Los primeros diez días
A continuación presento todo lo que era mi programa:
1. mantener mi atención alejada de cualquier cosa que me causara preocupación (lo cual se refería en su mayor parte a las finanzas) y,
2. en su lugar, situar al instante -cambio rápido-lo que tenía preparado para apreciar de mí mismo ese día.
Sin embargo, durante los primeros tres días no había desarrollado el proceso de cambio rápido y fueron terriblemente difíciles. Estaba atrapado en la profundidad y duración de mis periodos de atención negativa. Encontré que caía en la preocupación en un abrir y cerrar de ojos. Estaba constantemente tenso. No entraba dinero y, en cambio, salía mucho. Son momentos que te pasa por la mente pensamientos que te dicen ¿será verdad todo esto?, y ¿si son puras palabrerías?. Me parece crítico el proceso de tener fé en estas circunstancias ya que tienes mucho por ganar y nada por perder, es más si tiras la toalla simplemente es como empezar a cavar el hoyo de tu sepulcro. Tú decides si lo mejor de tu vida ya paso ó esta por venir.
Mis anuncios no funcionaban, como tampoco mi nuevo vendedor, a quien había contratado por pánico y que tenía más carencias que yo mismo (obvio). Traté de imaginar lo que quería, pero continuaron llegando los "no quiero", así que no cambié esa rutina hasta que fui más consciente de lo que estaba haciendo.
Parecía que ese constante tono de preocupación nunca se iría, ni siquiera cuando sonreía a la gente o hablaba alegremente por teléfono. Colgaba el teléfono e inmediatamente me preguntaba de dónde llegaría el siguiente préstamo; entonces comprendía lo que estaba haciendo y trataba desesperadamente de encontrar algo -cualquier cosa- en la cual pensar. Como eso no funcionaba, me sentía realmente abatido.
Las horas pasaron muy lentamente durante esos primeros tres días. Me sorprende cuántas veces en el día me enfocaba en mis carencias, un hábito del cual me era muy difícil liberarme puesto que apenas unos meses antes el dinero caía sobre mí como si fueran las Cataratas del Niágara. Pero ahora tenía la clave, así que, de algún modo, encontraría la manera de usarla adecuadamente.
Para el día tres, había descubierto que probablemente el 97 por ciento de mis días estaban dedicados a la preocupación, la angustia, la ansiedad y el temor. Tomar conciencia de eso me deprimió completamente y después me enfureció, lo cual seguramente no me ayudó. No tenía idea de que me había estado preocupando en forma tan rutinaria, y sin darme cuenta. Hablar conmigo mismo era inútil y escribir un nuevo guión era imposible, dado mi esquema mental. Fue entonces cuando supe que tenía que encontrar algo que estuviera ya listo para conectarme con un enfoque fácil y agradable, con una buena y alta vibración. Gracias a mi guía seleccioné la autovaloración, pensando que con esa herramienta me sería muy fácil alcanzar lo que me proponía. ¡Oh, claro! No sólo fue más difícil de lo que había anticipado, sino que descubrí que la parte más complicada era permanecer ahí una vez que había llegado. Sin embargo, todo ello me llevó a que decidiera continuar.
De cualquier modo, la autovaloración fue lo que escogí e instantáneamente encontré que cambiar de negativo a positivo me resultaba más fácil así. Ahora tenía algo concreto en que enfocarme, aunque estaba encontrando difícil sentir dicha valoración, en comparación con simplemente pensar en ella, sentirla con una intensidad que despertara en mí el estremecimiento, aunque el tema del día no fuera nada más que mi mascota. Algunas veces tenía que salir a caminar, alejarme del ambiente de la oficina, y ponerme de pie bajo un árbol, hasta que podía conseguir de repente una sonrisa exterior que me llevara a esa gentil sonrisa interior, donde podía imponer con sentimiento el tipo de apreciación que correspondía a ese día.
