El Miércoles Santo en la víspera de la muerte de Jesús, Judas ya vendió al maestro como a un esclavo. Es el día en que se reúne el Sanedrín, el tribunal religioso judío, para condenar a Jesús.
Judas había sido privilegiado al formar parte de los “amigos de Jesús”, de los “doce” apóstoles. Sin embargo, se acerca a los sumos sacerdotes para proponerles la entrega del Maestro mediante el pago de treinta monedas de plata.
En este hecho, muchos ven un esfuerzo final del discípulo que empujará a Jesús a una manifestación poderosa de su mesianismo político, que liberará a su pueblo de la odiosa dominación romana.
En la traición de Judas vemos cómo se entrelazan los designios de Dios y el libre actuar del ser humano. Nadie puede negar que Judas haya actuado libremente. Y, sin embargo, su actuación fue anunciada de antemano y no se escapó tampoco a la voluntad de Jesús: esa acción fue realizada cuando había llegado “La hora” de Jesús.
Es peligroso jugar con nosotros mismos: la libertad es un don; pero su correcto ejercicio es una conquista, es un fruto de la correspondencia a la gracia divina. Y no hay nada más peligroso que habituarse a la gracia; puede resultar irreparable.
Fuente: Manual del misionero