienen fe en sí mismas, que se quieren el uno al otro lo suficiente como para alentar una independencia en vez de dependencia, pero a la vez compartiendo la felicidad con el ser amado, entonces el matrimonio puede llegar a ser una posibilidad muy estimulante y agradable. Pero, cuando dos personas tratan de fundirse hasta convertirse en una sola, o una de ellas trata de dominar a la otra de cualquier forma que sea, esa llamita que existe dentro de todos nosotros lucha por una de las necesidades más grandes e importantes del ser humano: la independencia.
La longevidad no es un indicativo del éxito de un matrimonio. Mucha gente sigue casada por miedo a lo desconocido, por inercia o simplemente porque eso es lo que hay que hacer. Un buen matrimonio, un matrimonio en el que ambos compañeros sienten verdadero amor, se produce cuando cada uno está dispuesto a dejar que el otro escoja por sí mismo en vez de tratar de dominar. No existe ese forcejeo constante que implica el pensar y hablar por la otra persona y exigir que haga lo que se supone que tiene que hacer o debería hacer. La dependencia es la serpiente en el paraíso de un matrimonio feliz. Crea patrones de dominio y sumisión y finalmente destruye las buenas relaciones. Se puede eliminar esta zona errónea, pero no será nunca una batalla fácil ya que están en juego el poder y el control, y son pocos los que los abandonan sin luchar por ellos. Y lo que es más importante aún, es que no se debe confundir nunca la dependencia con el amor. Parece irónico, pero no lo es; el hecho de que el poner distancias entre los cónyuges consolide los matrimonios.
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 327 Volumén 7: Proclama Tu Independencia