Para el día cinco, comprendí que las cosas empezaban a cambiar. Algo estaba funcionando -lentamente, pero sí- funcionando. Aunque sólo podía llegar a un lugar de sentimiento realmente elevado durante una cuarta parte del día, el resto de éste transcurría con facilidad, sin ese incesante y sombrío enfoque en la carencia. Durante los primeros diez días, no creí que fuera a lograrlo, pues cuanto más cambios rápidos hacía, más deprimida me sentía de que esta persona llena de vitalidad (yo) a la que la gente siempre había considerado tan positiva y tan feliz, no fuera más que una aprensiva común y corriente, ¡exactamente el tipo de persona que yo mismo solía recomendar a la gente que dejara de ser!
A medida que los días transcurrían, empecé a dudar de poder llegar alguna vez al momento anhelado, de realmente pasar de dieciséis a dieciocho horas sin ningún asomo de ansiedad. Algunas veces me llegué a sentir tan desalentada que habría gritado al universo; me echaba a llorar y metía las manos en los bolsillos para salir malhumorada a caminar, llena de autocompasión. De hecho, muchas veces durante esos primeros días, la posibilidad de aprender a vivir sin esa familiar y hasta reconfortante vibración de angustia, que había sido mi aliada la mayor parte de mi vida, parecía más allá de toda esperanza. Lo que me causaba todavía más angustia era descubrir con desconsuelo que, para empezar, había dentro de mí un gran miedo. Bueno, había vencido otras adicciones y, ¡maldita sea!, vencería esto, sin importar lo que requiriera para ello.
El sexto día (no, no voy a recorrer los treinta), sin razón aparente, me hundí en una profunda depresión y me eché a llorar. Me sentía frustrado y enojado y no sabía siquiera por qué. (Posteriormente descubrí que se debía a un cambio químico en mi cuerpo.) Finalmente, salí y fui a sentarme bajo uno de mis árboles favoritos durante un rato, para calmarme, de modo que pudiera cambiar mi conexión a la valoración del día. Pasaron unos cuarenta y cinco minutos antes de que pudiera conectarme, pero lo logré, y para mi deleite, no hubo más sentimientos perturbadores el resto del día.
En la actualidad, si me siento emocionalmente afectado como en esa ocasión, enseguida me pregunto en qué "no quiero" me estoy enfocando, o qué me está molestando, y casi siempre encuentro la respuesta con rapidez; hablo conmigo mismo para sacarla, para minimizarla y dejo ir las cosas. Pero al comenzar con esa primera "entrada", a menos que se tratara de algo muy evidente, sólo intentaba cambiar el sentimiento.
Cuando pasaron aquellos primeros diez días, comencé a darme cuenta de que empezaban a tener lugar cambios drásticos. Aquellas sensaciones de presentimiento -surgidas de no sé dónde- que caían sobre mí sin razón aparente a lo largo del día, se redujeron de varias docenas a más o menos dos. La abrumadora preponderancia de vibraciones negativas había cesado, y al descubrirlo sentí como si acabara de conquistar el Monte Everest desnudo. ¡Estaba eufórico!
Asimismo, durante esos primeros diez días me percaté de cuán difícil era para mí tener fantasías, querer, desear. Por supuesto, pensé en las cosas usuales como tener más dinero, distrutar más al hacer mi trabajo y cosas así, pero raras veces -si es que alguna- me permitía el placer de acariciar mis más profundos sueños. Si una fantasía cruzaba por mi mente, como mi deseo de toda la vida de tener una segunda casa alejada de la ciudad, a la orilla de un hermoso lago, simplemente suspiraba y la empujaba hacia lo más profundo de mi interior, para convertirla en un anhelo olvidado. Decidí terminar con esa estupidez y el octavo día salí a cortar leña, una pasión mía muy personal, y empecé a decir en voz alta que: "¡Al diablo con todo!"; que ya era tiempo de sacar del clóset todas esas viejas añoranzas -y cualquier otra cosa que encontrara ahí-, para convertirlas todas en un "quiero" declarado y permitirme sentir la emoción de ello, sin importar cómo.
