“La salud es un estado de perfecto (completo) de bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad” .
Definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Washington es un Estado con muchos árboles, para decir lo menos. Debe haber más árboles que conservan su verdor todo el año que insectos. Aunque soy más partidaria de los árboles que pierden sus hojas en otoño, y cambian su ropaje en cada estación que de los que están siempre verdes, me he encariñado mucho con estos magníficos seres vivos que adornan mis cinco acres.
Cuando vienen personas que nunca habían estado en mi propiedad, sus primeros comentarios son siempre acerca de lo maravilloso que se siente el lugar y lo excepcional que son mis árboles gigantescos, diferentes a todos los que hay en muchos kilómetros a la redonda, con fascinantes grupos de la misma especie, o de especies mezcladas que crecen del mismo tronco. Hasta los pocos árboles de las especies comunes que pierden las hojas en otoño, y que bendicen el lugar, son impresionantes por su altura y su diseño.
Pero mis amigos especiales, muy especiales, eran unos árboles pequeñitos que estaban del lado exterior de mi barda, próximos al camino. A lo largo de todas las carreteras y caminos de Washington hay interminables agrupamientos de nuevas larga hilera de ellos. Crecieron rápidamente y después de unos tres años aproximadamente de haber llegado yo a ese sitio, los árboles habían crecido lo suficiente como para crear una considerable barrera contra el ruido del tráfico.
Me encantaban. No sé realmente por qué. Tal vez era por su persistencia, por su firme determinación de crecer casi a un lado de la tierra elevada o de sobrevivir en un suelo que se encontraba en las peores condiciones. No sé por qué, pero yo los adoraba.
Mientras estaba yo siguiendo algo similar a un camino espiritual en esos primeros años en Washington, me encontraba aún muy lejos de tener abierta mi válvula. Culpaba al clima de casi todos mis estados de ánimo. Me preocupaba lo remoto del lugar en el que se encontraba mi propiedad. Echaba de menos a mis amigos de California. Y aunque estaba disfrutando al escribir mi primer libro, me enfocaba constantemente en mi falta de dinero, inclinando la balanza considerablemente más hacia las vibraciones negativas que hacia las positivas, y creando una invitación abierta a alguna forma de desastre.
Entonces un día, un memorable día soleado que nunca olvidaré, oí los ruidos de equipo pesado afuera. Me asomé por la ventana y me topé con una enorme máquina taladora que avanzaba hacia los árboles de mi calle. Como impulsada por un resorte, me levanté y salí gritando a la calle, pero era demasiado tarde. El último de los hermosos árboles que yo había visto crecer desde bebés hasta que habían alcanzado dos metros de altura o más, había caído. No recuerdo nunca haber gritado con tanta angustia. Acababan de destruir a mi bienamada familia y yo me sentía desolada.
Durante los siguientes dos veranos, más árboles prendieron y crecieron. Por más que traté de no encariñarme con ellos, lo hice. Estaba muy orgullosa de su energía, así como asombrada de su tozudez. No habían crecido lo suficiente como para que fueran una preocupación para la ciudad todavía, así que sentí que estarían seguros algunos años más.
Cuando los árboles alcanzaron una altura de casi dos metros, comprendí que nos estábamos acercando de nuevo a la época en que los tirarían. Pero ahora yo ya tenía conocimiento de la Ley de la Atracción y mantenía una válvula abierta lo mejor que me era posible. Había muy poco temor en mi mundo, ninguna aprehensión sobre la seguridad, una nueva apreciación y un cariño recién descubierto por el clima húmedo, frío y pegajoso de Washington. Mi balanza de vibraciones se había inclinado hacia lo positivo. Yo me sentía feliz, mi válvula estaba más abierta que cerrada y yo sabía sencillamente sabía que mis jóvenes y resistentes amigos estarían a salvo mientras yo viviera ahí.
Por supuesto, un día de verano oí de nuevo el ruido del equipo pesado, y salí. No había pánico en mí; sólo salí. Los taladores acababan de terminar de echar abajo la larga fila de árboles que mi vecino tenía junto al camino. Entonces dieron la vuelta alrededor de mi propiedad, la pasaron sin tocarla, y empezaron a cortar los árboles de la propiedad que seguía. Yo me dirigí hacia el conductor y le pregunté por qué no habían tocado mis árboles: "Oh, no sé, señora, pero se ven muy bonitos aquí. Pensé que tal vez usted quisiera quedarse con ellos. ¿Quiere que los corte?".
Tan a salvo, tan seguros, tan felices.
Nuestro Yo expandido vibra en una frecuencia que llamaríamos -si pudiéramos sentirla- pura, no adulterada, de verdadero éxtasis (¡debe ser maravillosa!). Ojalá pudiésemos entender esto: la mayor parte de nuestro ser está operando en una frecuencia, o en un ritmo de vibración desconocido para nosotros en esta época, lo que podríamos llamar realmente feliz. Puesto que la felicidad y el bienestar son sinónimos, eso significa que hay una parte de nosotros -la más grande que no conoce otra cosa más que el bienestar eterno e incondicional, porque si tienes una (alegría de alta frecuencia) por las leyes de la física debes tener la otra (bienestar).
