La soledad por Paulo Coelho



«Háblanos sobre la soledad», le pidió una joven que estaba  a punto de casarse con el hijo  de uno de los hombres más ricos  de la ciudad y que ahora se veía  obligada a huir.    

Y él respondió:  

Sin la soledad, el Amor no permanecerá mucho tiempo a tu lado.  Porque el Amor también necesita reposo, para poder viajar por los cielos y manifestarse de otras formas. 

Sin la soledad, ninguna planta o animal sobrevive, ninguna tierra es productiva durante mucho tiempo, ningún niño puede aprender sobre la vida ni ningún artista consigue crear, ningún trabajo puede crecer y transformarse. 

La soledad no es la ausencia de Amor, sino su complemento. 

La soledad no es la ausencia de compañía, sino el momento en el que nuestra alma tiene la libertad de conversar con nosotros y ayudarnos a decidir sobre nuestras vidas. 

Por tanto, benditos sean aquellos que no temen la soledad. Que no se asustan con la propia compañía, que no se desesperan en busca de algo con lo que ocuparse y divertirse o a lo que juzgar

Porque el que nunca está solo ya no se conoce a sí mismo.


Y el que no se conoce a sí mismo pasa a temer el vacío. 


Pero el vacío no existe. Un mundo enorme se esconde en nuestra alma, esperando a que lo descubramos. Está ahí, con su fuerza intacta, pero es tan nuevo y tan poderoso que nos da miedo aceptar su existencia. 

Porque el hecho de descubrir quiénes somos nos obligará a aceptar que podemos ir mucho más allá de lo que estamos acostumbrados. Y eso nos asusta. Mejor no arriesgar tanto, ya que siempre podemos decir: «No hice lo que tenía que hacer porque no me dejaron.» 

Es más cómodo. Es más seguro. Y, al mismo tiempo, es renunciar a la propia vida.  

¡Ay de aquellos que prefieren pasar la vida diciendo «Yo no tuve la oportunidad»!  
Porque cada día que pase se hundirán aún más en el pozo de sus propios límites, y llegará un momento en el que ya no tendrán fuerzas para escapar de él y encontrar de nuevo la luz que brilla en el hueco que está sobre sus cabezas. 

Y benditos los que dicen: «Yo no tengo coraje.» Porque ésos entienden que la culpa no es de los demás. Y tarde o temprano encontrarán la fe necesaria para afrontar la soledad y sus misterios.  


Y, para aquellos que no se dejan asustar por la soledad que revela los misterios, todo tendrá un sabor diferente. 


En la soledad descubrirán el amor que podría pasar desapercibido. En la soledad entenderán y respetarán el amor que partió. 

En la soledad sabrán decidir si vale la pena pedirle que regrese, o si debe permitir que ambos sigan un nuevo camino. 

En la soledad aprenderán que decir «no» no siempre es una falta de generosidad, y que decir «sí» no siempre es una virtud. 

Y aquellos que estáis solos en este momento no os dejéis asustar nunca por las palabras del demonio, que dice: «Estás perdiendo el tiempo.» 

O por las palabras, aún más poderosas, del jefe de los demonios: «No le importas a nadie.» 

La Energía Divina nos escucha cuando hablamos con los demás, pero también nos escucha cuando estamos en silencio y aceptamos la soledad como una bendición. 

Y, en ese momento, Su luz ilumina todo lo que está a nuestro alrededor y nos hace ver lo necesarios que somos, cómo nuestra presencia en la Tierra es decisiva para Su trabajo. 

Y, cuando conseguimos esa armonía, recibimos más de lo que pedimos. 

Y aquellos que se sienten oprimidos por la soledad deben recordar: en los momentos más importantes de la vida siempre estaremos solos. 

Como el bebé al salir del vientre de la mujer: no importa cuántas personas estén a su alrededor, es suya la decisión final de vivir. 

Como el artista ante su obra: para que su trabajo sea realmente bueno, tiene que estar callado y escuchar sólo la lengua de los ángeles. 

Igual que nos encontraremos un día ante la muerte, la Dama de la Guadaña: estaremos solos en el más importante y temido momento de nuestra existencia. 

Así como el Amor es la condición divina, la soledad es la condición humana. Y ambos conviven sin conflictos para aquellos que entienden el milagro de la vida. 

Extracto de “El Manuscrito encontrado en Accra” Paulo Coelho