La Televisión


"Nadie en su lecho de Muerte se ha lamentado de no haber visto más televisión. "
Woody Alen


El niño promedio de edad preescolar pasa más tiempo viendo televisión que en cualquier otra actividad que requiere movimiento.  Entre su segundo y cuarto cumpleaños, invierte TREINTA Y DOS HORAS SEMANARIAS en observar la pantalla, lo cual se traduce, en seis mil seiscientas cincuenta y seis horas de los cuatro años más importantes de su vida.

Para cuando entre a primer año de primaria, habrá estado cerca de una tercera parte de sus horas de vigilia junto al aparato de televisión.

Hemos presenciado brotes de lucha para mejorar la programación, pero sinceramente no creo que sea eso lo que nuestros niños necesitan.  Las pruebas señalan que el daño que la televisión causa a los pequeños causa a los pequeños tiene poco que ver con la programación.

El daño es tan grande, que tenemos que analizarlo cuidadosamente.  El daño está en ver la televisión, no tanto en que se observa en ella.

Cuando el pequeño ve la televisión, se encuentra inerte, congelado física y mentalmente.  Es un ser pasivo, no participante, no involucrado (o involucrado sólo en forma superficial y momentánea).  Puede elegir entre una pequeña diversidad de programas (a menudo de naturaleza similar) pero no puede determinar lo que vé, desde qué perspectiva lo vé o en que secuencia.

Al ver la televisión, sus pupilas están fijas en un punto estacionario del campo visual.  En vez de revisar, mira fijamente.  La mayor parte del tiempo (obsérvelo) tiene las manos sobre el regazo, inmóviles.  El niño es como un espectador inerte, un pasajero de fantasías ajenas.

En breve, ver la televisión es parecido a no hacer nada.  Quizás sea el aparato tecnológico más democrático que se ha inventado.  Cualquiera puede verla y todo mundo lo hace.  No se exige ninguna capacidad para verla, ningún talento, ninguna experiencia previa.  Todo lo que se necesitan son ojos.

Ni siquiera los programas mal llamados “educacionales” como Plaza Sésamo son válidos.

Un estudio muy importante de la fundación Rusell Sage en 1985 determinó que los niños que veían diariamente el programa de Plaza Sésamo no avanzaron significativamente más en razonamiento y solución de problemas que los pequeños que lo veían esporádicamente.

Los años pre-escolares representan el período formativo más crítico de la vida del ser humano.  Durante este breve período, el niño desarrolla un estilo personal y perdurable de relacionarse con el mundo: Social, emocional, perceptual e intelectualmente.  Sería interminable enumerar las fuentes de investigación que demuestran sin lugar a dudas la importancia que tiene para el pequeño es esta edad la fantasía, el juego y la exploración de su propio mundo... no del mundo ajeno de la televisión.

En vez de ser un estimulante para el crecimiento y desarrollo de la actividad física e intelectual, la televisión actúa como un narcótico.  El doctor Terry Brazelton, notable pediatra de Cambridge, Mass., y autor de “Infants and Mothers”, asegura que la televisión produce un estado parecido al trance hipnótico en los niños.  “ataca y aplasta al pequeño,” establece el doctor Brazelton, “quien sólo puede responder y reaccionar volviéndose más y más pasivo.”

Los defensores de la televisión para niños, no están de acuerdo.  El doctor Edward Palmer, empleado de la compañía televisiva que produce Plaza Sésamo y Compañía Eléctrica, afirma que ver televisión es “un notable acto intelectual mientras los niños ven televisión” afirma el colaborador de los productores televisivos, “hacen hipótesis, generalizan y relacionan activamente lo que ven con su propia vida”..

Pero una sola mirada a la expresión ausente y los ojos vacíos y lejanos del pequeño que se encuentra ante la pantalla  es el mejor argumento para convencerse de que ver la televisión es el extremo opuesto de un “notable acto intelectual”.  Es más. De “acto”, no tiene nada.  No es actuar: es presenciar pasivamente.

En contra de lo que afirman los interesados defensores de la televisión para niños, la televisión no es y no será jamás la mejor amiga del niño.  Es por el contrario, una de sus peores enemigas.  El tiempo del niño se invierte mejor actuando, participando, haciendo cualquier cosa que no sea ver televisión.

