La compasión hacia uno mismo


Probablemente habrás experimentado más de una vez lo que se siente al ver sufrir a un ser querido: normalmente nos sentimos contagiados por su malestar, a la vez que surge en nosotros el deseo de que éste cese. Este sentimiento, al que denominamos compasión, nos impele a menudo a intentar contribuir de alguna forma a que el dolor de la otra persona se atenúe: le hablamos amablemente, le proporcionamos una caricia, un abrazo, un beso... lo que sea para intentar transmitirle que nos damos cuenta de su sufrimiento y estamos dispuestos a intentar ayudar a que se sienta un poco mejor.

Esta reacción, tan habitual cuando es otro el que sufre, raramente hace aparición en nosotros cuando se trata de nuestro propio malestar emocional. De hecho, no sólo no nos solemos consolar amablemente ante nuestros errores e imperfecciones, sino que además acostumbramos a juzgarnos y despreciarnos duramente por ellos. Esta reacción, evidentemente, no hace más que aumentar nuestro dolor.

Kristin Neff, una de las más importantes investigadoras sobre la compasión hacia uno mismo y autora del libro Sé amable contigo mismo, nos propone un camino alternativo al auto-desprecio. Defiende la idea de que nuestro dolor emocional, igual que el de los demás, merece ser escuchado y atendido con amabilidad. Para lograr esto nos propone usar como herramienta la compasión hacia nosotros mismos.

Algunas personas podrían pensar, a priori, que la compasión dirigida a uno mismo puede representar una especie de auto-engaño, algo así como “pintar el mundo de color de rosa” fingiendo que todo va bien, o lo que aún es peor: no aceptar la responsabilidad de nuestros errores cayendo así en una especie de “holgazanería emocional” que no nos permita aprender de ellos. Nada más lejos de la realidad.

La compasión hacia uno mismo se basa en el reconocimiento del propio sufrimiento, dándole el espacio que se merece y experimentándolo de forma profunda y libre de juicio. De esta manera, Neff propone tres componentes principales de la auto-compasión: la bondad, la humanidad compartida, y el mindfulness.

Con bondad nos referimos a una actitud que busca ser más comprensivos con nosotros mismos y aceptarnos con todas nuestras imperfecciones y limitaciones. Se trata, en definitiva, de tratar de comportarnos con nosotros como lo haríamos con un buen amigo que lo está pasando mal. Para lograr esto nos puede ser útil analizar los factores que nos llevan a cometer errores o a sentirnos mal. El darnos cuenta de que nuestra conducta y patrones son fruto de la combinación de múltiples causas (la educación que nos dieron nuestros padres, los eventos traumáticos o pérdidas que hayamos experimentado, nuestras predisposiciones genéticas, las limitaciones de nuestro entorno...) y el saber que muchas de ellas no las hemos elegido libre y conscientemente, nos ayudará a tener una mirada más comprensiva y justa hacia las partes de nosotros que no nos satisfacen.

Cuando experimentamos emociones desagradables tenemos tendencia a sentirnos solos con nuestro dolor, de manera que a menudo olvidamos que el sufrimiento es algo que nos une a las demás personas. El componente de humanidad compartida busca contrarrestar esta sensación de aislamiento, recordándonos que el sufrimiento forma parte inherente de nuestra vida como humanos y que por lo tanto nunca estamos solos ante él. Tener esto presente hará que nos volvamos a sentir conectados con el resto y veamos nuestra tristeza, rabia o frustración como lo que realmente son: parte natural de nuestra existencia.

Por último, el componente de mindfulness nos recuerda la necesidad de permitirnos experimentar el dolor tal y como éste surja, sin intentar taparlo ni camuflarlo. Muy a menudo, aunque no nos demos cuenta, nos resistimos a sentir totalmente nuestro sufrimiento, seguramente porque tememos no ser capaces de manejarlo cuando este surja. Esta resistencia hace, sin embargo, que el dolor pendiente de procesar se vaya acumulando en nuestro ser. El mindfulness (como explicamos en artículos anteriores) consiste en practicar una actitud de apertura ante la experiencia, abrazándola tal y como surge, sin etiquetar nada como inadecuado, sin intentar que nada sea distinto de como es.

Si te apetece iniciarte en la práctica de la auto-compasión, puedes empezar poniendo en marcha un pequeño ejercicio la próxima vez que te sientas mal por alguna cuestión. Intenta buscar un espacio en el que puedas estar solo y tranquilo durante un tiempo. A continuación, céntrate en describir lo que sientes en tu cuerpo, esto te ayudará a mantenerte en el presente. Por ejemplo: “nudo en la garganta, ganas de llorar, corazón latiendo rápido, tristeza, rabia...”. Intenta, si te sientes capaz, no juzgar ni frenar lo que surja. Si sientes que esto es demasiado para ti no te fuerces excesivamente, quizás simplemente todavía no sea el momento idóneo. Mientras te permites experimentar el malestar, dite a ti mismo frases tranquilizadoras usando un tono pausado y cariñoso. Puedes decirte, por ejemplo: “pobrecito, que difícil es sentirse así”. A continuación, recuérdate que no estás solo con tu sufrimiento, que todos lo seres humanos lo pasamos mal alguna vez y que esto forma parte de nuestras vidas. Luego, dite a ti mismo: “ojalá sea capaz de darme todo el cariño y consuelo que ahora necesito” y concentra tus energías en adoptar una actitud que te ayude a lograrlo. Para que te sea más fácil, puedes imaginar la manera en cómo tratarías a un niño que estuviera sufriendo. Puedes probar también, si te apetece, sujetar tus brazos o tu cara suavemente, pues sabemos que nuestro organismo genera hormona (la oxitocina) que nos hacen sentir mejor al notar el contacto con la piel. Este tipo de ejercicios, que pueden resultarnos de entrada un poco extraños, son enormemente poderosos cuando uno se atreve a ponerlos en práctica.

La compasión hacia uno mismo nos permite aprender como cuidarnos y consolarnos sin reprimir ni ignorar nuestro dolor, simplemente dejándolo fluir a la vez que no lo alimentamos de manera innecesaria. De esta forma lograremos ser cada vez más autónomos y sentirnos más seguros ante nuestro malestar emocional, pues tendremos la certeza de tener siempre a nuestra disposición la compasión que necesitamos para sentirnos mejor.

Fuente: Resilencia