Ley de Atracción: eres merecedor de todo lo que desees.


Sí, tú de verdad lo mereces

Ahora, te tengo buenas noticias: no necesitas ser merecedor de ninguna cosa para obtener tus deseos.
  • No necesitas probar, demostrar o declarar algo, ni aprobar un examen de moral.


  • No tienes que explicar tus razones, ni disculparte con tu familia, contigo mismo o con Dios.


  • No tienes que ser más merecedor, digno, confiable u honrado de lo que ya eres ahora.
  • Sólo tienes que tomar una decisión..., sólo una..., y es la de ser feliz.


Pero nunca podrás emprender ese camino, hasta que permitas a tus "quiero" -tus sueños, tus deseos, tus anhelos-, salir del clóset, no sólo asomarse un poco, sino ¡salir por completo!

Como cualquier talento oculto, que consciente o inconscientemente sabías que estaba ahí pero que no te sentías cómodo mostrándolo, una vez que asimiles el hecho de que querer forma parte de ti, de que hacerlo es totalmente adecuado, practicarlo se convertirá en una diversión. Comenzará a fluir la alegría y empezarás a vibrar en forma diferente, porque cuando estás alegre con la vida ya no puedes vibrar negativamente y, por tanto, no puedes atraer cosas negativas, sólo positivas.

Cuando estás en armonía con la vida, no puedes sentirte inseguro, avergonzado, indigno, culpable o inferior en ninguna forma, pues no estás vibrando de ese modo. No puedes sentir carencia de ningún tipo, ni puedes atraerla.

La única cosa que harás cuando empieces a abrir la llave de tus "quiero" será emitir mayor alegría, y más abundancia, y sentir más libertad en tu experiencia. ¿No dirías que es pequeño el precio de tus sueños? y no importa lo que decidas soñar. Elige un sueño que te haga feliz, y estarás vibrando en esa frecuencia. Sueña el sueño de la alegría; sueña el sueño de la plenitud; sueña el sueño de la frivolidad, pero ¡SUEÑA!

Tener deseos -quererlos- no es mayor pecado que respirar. Nunca más pienses que tienes que justificar tus "quiero". ¡Simplemente no lo hagas! No puedes justificar, defender o racionalizar -todo lo cual es energía negativa- y mantenerte conectado con tu energía fundamental.

Tú no necesitas disculparte de nada, con nadie, ni con ninguna autoridad, de alto o bajo rango, por tus deseos. Ciertamente, tampoco con Dios. Hacerlo es darle la espalda a tu energía más elevada, negando así tu existencia misma, tu divino derecho a vivir. Contrariamente a las enseñanzas comunes, obtener felicidad es un sagrado derecho que tienes desde que naciste.

Así que déjate llevar y sueña. Tú ya estás creando tu vida cada momento de cada día, de acuerdo a la forma en la que piensas y vibras, por lo que bien puedes hacerlo de la manera que te gustaría que fuera.

Todavía los tienes

Una de las mejores maneras de descubrir algunos de esos "quiero" escondidos durante tanto tiempo, es imaginar. Recuerda, todo lo que necesitas para obtenerlos -sea "lo" que sea- es quererlos y sentirlos, sin explicaciones, excusas, disculpas o razones.

El reto ahora es cómo ahondar lo suficiente para traspasar las rígidas capas de los "deberías", "no deberías" y "no no", hasta la largamente olvidada emoción de -y pasión por la vida.

Imagínate que es la época navideña (esto no es cuestión religiosa, así que no importa qué religión profeses). Tú eres el Santa Claus del centro comercial, de abundante barba blanca y barriga de almohada. Escuchas a todos recitar su larga lista de "quiero", socialmente aceptables, pero un rato después, decides esparcir tus polvos mágicos para que los niños de cualquier edad revelen algunos de sus "quiero", menos aceptados socialmente.

Se te acerca una chiquilla de unos seis años, salta sobre tus rodillas y empieza a dar te su lista: unos cuantos juguetes especiales que vio en la televisión y un par de peticiones tradicionales, como una muñeca y un perrito. Eso es todo. Nada nuevo.

Así que tú esparces un poquito de tus polvos mágicos y aparecen en la lista de pedidos: un gran columpio en el patio trasero, un papá que esté más tiempo en casa, una mamá que disponga de más tiempo para jugar, alguien -cualquiera- que crea en los lindos ángeles que hay en su recámara y alguien más, que haga que todas las cosas siempre salgan bien. ¡Ah!, y muchos hermanitos y hermanitas, por favor. Entonces, la niña baja de un salto y se va muy contenta. (¿Recuerdas cuáles eran tus "quiero" escondidos a los seis años de edad?).

