"No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados. Porque con el mismo juicio que juzgareis habéis de ser juzgados, y con la misma medida que midiereis, seréis medidos vosotros.", - Jesucristo |
Cuando juzgamos a otra persona o lo que es lo mismo, cuando tenemos creencias sobre sus conductas o emitimos juicios de valor sobre otra gente, lo más probable es que estemos desacertados. No sabemos qué le está ocurriendo a esa persona, cuáles son sus profundas motivaciones. Si apenas nos conocemos a nosotros mismos, poco podemos llegar a captar de los demás, ahora bien, la gran mayoría de los juicios que realizamos son de crítica negativa, entonces se convierte este proceso en un juego de distracción de ver muchas cosas en los demás que me evita poner mejor la atención en mí.
Te voy a mencionar algo importante que quiero que lo recuerdes siempre: “La persona que se acepta y ama a si misma, pierde el interés de juzgar a los demás.” Un juicio de valor es tranquilizador porque nos hace creer que existe un conocimiento que poseemos con el cuál “analizamos a la otra persona ó situación”. Y así generamos una momentánea sensación de paz que nos impide llegar a un saber verdadero. Al parecer las personas no toleramos el no saber, frente a ese vacío de conocimiento, si no obtenemos información lo llenamos con nuestra imaginación. ¿se acuerdan del juego de niños “el teléfono descompuesto”, donde se pasa un mensaje de uno a otro hasta que llega al último participante el mensaje del originador pero con las sumas y restas personales de cada niño intermedio?, ha pues muy similar sucede con adultos, la falta de conocimiento del tema se complementa con creencias, suposiciones, imaginación, etc… De aquí que las críticas sean tan destructivas.
Suele ocurrir que las personas que están en proceso de desarrollo personal e inclusive espiritual, en forma consciente se comparen con otros que están también encaminados hacia esos objetivos de trascendencia, y al hacerlo aparece todo lo que se intenta superar: competencia, obsesión desenfrenada por obtener determinados resultados vinculados al concepto de éxito, apegos e identificaciones con objetos o pertenencias materiales, roles fijos de comportamiento, falsas ideas del yo, etc.
La competencia surge de una comparación con otra persona y conduce a la rivalidad y la rivalidad inexorablemente nos lleva a un estado de guerra, guerra que primero se forjó en el interior y que inevitablemente se materializará en el mundo de alguna forma: discusión verbal, enfrentamiento físico, conspiración social y llevado a un plano más profundo implica la lucha con armas poderosas. Existe una ley básica en el Universo que sostiene que todo proceso una vez iniciado se profundiza, torcer esa frecuencia vibratoria supone gran trabajo, el movimiento tiene su propio principio de inercia, comúnmente se llama tendencia. Observar la tendencia nos permite adelantarnos al resultado final de ese proceso.
En este sentido tener un pensamiento de hostilidad hacia otra persona derivaría inexorablemente en el acto de dañar a esa persona en alguna forma. Gandhi decía: “La competencia es violencia”.
Cualquier violencia interior se manifestará de algún modo en mi mundo, lo quiera o no. Así acalle mi pensamiento, si no lo he resuelto en un plano profundo, eso acarreará un desatarse de emociones que eclosionará de alguna manera en el mundo material. Ya sabemos que los pensamientos son energías que tienen mucha fuerza. Antes, cuando se sabía poco de física cuántica, si en una casa se estropeaban varios artefactos eléctricos a la vez se hablaba de mufa o de espíritus, hoy sabemos que la materia depende del observador, que no es un absoluto separado del observador, tampoco lo es el espacio ni el tiempo, esta es la famosa ley de la relatividad, lo relativo es eso, la relación entre el observador y el mundo material, la relación entre la masa de un cuerpo con su fuerza de gravedad y la velocidad de la luz que está en relación directa con el tiempo.
Todavía arrastramos un concepto de tiempo y espacio absoluto aunque una parte de nosotros nos diga que no es así. Lo mismo ocurre cuando estamos viviendo un proceso de autoconocimiento, al que llamamos espiritual, solemos trasladar la forma de comprensión de la realidad del mundo captadas únicamente con nuestra racionalidad y la aplicamos. Así juzgamos los caminos espirituales de otros y, al hacerlo, intentamos colocarnos en un plano superior.
Todo juicio supone ubicarse por encima, porque sólo desde arriba podemos ver el panorama completo. Lo que no queremos aceptar todavía es que estamos en un plano muy bajo de frecuencia vibratoria y cuando juzgamos a otros, sólo ejercemos violencia en el sentido de competencia, como decía Gandhi. Hay violencia en la competencia porque hay enfrentamiento y el enfrentamiento fortalece la polaridad. Si estuviéramos en un plano alto habríamos superado la dualidad o polaridad. Por eso cuando escucho que alguien juzga el nivel evolutivo de otra persona, me estremezco. Quién sabe qué sentido tiene la vida del otro en este gran tablero del Universo.
