Ley de atracción: Pendiente a las señales


Justo a la mitad de ese año, después de mucho tiempo en que el negocio de las hipotecas y mi ingreso personal fluían con tal abundancia que casi era cosa de risa, se me ocurrió una idea. Realmente no necesitaba ideas en ese momento, ya que mis "quiero" se estaban realizando con tanta rapidez que casi no tenía tiempo de disfrutarlos. De cualquier modo, tuve una idea que me dejó perpleja.

Se me ocurrió cuando estaba en la regadera, una noche en la que, por alguna razón que no recuerdo, me sentía llena de entusiasmo. Y tengo que confesarles que mi primera reacción fue exclamar en voz alta: "¡Dame un respiro! ¡Debes estar bromeando!".

La idea era hacer un infomercial (un comercial de media hora para televisión), para un producto de autoayuda, sumamente extenso y complejo, que todavía no había creado, en el que nunca jamás había siquiera pensado, y acerca del cual no tenía ni la más remota idea de cómo y dónde empezar. Todo el concepto era completamente descabellado e ilógico.

En esos momentos yo estaba involucrada en el negocio de las hipotecas hasta el máximo de mi capacidad, a la mitad del año de mayor prosperidad que había tenido en mi vida y, de pronto, me sentía invadida de ideas para producir un programa de televisión del que no sabía absolutamente nada. ¡Qué locura! Sin mencionar que costaría muchísimo dinero llevarlo a cabo, que requeriría de un enorme talento para coordinarlo, que sería un trabajo de tiempo completo para quien supiera qué demonios había que hacer, de lo cual por supuesto yo no tenía ni la menor idea (no importaba que ni siquiera hubiera sacado el producto).

Pero mi válvula estaba abierta; aunque yo no lo entendiera, mi frecuencia estaba más alta que nunca. Y hacia donde quiera que mirara, sólo encontraba condiciones positivas, así que las ideas para divertirme seguían llegando, las quisiera yo o no.

A los cuatro meses -¡cuatro meses!- después de que se me ocurrió la idea..., obtuve una cuantiosa cantidad de dinero para pagar la lujosa producción del producto..., y las sumas requeridas para la producción del programa de televisión de gran categoría..., los suficientes dólares que se necesitaban para comprar el extenso tiempo de televisión de costa a costa..., al tiempo que yo misma escribía, narraba, actuaba y producía todo, filmando en locación con un gran equipo profesional. ¡Sólo se necesitaron cuatro meses!

Para marzo del año siguiente, ya estaba en el aire promoviendo Curso de vida 101, el monumental audiovisual que ofrecía un curso para tomar en casa sobre crecimiento interno, del cual yo era la autora. ¡Asombroso!.  Realizaba el trabajo de una docena de personas: manejaba una empresa y creaba otra, mientras escribía y producía un nuevo programa para televisión muy complicado..., yo sola..., y a una edad más que madura. Para ser franca, la mayor parte de mis amigos pensaban que me había vuelto loca.

iAh!, pero lo que ellos no sabían era con qué poco esfuerzo estaba materializando todo aquello. No había acciones desesperadas, ni esfuerzos titánicos, ni lucha constante. Esta vez estaba .conectada. Todo se deslizaba como si fuera arrastrado por un trineo bien lubricado. Las piezas caían en su lugar como por arte de magia. En cuanto me preguntaba cómo haría alguna cosa, las respuestas me llegaban de la nada. Realizaba fácilmente lo que tenía que hacer. Sin fricciones, sin preocupaciones y sin la menor duda en el mundo. En realidad, la estaba pasando muy bien.

Desde luego, tenía mucho trabajo, pero era trabajo fácil de hacer porque recibía ayuda constante e inesperada de mi guía. Cualquier problema que surgía se resolvía casi tan pronto como aparecía. Todo -en ambas compañías- marchaba a la perfección, y yo estaba en la corriente misma de la vida. Nunca cuestionaba una nueva idea o una nueva dirección, pues las indicaciones de cómo hacer las cosas me llegaban siempre inmediatamente después de la idea. Y en ningún momento me sentí agobiado, ni deprimido.

Espontaneidad se convirtió en mi primer apellido. Dejé de preocuparme por el tiempo. La alta frecuencia magnética que emanaba de mí era tan poderosa, que movilizaba los siguientes eventos y circunstancias para que yo pudiera salvar todos los obstáculos de una situación, antes de llegar a la siguiente.

Estaba asombrada por lo que estaba sucediendo; sin embargo, todo lo que estaba haciendo -sin saberlo siquiera- era fluir la energía positiva de "sentirse bien", y llevar a cabo las ideas inspiradas que me llegaban, como una corriente continua. No se requiere nada más excitante que eso.

Señales, señales, señales

¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo: "Tengo un deseo repentino (o una corazonada o una sensación en las entrañas) de ir a ese lugar?". Y eso hiciste: fuiste y encontraste que había estado bien hacerlo. Estabas siguiendo a tu guía. O se te ocurrió la loca idea de probar determinada cosa. Y lo hiciste. Y fue un éxito porque resultó divertido. Estabas siguiendo a tu guía.

Pero no necesitas estar iniciando un nuevo negocio para tener ideas, corazonadas o presentimientos. Así, tu "quiero" puede ser sortear el tráfico del centro de la ciudad para llegar a tiempo a tu oficina, lo mismo que encontrar una nueva pareja. Todo lo que tienes que hacer es prestar atención a las señales que harán que eso suceda..., ¡y aprender a confiar en ellas!