Después, se presenta una chica alta y delgada de unos 18 años, divertida con la idea, y muy dispuesta a seguir el juego. "Muy bien ¿qué te gustaría que te trajera Santa Claus?". Una vez más, aunque la muchacha alegremente entra en el espíritu de esta broma, su lista resulta extremadamente corta. "Bueno, acepto ese automóvil nuevo que tienes oculto en el saco, Santa. Y no me importaría que dejaras unos cuantos miles de dólares en mi bota para mis caprichos. Y si tienes por casualidad un tórrido romance por ahí, guardado para mí en tu trineo, ¡sería estupendo!".

Entonces, esparces un poco de tus polvos mágicos, la chica de 18 años se relaja y aparece enseguida una sorprendente lista de los "quiero" correctos, que tienen que ver con profesiones, amigos, éxito, fama, ropa, condiciones de vida, familia, yates y auténtica felicidad. "Lo que sea que eso signifique", susurras.  (¿Recuerdas cuáles eran tus "quiero" secretos a los 18 años y cuáles de tus sueños se esfumaron para que pudieras vivir en el "mundo real"?).

Finalmente, llega el adulto que se sienta feliz en tus rodillas de Santa Claus, mientras los niños lo observan y sonríen burlones. "¿y qué te gustaría pedir, mi amigo?" preguntas, expectante. Descubres, con desolación, que esta persona tiene la lista más corta de todas hasta entonces, como si todas sus esperanzas y sueños de antaño hubieran volado hacia otra galaxia. ¡Oh!, ahí se fueron la casa nueva, el flamante automóvil y el fugaz deseo de sacarse la lotería; pero así son las cosas. Con rapidez, esparces tus polvos mágicos. Nada. Esparces un poco más. Todavía nada. Le vacías la bolsa la bolsa encima a la persona. Con lentitud, al principio, como si tuviera que sacarse de las profundidades más oscuras del océano, surge un comentario sobre tener una pastelería y otro sobre aprender a tocar el piano. Una pausa, y brinca a otro acerca de tomar un curso de horticultura en la universidad local, y otro sobre construir un tipo único de velero. De repente, surgen uno tras otro los deseos: cómo ayudar financieramente a un amigo para abrir una escuela de danza, tener una puerta eléctrica en la cochera y vivir en una casa muy elegante con vistas hacia las hermosas aguas de una isla del Caribe.

Ya no se detiene. Aparece otro deseo profundo sobre tener la oportunidad de conseguir una pareja con la que pueda hablar acerca de lo que sueña despierto, y otro sobre abrir un campamento de verano para los niños de la ciudad, y sentirse seguro en una región del país donde no haya terremotos, y algo acerca de tener la confianza suficiente para hablar frente a un grupo de personas. Hay uno más sobre cómo mejorar las relaciones con ciertos miembros de la familia y aprender a ser más amoroso, y muchos otros más. Se requirió de todo el saco de polvos mágicos, pero la presa que retenía todos esos tesoros por tanto tiempo olvidados, finalmente se rompió. ¿Qué sueños has hecho a un lado? Tus ambiciones, tus metas olvidadas, hasta tus más pequeños deseos, ¿cuáles son? ¿CUÁLES SON?

Paso dos: identifica lo que QUIERES.

Si yo tomo todos mis "no quiero" (que me hacen sentir mal) y centro la atención en mis "quiero" (que se supone que deben hacerme sentir muy bien), terminaré con algo que yo sé que no tengo (lo cual seguramente no me hará sentir bien) y añoraré algo que, de cualquier modo, probablemente nunca conseguiré, ¡lo que me hará sentir peor que antes de empezar con esta estupidez!

¡Ah!, ése es un gran predicamento porque si lo tuvieras, no lo estarías deseando.
Así que el acto mismo de querer, lleva consigo la obvia implicación de que tú seguramente no tienes aquello que quieres, y si no lo tienes, ¿cómo diablos puedes sentirte bien acerca de ello mientras no lo consigas?

¡No puedes! No, mientras sigas queriendo cosas en la forma antigua.

El dilema proviene de nuestro pensamiento, al pensar que la carga que supone adquirir lo que queremos recae por completo sobre nosotros, y somos también quienes tenemos que averiguar cómo obtenerlo, cómo conseguir el dinero para eso, cómo hacer los arreglos para ello, cómo hacer que suceda. Una vez que llegamos tan lejos, nuestros siguientes pensamientos generalmente son algo así como: "iOh, diablos, eso sencillamente no es posible!", lo cual invariablemente causa que dejemos de quererlo. Fácil solución, surgida directamente de la anticuada forma programada de pensar.

Continuará...

Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capitulo 95 Volumén 2