Por tanto, cuando estamos vibrando positivamente y sintiéndonos bien, o entusiasmados, o apreciando algo; cuando estamos bien conectados, enfocados sólo en el placer de nuestros "quiero", en lugar de pensar en las frustraciones de nuestros "no quiero"; cuando nos encontramos en unos rangos que van de la simple satisfacción a la euforia; cuando nuestra válvula está abierta y estamos permitiendo que nuestra energía primaria fluya a través de nosotros, no hay una bendita cosa en este mundo que pueda hacemos daño. ¡Nada! Ni en los negocios, ni en el hogar, ni en la autopista, ni en el cuerpo, y ni siquiera en nuestros queridos árboles, o en nuestros terrenos. No puede suceder absolutamente nada, porque cuando estamos en esa energía, estamos viviendo -y fluyendo-la energía de nuestro propio ser omnipotente, que sólo conoce el puro e inmaculado bienestar, y no sabe nada de vibraciones negativas.
Lo único que esa parte más grande de nosotros conoce es la alegría inexplicable, el poder, la despreocupación, la ligereza y la seguridad infinita, porque lo que realmente es, es el bienestar infinito. Y eso es lo que somos realmente como su expresión física: el bienestar puro e interminable. ¡Todo lo que tenemos que hacer es damos a nosotros mismos una oportunidad de que sea así! Si crees que estoy insistiendo mucho en eso, tienes razón, porque aquí estamos hablando de "la buena vida". Cuando estamos conectados con esa energía de alta frecuencia, libres de temor y basados en la felicidad; cuando no estamos produciendo emociones negativas de preocupación, amargura, duda o culpabilidad, nos conectamos automáticamente con la buena vida del bienestar, donde nada puede nunca hacemos daño físicamente. ¡Así es! ¡Nada puede hacernos daño nunca! Ni siquiera el asaltante local, ni nuestro viejo auto, el borracho tonto de la autopista, ni siquiera la Madre Naturaleza.
¿Un terremoto? Tal vez tu hogar podría sufrir daños, pero si sólo hubiera una ligera inclinación en la balanza hacia lo positivo, tú estarás a salvo. Si no lo estás, será mejor que verifiques tu válvula (cuando te recuperes). Siempre puedes evaluar el grado de tu conexión con la Fuente de energía, y la apertura de tu válvula por el grado de destrucción de tu hogar, tu cuerpo, tu auto o tu empleo, con lo que sea. ¿Un robo en tu casa? ¿Una enfermedad grave? ¿La destrucción que provoca un gran tornado? ¡Es que la válvula está muy cerrada!
Y; por favor, "válvula cerrada" no significa grosero o perverso. Sólo porque alguien murió en un huracán o en un atentado terrorista, eso no implica en modo alguno que no fueran personas cálidas y amorosas; simplemente significa que se habían envuelto ellas mismas, inconscientemente, en vibraciones negativas de la conciencia masiva que hacen que nuestra, vida sea tan difícil.
Pero cuando la válvula está abierta y nuestra balanza de vibraciones se inclina incluso con el peso de un cabello hacia lo positivo más que hacia lo negativo, literalmente nos cubrimos con un traje, con una armadura divina. Así que cuando estamos conectados, entusiasmados, y el flujo de energía de alta frecuencia está circulando libremente, no podemos siquiera estar preocupados por aquello que habitualmente nos preocupa, lo cual, desde luego, sólo servía para atraer más de lo mismo.
Cuando tu válvula está abierta, cuando tomas la decisión de estar contento con la vida, sin importar cómo, automáticamente te pones el atuendo de un bienestar absolutamente impenetrable, en el cual nada malo puede sucederte nunca. Es simplemente una imposibilidad de emitir vibraciones de que "algo malo" pueda sucederte en esa alta frecuencia.
Pero, independiente de las grandes cosas terribles de las que nos protegemos al vibrar en nuestras altas frecuencias, hay toda clase de pequeños detalles que empiezan a suceder, como el de que se hayan salvado mis preciosos árboles.
Por ejemplo, si tienes topos bajo la tierra, sólo saldrán de ella cuando nadie pueda verlos, o no saldrán, pero nunca lo harán en el jardín que adorna el frente de tu casa.
Las ardillas se irán tras la comida para pájaros de algún otro, pero no tras la tuya.
En tu casa puede haber cucarachas, pero pronto se irán a otra parte.
Una intensa tormenta puede tirar los árboles en la casa de tu vecino, pero en la tuya permanecerán intactos.
Algunos perros sueltos pueden aparecer en el patio de tu vecino, pero no en el tuyo.
Tus amigos pueden ser sorprendidos por una tormenta de nieve, pero tú llegarás a casa a salvo.
Tu zona puede ser blanco de robos a buzones, pero al tuyo no lo tocarán.
Si tu auto se queda sin gasolina a cientos de kilómetros de algún lugar habitado, alguien llegará a rescatarte.
Si el virus de la gripe está atacando a todos, a ti no te tocará. Y siempre perderás el avión que va a estrellarse.
Todo esto -y mucho más- es fruto de estar arropado dentro de tu propia energía de "sentirte bien", la frecuencia que garantiza nuestro bienestar.
Continuará...
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 102 Volumén 2: Tu Bienestar y La Ley de Atracción