H. W. Arnold
Hace unos cuantos años, cuando era yo mucho más joven y acababa de llegar a California, conducía mi auto todos los días del Valle de San Fernando, a lo largo del hermoso Cañón Coldwater, hasta Beverly Hills, donde tenía un detestable empleo en las oficinas corporativas de una importante empresa aeroespacial. Me gustaba el recorrido, pero no el trabajo. Sin embargo, no era el momento adecuado en mi vida para "quemar las naves". Durante dos años conduje por el Cañón, busqué cosas que hacer en mi trabajo hasta que me aburrí.
Una hermosa tarde, mientras disfrutaba del recorrido, de vuelta al Valle de San Fernando, al pasar frente a las preciosas casas de Beverly Hills, dije en voz alta, dirigiéndome al poder que yo entonces pensaba que estaba fuera de mí: "Muy bien, Poder Superior, veamos qué tan bien funcionas. Estoy aburrida con este trabajo y quiero hacer otra cosa. Dame una idea. De hecho, si sólo dame las semillas, yo me encargaré de plantarlas".
Sin darme cuenta, estaba en ese lugar perfecto del sentimiento, donde mi frecuencia era tan alta como una cometa en el aire. Me encantaba el recorrido, disfrutaba del panorama, me sentía en paz con el mundo, aunque un poco impaciente con mi básico concepto de aquellos días que llamamos el Poder Superior. Mi afirmación era sincera y se lanzó como cohete a las alturas, magnetizada por las elevadas vibraciones de un incipiente "sentirse bien".
Al otro día, camino a mi trabajo, realicé la misma rutina: "Sólo dame las semillas, yo las sembraré". Hice lo mismo durante el regreso a casa. En ese momento no sabía nada sobre vibraciones ni flujo de energía, y desgraciadamente, tampoco sobre mi propio poder, tenía la vieja concepción de que el poder de "allá arriba" y yo aquí abajo, ni pensar que éramos una misma cosa. En lo que a mí se refiere, suponía que ese "jefe de jefes" estaba separado de mí; esa sabia fuerza de Dios, estaba segura, era lo que conducía mi vida. Todo lo que estaba haciendo era, sin saberlo, enfocándome poderosamente en un "quiero" y poniendo a prueba a mi Poder Superior para ver si estaba ahí en realidad, con su mano extendida para ayudar.
Así pues, un día, mientras me dirigía a casa, cuando subía la cuesta que conducía a lo alto de la colina, donde la vista se extasiaba ante la contemplación de un espléndido panorama que parecía perderse en el infinito, la idea me golpea y lo digo literalmente: me golpeó. Sentí como si el cosmos me hubiera dado un latigazo. La idea era formar una compañía editorial de tipo educativo, usando la innovación verdaderamente revolucionaria de producir cintas de audio. Era 1965. La mayoría de la gente no había oído hablar de cintas grabadas, y yo no tenía la menor idea de cómo formar una compañía o hacer que las cosas se echaran a andar.
No importaba. Todos los días, al volver a casa y subir la colina, me repetía: "Muy bien, Poder Superior, tú sigue dándome las semillas y yo encontraré la forma de sembrarlas." Y por supuesto, todos los días sin falta, al subir la colina para ir a trabajar, saltaban ideas de mi cabeza, como palomitas de maíz tostadas. Imaginé guías turísticas grabadas en cinta para escuchar en el automóvil mientras se recorrían los parques nacionales, programas de capacitación para vendedores y programas para estudiantes. Mientras seguía haciéndolo, las ideas parecían envolverme, porque en tanto siguiera ahí y permaneciera en un lugar de "sentirme bien", mi válvula estaba abierta y era fácil alcanzar la inspiración.
La espiral se había iniciado. Cuantas más ideas se me ocurrían, más entusiasmado me sentía; y cuanto más emocionado me sentía, más ideas se me ocurrían. Sin saberlo, estaba en un continuo estremecimiento.
De repente, personas que estaban empapadas en el arte de grabar cintas de audio y formar compañías empezaron aparecer de la nada: los que sabían de finanzas, los que sabían de leyes, técnicos, mercadólogos, todos levantando sus cabezas de la nada. Era increíble. Finalmente, dejé la compañía aeroespacial para formar "Listener Corporation", y nos convertimos en una de las empresas pioneras en proporcionar información por medio de las muy novedosas cintas de audio.
