Pesando y midiendo actos, situaciones y hechos de la vida, y comparando algunos proyectos con sus resultados, es fácil concluir que generalmente los desafinados somos nosotros y no la vida o los proyectos o sus resultados; apenas nosotros, los pocos que obstinadamente insistimos en pedirle peras al manzano; los raros que no renunciamos a buscar hormigueros en el asfalto; los extravagantes que preferimos ser sordos en un discurso y mudos en un concierto, porque lo que realmente nos ocupa y preocupa son las pequeñas preguntas que desafían, y no las grandilocuentes respuestas que satisfacen.
Somos lo que habitualmente se define como verdaderas y abominables ovejas negras, y no tenemos vergüenza de confesar sin rubor que tal "acusación" nos honra mucho, ya que por temperamento y vocación preferimos cultivar ideas en el jardín del fondo de nuestra vida, a tener que envidiar los rosales que nos miran desde el jardín de nuestro vecino; optamos siempre por plantar un árbol en la esquina de nuestra propia verdad, antes que caer en la tentación de podar los que dan sombra al camino por el cual transita la verdad de nuestros adversarios; siempre elegimos cuidar el pasto que crece entre las estrofas de nuestro ideario o en las entrelíneas de nuestros fracasos, a tener que cortarlo para satisfacer el gusto ajeno; y principalmente, elegimos lavar y planchar nuestras viejas y maltrechas utopías - ésas que aún respiran y nos miran de reojo desde el fondo del cajón de las buenas intenciones - a tener que bajar los brazos y aceptar las órdenes perentorias y casi siempre sin sentido de esa déspota llamada Realidad; y vaya uno a saber qué más, aunque lo único fundamental e inaplazable es que todos tratemos de ser más felices de lo que merecemos y mucho menos infelices de lo que merezcamos, y nada más, ni nada menos.
Es imperativo desear que el tiempo nos enseñe a sintonizar con mayor precisión la frecuencia en que se transmiten los intereses del prójimo, y quien sabe, como premio, ese mismo tiempo haga que el prójimo sea un poco más tolerante cada vez que se enfrente a una idea que propongamos, a un pensamiento antagónico que manifestemos, o a una ideología diferente que defendamos, ya que por más que le demos vueltas, lo que todos estamos buscando son puentes y no precipicios; son temas que obliguen a pensar, y no distracciones que inviten a olvidar; son batallas dialécticas que forjen nuestro carácter, y no simples victorias que lo deformen.
En razón de lo expuesto, proponemos:
1.- Que se suspenda el derecho del gris plomo a participar del arco iris.
2.- Que se degrade al Odio a la categoría de Antagonismo, perdiendo los beneficios que el grado anterior le concedía, como matar sin pedir permiso o pintar de sangre a las palabras y vestir de luto a los discursos.
3.- Que los dedos no más sean usados para apretar gatillos, ni las manos para clavar puñales, ni los ojos para matar mirando, ni la boca para escupir condenas, ni el verbo para sembrar desgracia, ni el dinero para comprar silencio.
4.- Que se prohiba morir por la Patria y se invite en todos los canales a vivir por ella.
5.- Que el discurso de las horas, de los días y semanas, de los meses y los años, produzca instantes repletos de gozo, minutos llenos de alegría, horas cargadas de placer, días plenos de sol, semanas húmedas de ternura, meses rellenos de mañanas, años teñidos de esperanza.
6.- Que se suspenda definitivamente el patrocinio comercial de todas las guerras por más o menos santas que sean, y que se de los fabricantes de la ignominia.
7.- Que se permita el regreso de la inocencia perdida, del injusto destierro al que ha sido condenada, y se la invite a ocupar el lugar de honor que le corresponde.
8.- Que nunca más florezcan muertos anónimos en los jardines de los cementerios clandestinos, y que jamás la desvergüenza vuelva a plantar desaparecidos en la conciencia de los pueblos.
9.- Que las bombas inteligentes se jubilen y se cubran de telarañas en los sótanos de los museos, y que los líderes nada inteligentes se marchiten y sus nombres se borren para siempre de las páginas de la Historia que ayudaron a manchar.
10.-Que la paz rompa las cadenas y que los puños cerrados se abran en manos extendidas hacia el otro, y que la verdad sea la dueña y señora de la última palabra.
Bruno Kampel