Una llamada telefónica inesperada de un viejo amigo, un programa de televisión que normalmente no ves, el deseo repentino de leer algo, o de llamar por teléfono a alguien, o de tomar una ruta diferente..., todos son pequeños empujones que te da tu Yo expandido, tu guía interna/externa, para ayudarte a mantener tu curso en el camino que te llevará a la alegría, aunque sólo se trate de encontrar un buen lugar para estacionarte cuando está lloviendo. Has producido energía de "sentirte bien", combinada con varios "quiero", que a la vez han creado corredores de energía que fluyen hacia un sinnúmero de remolinos y ahora, cuando entres en ellos acude a tu Guía. Tus impulsos para actuar -para hacer esto, ir a ese lugar, llamar por teléfono- proceden de la actividad magnética iniciada por tu energía bien enfocada.

Poco después de que me embarqué en este nuevo camino de creación deliberada, iba rumbo a Pórtland en mi viejo y querido Mercury Monarca modelo 77, un auto que había sido reparado muchas veces, porque era un modelo que me encantaba. Un nuevo motor, nuevo esto, nuevo aquello. Pero, debido a su edad, mi mecánico me había recomendado que usara aceite sintético para reducir el desgaste de sus piezas. Eso estaba muy bien, excepto que en ese tiempo los aceites sintéticos no eran nada comunes, y la marca que yo usaba tenía que pedirse expresamente para que la enviaran a la población donde yo vivía.
Durante mucho tiempo yo no había salido de casa más allá de la tienda de abarrotes, así que el recorrido de dos horas que tenía que hacer para llegar a Pórtland, me resultaba muy atractivo. Puse la música que elevaba mi estado de ánimo y estaba en la cima misma de la alta frecuencia que produce la felicidad, una hora más tarde, fluyendo energía positiva, cuando recordé que no había puesto al auto el aceite que tanto necesitaba. Generalmente cargo con dos litros del extraño aceite en mi auto; pero eso se me había olvidado también y la posibilidad de encontrar el aceite -que además tenía que mezclarse con cualquier otro- en ese trecho de tierras de cultivo, en la autopista del sur de Washington, no sólo era remota, sino absolutamente impensable.

Avancé unos cuantos kilómetros más, preguntándome qué podría hacer, cuando sentí el impulso repentino de desviarme en la siguiente salida. Puesto que en esa época seguía mis corazonadas sin vacilación, me encogí de hombros y me salí de la autopista en cuanto pude para tomar un desolado camino local, a no más de un cuarto de kilómetro ge la autopista.

Lo que encontré parecía un viejo pueblo minero abandonado, un pueblo fantasma, lleno de construcciones ruinosas o semi-derruidas y en condiciones deplorables. Todas estaban tapiadas, y tan deterioradas que se veían ladeadas. No se veían señales de vida por ninguna parte, pero, por alguna razón, detuve el automóvil y bajé de él, extrañamente consciente de que no estaba cuestionando mi decisión o pensando en cosas como: "¿Qué diablos hago aquí?", sino sólo siguiendo mi corazonada.

Entonces lo ví, y mis ojos no podían creerlo. A unos veinte metros frente a mi auto había otro deteriorado edificio con un letrero apresuradamente pintado a mano, que decía: "Refacciones para auto". No sé cómo no me había fijado en él al detenerme; pero ahí estaba, exactamente frente a mí. Atolondrada, entré y pregunté si tenían aceite sintético. Sí, lo tenían, pero sentían mucho que sólo tenían de la marca Blurp, ¡que era exactamente la marca que yo necesitaba! "¡Sí, señor, nos quedan los dos últimos litros!".

La cabeza me daba vueltas cuando volví al automóvil. Seguramente, estaba más emocionada y excitada de lo que pueden describir las palabras. Seguro que estaba más que feliz de ver cómo funcionaba la Ley de la Atracción, pero, a decir verdad, me sentía atontada. Todo era tan abrumadamente evidente, que era imposible negarlo. Mis vibraciones habían estado en lo más alto. Entonces apareció una necesidad apremiante, pero sin un ápice de resistencia, nada de: "Estoy en 'problemas. Nunca encontraré por aquí ese aceite, ¿qué voy a hacer?". Con mis vibraciones tan aceleradas, yo había atraído en forma instantánea la solución; había recibido instrucciones muy claras de mi Yo expandido, en forma de una fuerte corazonada que decidí seguir obedientemente. Pero, caramba, ¿hasta qué punto se puede uno volver adivino?

¿Cómo sucedió? ¡Quién sabe! y, después de todo, ¿a quién le importa? Basta con confiar, con actuar de acuerdo con lo que sientes, y las cosas saldrán bien.

Lo importante es tratar de funcionar como un avión al que se le pone el piloto automático, y prestar atención a los impulsos. ¡Escucha! Mantente alerta a esas pequeñas sacudidas que llamamos corazonadas, estate pendiente de las señales, observa y sigue tus impulsos. Si te sientes bien con lo que haces, es que estás obedeciendo a tu guía.

La mayoría de nosotros nos resistimos a creer que las cosas pueden suceder, a menos que podamos ver de antemano cómo encajarán las piezas. Así que empieza a observar las pistas que se te ofrecen. Observa la forma maravillosa en que las cosas se unen, y verás cómo las partes que faltan toman forma y empiezan a colocarse en su lugar como por arte de magia.

Ahora has entrado al extraño mundo de la sincronía; estás conectado a tu fuente original de energía y te dejas llevar por el flujo de ella. Pero nunca lo verás, ni aprenderás de ello, si no te vuelves observador.

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 98 Volumén 2