Desde 1955 a la fecha, las horas que los niños pre-escolares ven televisión, se han elevado en mas de un trescientos por ciento.  Durante este período, los niveles académicos han declinado pavorosamente, ha aumentado el analfabetismo (que no necesariamente significa no saber leer, sino NO SABER ENTENDER LO QUE SE ESTA LEYENDO) y las escuelas primarias se han llenado de niños que demuestran dificultades verdaderamente doloras para aprender a leer.

Un estudio reciente de medio millón de niños californianos, demostró  que entre más televisión veían los pequeños, más bajas eran sus calificaciones.  Ver televisión y leer no son comparables en ningún aspecto: No se aprende a ver televisión.... simplemente se mira.

Leer exige involucrarse, comprender.... algo muy lejano y distinto de la experiencia de ver televisión.  Leer un ejercicio activo de solución de problemas: No se puede “mirar”, “observar” un libro.

Estamos dotados por un cerebro ideal para enfrentarnos al desafío de la lectura.  Pero el cerebro de un niño de seis años que llega a la escuela con SEIS MIL HORAS DE TELEVISIÓN BAJO LOS PARPADOS, YA TIENE GRAVES DIFICULTADES POTENCIALES.  A menos que se hagan cambios drásticos, es probable y factible que esa criatura no esté dispuesta o en posibilidad de alterar su posición de observador pasivo.

Los investigadores del National Institute of Mental Health (Instituto Nacional de la Salud Mental),  tienen pruebas de que las células cerebrales crecen en respuesta al estímulo y el ejercicio intelectual (en forma parecida a las células musculares que responden al estímulo físico), y que se atrofian o se debilitan por falta de estímulo.  Asimismo, esa investigación presenta la tesis de que muchos niños con “problemas de aprendizaje” son “niños video” promedio cuyo cerebro, reumático a consecuencia de demasiadas horas de ver televisión, no logra el desafío de aprender a leer.

Las investigaciones recientes con niños que tienen problemas para aprender a leer, indican que ver televisión adiestra a sus hijos  a mirar fijamente, sin que aprendan el movimiento necesario y automático que se requiere para leer.

El doctor Edgar Gording, experto en problemas de lectura, manifiesta que muchos de los niños no-lectores con que trabaja, jamás aprendieron a mover los ojos de izquierda a derecha.  Esa habilidad visual básica, debería haberse desarrollado si durante sus años
pre-escolares esos pequeños hubieran pasado menos tiempo ante la televisión y más horas jugando y en otras actividades con movimiento físico.
Y es igualmente aterradora la cualidad adictiva de la televisión.  Entre más la ven los niños, más se aficionan a ella.  Y si se les impide, es común que pasen por un período de retraimiento emocional que no sólo les provoca stress a ellos, sino a toda la familia.  Se tornan coléricos malhumorados y tristones.  Se obsesionan con la televisión y realizan intentos repetidos y desesperados para “conectarse a ella”.  Se vuelven agresivos, rebeldes y ansiosos.  Su frustración y su ansiedad van en aumento, sofocando su capacidad para adoptar una conducta constructiva.

Y cuando los niños adictos no logran conectarse a la televisión, lo más probable es que se conecten a uno ó ambos padres, chillando y exigiendo “¡Hazme esto y hazme el otro!”.
Al llegar a su límite de tolerancia, los padres devuelven al nene a la pantalla con la esperanza de comprar unos instantes de paz.  No se dan cuenta de que la incapacidad de sus hijos para ocuparse a sí mismos el el resultado (parcial en el mejor de los casos) del tiempo que pasan pegados al aparato de la televisión.  La televisión despoja a los niños de iniciativa, motivación y autonomía debilitando su resistencia ante el strees.

¿Y porqué es adictiva la televisión mientras que por ejemplo, la radio no lo es?  Es cuestión de de tecnologías distintas.  Típicamente, las producciones televisadas, ya sea filmadas o en vivo se toman usando varias cámaras, y cada una de ellas filma la acción desde un ángulo diferente. 
Las redes televisoras saben que el público se queda mirando más tiempo la pantalla cuando la escena cambia de una cámara a otra; así que cambia de enfoque más o menos cada cuatro segundos.  Y esa es la causa por la que los niños pequeños pueden quedarse mucho rato sentaditos, transfigurados ante programas que, definitivamente no pueden comprender.

El cambio incesante del punto de referencia elimina la necesidad de comprender. No capta el interés del niño: LO HIPNOTIZA.