Tal vez su rol superior sea el desacomodar las vidas ajenas para ayudarlas a evolucionar. En literatura se suele decir que el personaje del malo es el que motoriza la acción. Sin el malo haciendo de las suyas, oponiendo resistencia, intrigando y ejecutando acciones que obstaculizan el camino de la heroína o el héroe no habría asunto, no habría relato en el estricto sentido literario.
El malo puede ser un personaje entendido como persona de carne y hueso o puede ser una tempestad o un conflicto interior del personaje. Sin dualidad no hay vida en el planeta tierra y sabemos muy poco qué funciones cumplimos cada uno de los que estamos aquí para que este gran plan del Universo se lleve a cabo. La prueba está que los humanos afectamos el eco sistema haciendo desaparecer especies que cumplen funciones. Todo tiene un sentido o una tarea específica en el plan. Y no estamos capacitados en el nivel de conciencia en el que nos encontramos para juzgar el camino de los otros.
He leído casi todos los libros de biografía de la actriz norteamericana Shirley MacLaine. En uno de ellos tuve una revelación. Es apenas un capítulo muy breve en medio de historias sobre su vida en Hollywood, sus viajes y sus experiencias espirituales. De repente, casi al final del libro Shirley descubre que su esposo la estafó económicamente y eso hizo que ella, multimillonaria, se declarara en quiebra.
He leído casi todos los libros de biografía de la actriz norteamericana Shirley MacLaine. En uno de ellos tuve una revelación. Es apenas un capítulo muy breve en medio de historias sobre su vida en Hollywood, sus viajes y sus experiencias espirituales. De repente, casi al final del libro Shirley descubre que su esposo la estafó económicamente y eso hizo que ella, multimillonaria, se declarara en quiebra.
Había trabajado toda su vida haciendo dos y tres funciones diarias en los musicales de Broadway y las películas que ya todos conocemos, le había entregado a su marido todo su dinero. Sobrevienen la crisis, el proceso judicial de divorcio, la indagación personal que hace MacLaine sobre lo ocurrido, su natural sufrimiento al sentirse estafada por aquella persona en la que confió más y con la que había tenido una hija. El relato es apasionante. Un día Shirley MacLaine descubre en sus meditaciones y canalizaciones que su marido era un ser de un nivel evolutivo superior al de ella y había venido al planeta para ayudarla a evolucionar.
Sencillamente estaba actuando el papel de villano como un servicio de amor para que ella despertara. La vida de Shirley dio un vuelco. Sin citar ejemplos difíciles de comprender y comprobar como este, si observamos nuestra propia vida o la vida de los otros entendemos que las experiencias consideradas dolorosas tienen un sentido muy importante, son parte de un camino que sin transformación convierte a las personas en semi-humanos.
No sabemos nada del nivel en el que se encuentra la persona que tenemos al lado, a lo mejor el otro viene a hacer su último trabajo en una última encarnación en la que su aprendizaje consiste en aprender a ser repudiado por otros, porque ya aprendió todo lo que tenía que aprender; y aprender el desprecio de los otros cuando nos convertimos en personajes malos es un profundo trabajo de humildad.
Se dice que la tierra es un planeta escuela y que todo es esto un juego del que nos reiremos cuando nos despertemos. Nos tomamos demasiado en serio los personajes que nos toca interpretar competimos, nos enojamos, nos ofendamos o rivalizamos y juzgamos. No sabemos quién es el otro del mismo modo en que tampoco sabemos quiénes somos realmente nosotros. Si lo supiéramos y no nos identificáramos con el personaje externo del mundo, no juzgaríamos la exterioridad del personaje que vemos en el otro.
Alguien puede creer que está por encima de esa persona simple que no tiene la menor idea de lo que es un camino espiritual. Pero a lo mejor el corazón de esa persona está más limpio que el de quien la juzga. El acto de juzgar es una operación de la mente racional. Y la mente racional no la podemos seguir usando para todo, debe ser integrada con otras formas de comprensión de lo que nos rodea. Ahí está el desafío de esta época para cada uno de nosotros.
Quizá lo más difícil sea aprender a vivir en la incertidumbre del no saber, soportar el hecho de no llenar el vacío del desconocimiento con nuestras operaciones mentales, elucubraciones, imaginaciones, juicios de valor o desvalor. Nada mejor para terminar esta aproximación a la incertidumbre que recordar una frase de la película Qué rayos sabemos: “Es más importante vivir en el misterio que en el conocimiento”.
Ver capítulos anteriores del Taller de Autoestima
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 252 Volumén 2:Dejemos de Juzgar
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 252 Volumén 2:Dejemos de Juzgar