Nuestra necesidad de necesitar



Este incansable hábito que tenemos de pensar negativamente constituye una parte tan importante de lo que definimos como "normal", que la mayoría de nosotros no sabríamos quiénes somos, sin él. Perderíamos nuestro apoyo, porque vivir en esa vibración es lo mismo que estar enganchados en las drogas: una vez que se cae en ellas, la vida no puede continuar sin arreglarla.

Hace poco, hablando sobre la Ley de la Atracción y la creación reflexiva ante un grupo muy numeroso de integrantes de Alcohólicos Anónimos, encontré una fascinante contradicción. Por una parte estaba una fácil aceptación de los principios de la Ley de Atracción, hasta un grado de excitación. Sin embargo, por la otra había un evidente temor de "soltar" la necesidad de necesitar. Una muchacha dijo: "Creo que lo que dice es maravilloso, pero ha pasado por alto una cosa: yo necesito seguir viniendo a estas reuniones para mi propio crecimiento. Necesito a esta gente, o me hundiría otra vez. Yo no tenía mi válvula abierta cuando llegué aquí hace seis años, y estas personas me ayudaron a abrirla. Si me fuera ahora, bueno, me daría miedo hacerlo. Me daría miedo quedar únicamente a mis expensas de ese modo".

Su válvula no estaba abierta. La adicción de esta muchacha al temor se había convertido en una necesidad. Largo tiempo atrás, ese mismo temor se había convertido en su "propia curación". Sentía que se quedaría sin las muletas en las que se apoyaba, si alguien se atrevía siquiera a sugerir que podía enterrar sus temores para siempre, si sólo encontraba formas de sentirse mejor. Incluso abordar el tema le resultaba francamente aterrador. El temor era su identidad, su "cobijita" de seguridad, y no estaba sola, esa reacción era idéntica en muchos otros miembros: "Déme las claves de la felicidad, pero no se atreva a quitarme mis inseguridades, o me sentiré desnuda y vulnerable." Nuestra siempre presente necesidad de necesitar.

Por otra parte, existe de manera generalizada el concepto erróneo que tenemos muchos de nosotros de que, antes de que pueda haber una recuperación confiable de cualquier adicción o desorden emocional, debemos desenterrar toda la dolorosa basura que alojamos en nuestro interior durante nuestros primeros años de vida. Otra persona dijo: "No veo cómo se puede usted sentir mejor sin regurgitar (¡sus palabras exactas!). (alusión al regreso a la boca de alimentos ya deglutidos pero no digeridos provenientes del esófago). Todo ese horror por el que tuvimos que pasar mientras crecíamos". Un hábito de pensamiento negativo, convertido en necesidad.

Nuestra necesidad de dolor emocional para sentirnos vivos, o cuando menos levemente incómodos, es la mayor adicción que ha conocido nunca la humanidad. Desde luego, muy probablemente jamás dejaremos de tener reacciones negativas, porque el contraste es precisamente lo que significa ser criaturas físicas; pero, sin duda, podemos aprender a permitir en nuestras vidas el contraste, nuestros gustos y aversiones, sin tener que sentir y fluir con tanta negatividad.

Tres meses delirantes

Pero yo no había aprendido nada de eso todavía. Así que cuando las tasas de interés subieron, y mi negocio de las hipotecas prácticamente desapareció, me volví totalmente loco. Los préstamos fueron suspendidos de la noche a la mañana. Y de la noche a la mañana también, yo cambié de positivo a negativo, culpando a las situaciones externas -el maldito mercado- de mi estado de ánimo y de mi condición mental. Pasé de: "¡Hombre, esto está sensacional!" a: "Dios, ¿qué hago ahora?".

Con mi enfoque puesto en el mercado en declive y mi cuenta de banco que también declinaba rápidamente, volví ansiosamente la mirada a mi infomercial, que estaba casi listo para entrar al aire. Seguramente me sacaría de mi lío financiero. Seguramente me salvaría. Seguramente este notable programa tendría la suficiente demanda, como para garantizar que esta aventura -y yo- prosperáramos.

Como había sucedido la mayor parte de mi vida, mi adicción a los problemas una vez más se convirtió en mi "cobijita" de seguridad. El único lugar en el que me sentía seguro era envuelto en las familiares vibraciones negativas. Traté de regresar al estado de estremecimiento que había aprendido a manejar, pero estaba demasiado inquieto y éste se apagó rápidamente. Ni una sola vez escribí otro guión; no sabía que podía hacerlo. Todo lo que hice fue perder horas de sueño, beber mucho café, gritar a los perros y sentirme más y más aterrada por las impresionantes cantidades de dinero que había gastado, junto con las no menos considerables sumas de dinero que no estaban llegando.

Entonces, llegaron los:" ¿Qué tal si...?" ¿Qué tal si el infomercial no funcionaba? ¿Qué tal si había gastado el equivalente al ingreso de cinco años y no recibía suficientes pedidos para con vez estaba creando una espiral poderosamente cargada, muy magnética y muy negativa, que crecía con cada segundo que pasaba, con cada pensamiento temeroso que proyectaba. Seguía tratando de creer que las cosas no habrían marchado tan bien como el año anterior, en el que había ganado tanto dinero mientras producía el programa y la serie, si el programa no hubiera estado "destinado a" ser un éxito. iSí, si...!

El comercial de media hora salió al aire durante un largo fin de semana en veinte diferentes mercados, de Hawaii a Nueva York y todos los puntos intermedios. No tengo que decir lo que pasó. No había un "quiero" en el Universo que hubiera podido atravesar las gruesas vibraciones de mis "no quiero''', que suplicaban: "No quiero que esto falle; ¡oh, por favor, no quiero que esto también falle!". Mi válvula estaba completamente cerrada. La puerta a mi juguetería estaba cerrada, con candados, y mi resistencia a lo que se pareciera siquiera remotamente al bienestar, era más grande que la Vía Láctea.

Las proporciones del desastre me sumieron más profundamente que nunca en la inseguridad y el temor. Durante tres desesperados meses, di vueltas corriendo de un lado a otro como un pollo al que le hubieran cortado la cabeza, actuando al estilo del Llanero Solitario, con mi válvula completamente cerrada, tratando desesperadamente de generar algo de dinero, mientras seguía enfocada constantemente en un largo tren de cosas indeseadas. Ni una sola vez dejé de culpar a (y de sentir ansiedad por) las condiciones de la economía. ¡A todas ellas!: al mercado, a la falta de ahorros, a la falta de ingresos, al desastre de la televisión y a las deudas de producción pendientes. No me gustaba lo que veía. ¡N o necesito decir que cuanto más atención ponía en lo que miraba, más recibía de lo mismo!

Finalmente, en respuesta a mis gritos de angustia pidiendo socorro, supongo que el universo se compadeció y envió un poco de ayuda sobre la base de: "¡Tómalo o déjalo!". No fueron grandes cantidades de dinero (ni un solo centavo), no fueron nuevas ideas, ni siquiera gente que me ayudara, sólo algunas enseñanzas. Fue cuando Los principios de la Ley de la Atracción llegaron a mí, sin ceremonia alguna y en la peor de mis circunstancias.

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Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 103 Volumén 2: 30 Días para Implementar La Ley de Atracción