Pero pronto se me pasó la emoción, se apoderó de mí el temor de no poder salir adelante sola, y mi manantial de inspiración se secó como un desierto después de una inundación relámpago. A pesar del creciente renombre que habíamos adquirido se había iniciado la larga espiral del descenso.
Éramos la primera compañía que producía cintas de audio para recorrer en auto los parques nacionales, y todo ello resultó un fiasco. Fuimos la primera compañía en producir una revista mensual de negocios, para escucharse en cinta grabada. Fracasaron todos los proyectos en sólo un año. Fuimos la primera compañía en ofrecer cintas con información de negocios para escuchar con audífonos durante los vuelos transcontinentales, y también fracasamos. Fuimos también uno de los primeros negocios en ofrecer capacitación de motivación para lograr la excelencia para vendedores, en forma de paquete, a varias industrias. Otro fiasco. La fórmula era sencilla: siempre estuvo presente el temor dentro de mí de que esos negocios no funcionaran, ¡y así fue!
Finalmente, encontramos nuestro nicho en el mercado, con un programa mucho más específico (y mucho menos agresivo): capacitación para profesores de primaria, así como materiales audiovisuales educativos también para educación primaria. Nos volvimos muy conocidos, en verdad respetados, con representantes de ventas que se sentían felices y clientes complacidos. Pero con todo eso, apenas lograba ganar lo suficiente para pagar mi hipoteca.
Luchaba, golpeaba, me esforzaba cuanto podía, aplicaba cuantas ideas se me ocurrían. Esparcía por todas partes mis gritos de reto al estilo del Llanero Solitario, y, sin embargo, cuantos más esfuerzos hacía para resolver mi problema, más lento se volvía mi avance. Nuestros nuevos programas estaban recibiendo críticas extraordinarias, de costa a costa, y con buena razón, porque eran increíblemente buenos, ya que habíamos integrado en nuestro equipo a los especialistas más brillantes del momento y contábamos con las teorías más innovadoras en cuanto al aprendizaje; pero, a pesar de los magníficos comentarios que provocaban, ninguno de ellos logró tener las ventas necesarias como para generar buenas ganancias.
Todo lo que yo podía pensar era: "¿Qué más puedo hacer-hacer-hacer para que las cosas sucedan?". Cuanto más arduamente trabajaba, más temerosa me volvía. Y; desde luego, cuanto mayor era mi temor, más resistencia ponía a la energía del bienestar, por lo que atraía ventas cada vez más bajas.
La guía intuitiva había salido volando por la ventana. No había ni el más pequeño resquicio por el que pudiera saltar mi Ser expandido con los fantásticos e incesantes tips que alguna vez había recibido. Le reclamaba constantemente a ese llamado Poder Superior diciéndole a dónde podía irse, y vibraba tan lejos de mi conexión con Él, que parecía que no existía. Por mi parte, mi persona era la representación fiel de aquella vieja expresión de "ir de mal en peor". ¡Cuán cierto era esto en mi caso!
Las cosas continuaron así durante trece años, hasta que, exhausta y desconectada en absoluto de cualquier cosa remotamente parecida a una fuente de bienestar, vendí la compañía y traté de huir a algún lugar solitario y lejano de la costa, junto al mar. En lugar de ello, llegué directamente a la etapa más triste, más dolorosamente desconectada, de mi vida. Desde ese lugar oscuro me llegó el fuerte deseo de lo que ya no quería y a partir de ese momento empezaron a florecer los años que habrían de convertirse en los más fantásticamente bellos de mi vida, mientras empezaba a descubrir a mi Ser expandido.
La única razón por la que estoy narrando esta historia de la-grandeza-a-la-miseria, es porque resulta un ejemplo clásico de lo sumamente distintos que son los resultados que se logran con la acción inspirada, de los que se obtienen con la acción basada en el temor. Con la primera, zarpamos hacia Felicilandia con muy poco esfuerzo, como lo hice cuando inicié la compañía. Con la segunda, podemos luchar, esforzarnos y trabajar hasta el cansancio, sólo para no llegar a ninguna parte, o quizá aún más abajo.
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capítulo 98 Volumén 2