Muchas de las enfermedades y angustias
que sufrimos en la vida cotidiana
tienen una causa realmente muy simple:
estamos sobrecargados.
No nos educaron para saborear la vida
y disfrutarla, sino para llevar
un pesado fardo psicológico y físico
de supuestas obligaciones:
“Deberías hacer esto”,
“Tendrías que actuar de esta forma”,
“Has de ser correcto”,
“Hay que hacerlo todo lo mejor posible”,
“Debes ser perfecto
y sin contradicciones”.
Eso nos dijeron. Y muchas más órdenes.
Son demasiadas exigencias
que hemos convertido
en autoexigencias.
Pero es simplemente imposible
responder a tanta órden
interior y exterior
sin derrumbarse de agotamiento.
Se trata, pues, de empezar a permitirnos
echar lastre por la borda, andar más ligeros.
La vida es breve -¡y tan breve!-
pero es un camino radicalmente bello.
Cuando una persona
comienza a tirar peso,
a rechazar tantas órdenes exteriores
que no se corresponden
con sus anhelos profundos,
le cambia el rostro:
se la ve rejuvenecer.
Me doy permiso para...
separarme y no estar con personas
que quieren controlar mi tiempo:
que me exigen explicaciones,
justificaciones,
argumentos,
incluso para defender
mi necesidad de parar y descansar.
Me doy permiso, después del trabajo
y haberme ganado el pan,
para relajarme,
y no hacer o no hacer nada
sin tener que darle cuentas a nadie.
Mi tiempo es mi vida
y mi vida es mía:
a nadie le debo explicaciones.
Extracto de Me doy permiso para... de Joaquin Argente