Y lo hice. Durante una espléndida hora, después de conseguir estremecerme y entrar un poco en el "sentirme bien", corté leña, hablé con mis perros y conmigo mismo acerca de mi cabaña en el bosque junto al lago. Describí los olores, los árboles, el muelle, la decoración de la cabaña, el brillo del agua en el crepúsculo. La hora se convirtió en segundos. Había cruzado una barrera completamente impenetrable hasta entonces: la barrera de darme a mí mismo. Me había permitido el placer de sumergirme en una fantasía y de convertirla en un "quiero". Había dado vuelta a la página y lo sabía. Desde luego, esa semana había empezado la sincronización. Yo vi "mi lago" en la televisión exactamente al día siguiente. Lo encontré en un calendario. Lo vi en el anuncio de una revista, como si el universo estuviera diciendo: "¡Te oímos, mujer, sigue..., y será tuyo!". (¡Al escribir esto, ya casi lo es!). Una vez más, estaba emocionado.
El noveno día era otra vez tiempo de pagar cuentas y estaba inquieto. ¿Cómo debería sentirme? ¿Podría mantenerme sin temor y alejada del sentimiento de carencia? ¿Podría cambiar rápidamente mi enfoque? Con la firme decisión de prestar atención a mis sentimientos, me dirigí a mí escritorio. Por fortuna, el proceso mensual de pagos fue más fácil que de costumbre, aunque aun así, encontré difícil saltar a -y mantenerlo así- un enfoque de apreciación. Así que me puse a cantar. ¿Por qué no? Cualquier cosa era válida para romper ese viejo hábito, duro de vencer, de temer el décimo día del mes. Funcionó muy bien, pero terminé saliendo al campo a disfrutar de la tranquilidad del ocaso y poner a funcionar mi estremecimiento. No hubo más sentimientos negativos el resto de la tarde y en la noche. ¡En mi diario, esta última frase está subrayada!
Sabía que estaba donde debía estar. Las ideas brotaban por todas partes. En forma deliberada, traté de empujarme yo misma hacia un sentimiento negativo ¡y encontré que no podía hacerlo! Pero cuando alguno trataba de introducirse furtivamente, sonreía para mí misma como el gato de Cheshire de la película de Alicia en el país de las Maravillas, y me daba una palmadita en la espalda por reconocer el sentimiento, y con un cambio rápido de velocidades ponía el freno de vibraciones.
Finalmente llegó el día, ese día tan largamente esperado, en el que supe que estaba completamente tranquilo en relación a los ingresos (aunque todavÍa no tenía ninguno), hasta el grado de estar sinceramente despreocupada. ¡Dios mío, qué maravilloso sentimiento era ése!
Después de años de hábito, como es de suponer, encontré que todavía tenía que cortar amarras de declaraciones negativas como: "No, lo siento, no puedo ir contigo, estoy pasando por una mala racha, y no tengo suficientes ingresos". Desde luego, me sentía deprimido en cuanto algo así salía de mi boca, pero a partir de ahí, no me tomaba mucho tiempo descubrir lo que había causado el sentimiento (siempre un "no quiero") y hacía el cambio rápido para salir de él.
Día a día, todos difíciles, observaba cómo se iba disolviendo toda una vida de pensamientos negativos inconscientes y de emoción negativa. Estaba venciendo una adicción tan honda, tan arraigada, que ni siquiera sabía que la tenía. Sin duda, cambiar mi enfoque y mis sentimientos no sólo no era imposible, sino que estaba sucediendo. Esperé impacientemente a ver los resultados, ¡algo realmente tonto!
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 103 Volumén 2: 30 Días para Implementar La Ley de Atracción