Paradójicamente, el niño que durante horas permanece sentado ante la tele con los ojos fijos, está aprendiendo a no prestar atención: Se está adaptando a un lapso de unos cuantos segundos.

Después de seis mil horas de este insidioso adiestramiento, el niño llega al salón de clases, donde su maestra descubre que el nuevo alumno no logra concentrarse en su trabajo el tiempo indispensable.  También observa que está en movimiento constante.  Finalmente, cuando fallan todos los esfuerzos de la maestra, manda al niño al psicólogo, que lo diagnostica como “hiperactivo”.

Pero estas etiquetas diagnósticas enmascaran más de lo que descubren.  Ver demasiada televisión ha incapacitado al niño para tolerar el campo visual estable.  En el aburrimiento del salón de clases, trata de reestablecer el nivel de estímulo que acostumbra cuando se encuentra sentado.  Sus ojos saltan de una cosa a otra, y con suma frecuencia su cuerpo sigue a sus ojos.  Dado que ver televisión jamás ha exigido que ponga algo de su parte, no termina casi nada de lo que inicia.

Ignora por qué no se puede quedar quieto, poner atención ó terminar su trabajo: Solo sabe que NO PUEDE.  Y ese “NO PUEDO” se convierte cada vez más en parte de su auto-imagen.

Los maestros con mucha experiencia me han comentado que, actualmente los niños en general son menos imaginativos y llenos de recursos que los de hace una generación, cuando no se veía tanta tele como ahora.  La observación no es sorprendente.  La naturaleza explícita de la televisión deja muy poco a la imaginación de los niños.  La verdad es que, muy sutilmente,  en el terreno de sus recursos creativos y, en consecuencia los pequeños no los ejercitan.

Durante los últimos treinta años hemos permitido, que las estaciones televisoras, creen sus propios mitos entre ellos, los de “programas para niños”, “programación familiar” y “programas educativos”.

Supuestamente, los programas como Plaza Sésamo y muchos otros, son “programas infantiles”.  Pero ver la televisión ni siquiera es un pasatiempo adecuado para los niños, y menos aún para pre-escolares.  La televisión es un obstáculo para la infancia, no una ayuda.
En realidad, no hay programas para niños; los llamados así sobreviven y florecen gracias a los padres, no a los niños.  Estos programas, incluyendo los shows para niños” los mantienen ocupados, pero contra lo que los productores quieren hacer creer a los padres no ofrecen nada de valor.

Tampoco hay programas para la familia.  Los términos de “programa” y “familia” son absolutamente incompatibles, porque en el instante en que un grupo de gente que se llama a sí misma familia se sienta a ver la televisión, se detiene el proceso que conforma a una verdadera familia.

Los términos “ver” y “juntos” también son incompatibles.  La televisión no se vé “juntos”...Se vé individualmente, sin que importe cuántas personas estén reunidas en una habitación viendo el mismo programa, cada una de ellas se retira a un solitario túnel audiovisual.

La televisión no puede ser la única causante de la diseminación de los problemas en comunicarnos, pero no cabe duda de que se convierte en una buena excusa para que no se resuelvan.

Entre más se alejan entre sí los integrantes de una familia, más se convierte la televisión en un medio conveniente para tolerar la presencia de los otros miembros, al tiempo en que, simultáneamente, se evita aceptarlo y reconocerlo... todo ello bajo la disculpa de que ver televisión es “actividad familiar”.

“Toda televisión es educativa”, manifestó Nicholas Jonson, anteriormente miembro de la Comisión Federal de Comunicación.  “La interrogante es: ¿Qué se está aprendiendo de ella?”.
Al parecer un niño que vé Reino Salvaje y otro que observa las caricaturas, son testigos de programas totalmente distintos... uno de ellos, supuestamente educativo, y el otro de diversión pura.  Pero volvamos a lo mismo: No hay programas que merezcan, más que otros, el término de “Educativo”.  Tanto el niño que ve una caricatura como el que observa el desarrollo de Reino Salvaje o El Hombre y la Naturaleza, están expuestos al mismo mensaje educacional:

Puedes obtener algo a cambio de nada.

Los niños son personas impresionables.  No tienen forma de valorar y por lo tanto de oponerse al mensaje insidioso de la televisión.

Los niños aceptan.  Absorben.  Se adaptan.  Y casi como arcilla blanda bajo la mano que le da forma, se convierten en aquello que señalan las influencias que prevalezcan en el medio ambiente que los rodea.

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Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 159 Volumén 2: La Televisión