El malhumor es un malestar crónico, producto de una alteración de la química cerebral. Según los expertos, se saben los motivos anatómicos y fisiológicos que lo generan y dicen que hay tratamientos para combatirlo.
Tiene un no para cada sí y un pesimismo para cada ilusión. Anda por la vida con la cara larga, las lentes grises y el enojo al día. Es el clásico malhumorado "crónico", al que alguna vez se lo llamó chinchudo o alunado y hoy se destaca entre sus pares por amargo o mala onda. El personaje existe desde siempre. Lo novedoso es que ese rasgo que jamás tuvo más peso ni respaldo que los comentarios populares, está empezando a sonar en los consultorios médicos y en ámbitos científicos: hoy, el malhumor se está alejando de la mera reacción para acercarse a un padecimiento con fundamento orgánico,
más cercano a la depresión que al mal carácter.
"El malhumor, cuando se prolonga en el tiempo, se vuelve un padecimiento muy complejo. Deja de ser una simple reacción superflua ante un hecho puntual para convertirse en un malestar crónico que afecta la vida de quien lo padece en varios sentidos: le impide disfrutar de cualquier situación agradable o estímulo placentero, afecta su salud y deteriora sus relaciones interpersonales.El malhumor, en Argentina,se está volviendo una epidemia invisible. Lo vemos en la calle y en los consultorios:cada vez vienen más pacientes con este problema", Hoy se conocen los motivos anatómicos y fisiológicos que lo generan y hay tratamientos muy eficaces.
Al hablar de las causas del malhumor, los médicos ya no se refieren al desempleo, la crisis o el corte de ruta número mil. No cabe duda de que estos disparadores empeoran las cosas, pero los especialistas están pensando en otros motivos: "Es un padecimiento que debe estudiarse en distintos planos, porque tiene causas y consecuencias a nivel psicológico, neuroquímico, endocrino e inmunológico. Tiene que ver con un funcionamiento particular del cerebro y con un déficit hormonal.
El malhumor es producto de una alteración de la química cerebral que repercute en el carácter. Para ser más claros: a quien lo sufre le falta combustible para tener buen humor. Por eso los tratamientos con fármacos y psicoterapias resultan muy eficaces, Al recibir un caso así, la primera hipótesis de trabajo que sobreviene es en el campo de las depresiones. En los adultos, se piensa en una distimia, que es una depresión crónica, que no tiene episodios graves pero es prolongada y genera un gran sufrimiento.
Una de las características principales de quienes sufren este problema es su incapacidad de obtener placer (anhedonia). Pero la cosa no acaba ahí, porque muy pronto la "víctima" convierte a su entorno en victimario: quien desparrama malestar contamina el ambiente y la gente empieza a alejarse. El malhumorado se termina quedando solo, porque nadie quiere contagiarse el bajón. Además, porque nunca se sabe cómo va a reaccionar; su temperamento se torna irascible y agresivo y genera peleas y discusiones constantes.
Científicamente, el mejor sinónimo de malhumor es lo que conocemos como disforia, un trastorno del ánimo caracterizado por un estado recurrente de insatisfacción, ansiedad, irritabilidad e inquietud". Estas emociones están ligadas a un neurotransmisor llamado dopamina, asociado a la gratificación y la saciedad. Por eso los tratamientos apuntan a recomponer su equilibrio cuando hay un desarreglo.
Desde el punto de vista químico, el placer depende de dos sustancias (la dopamina y las endorfinas), cuyos niveles son bajos en las personas que tienen malhumor. No puede haber goce cuando no fluyen en determinadas dosis en el cerebro. Asimismo, hay un zona llamada amígdala, asociada a las emociones negativas, que debe estar en calma para que haya placer.
Desde el punto de vista psicoanalítico, un malhumorado es alguien que no responde según sus ganas; no está en contacto con su deseo y vive en estado de frustración. Además, vive en un espacio de agresión constante. Siempre se siente atacado o agredido, por lo cual se encierra y se pone a la defensiva. El problema es que así como el humor contacta y socializa, el malhumor corta el lazo, aísla. Y quien no tiene humor no puede recibirlo. Y es una pena: el humor permite satirizar situaciones duras. Es un condimento esencial para vivir mejor.
Algunos signos para detectar el problema
Yo he vivido como alguien que nunca comió sal", comentó un paciente al psiquiatra. Y hubo otro que describió su malestar sin anestesia: "¿Vio ese tango que dice de chiquilín te miraba de afuera? Bueno, yo soy ése, alguien que siempre vio, desde afuera, cómo los demás la pasaban bien. Nunca pude entrar". No hubo más que decir. El diagnóstico estaba echado. "Hay una clave para entender a un malhumorado: la frustración, que es una especie de resorte interno que va tensando todas las cosas", "Otros signos son la insatisfacción y la inseguridad, sentimientos que disparan la decepción, el reproche, la hostilidad". Convivir con alguien así es cualquier cosa menos fácil. "Y hasta puede ser de pesadilla", "Un mufado le arruina el día a cualquiera; la pasa mal él y les complica la vida a los demás". Aun así, los especialistas recomiendan entender que este malestar no es del orden de la voluntad. "Para acompañar y contener a alguien así hay que tener un equilibrio muy particular. Lo fundamental es comprender que no sirve insistir con que esa persona se ponga bien, porque eso genera más frustración. La ayuda debe ser profesional".
El cerebro y las emociones
Quedan, todavía, un montón de agujeros negros por descifrar, pero la ciencia arrincona los misterios del cerebro cada vez más. "El humor, como todo lo anímico y lo emocional, tiene que ver con estados tan cambiantes que son muy difíciles de pesquisar. Y sólo se pueden estudiar con tecnologías muy precisas, como la resonancia magnética funcional, que permite observar qué zonas del cerebro se activan ante cada emoción. De todos modos, todo está en etapa experimental. Se está creando un nuevo mapa de las emociones del cerebro. Hoy podemos medir las sensaciones, registrarlas, y de esa manera alejarlas de la mera reacción superflua. Nuestras emociones son orgánicas; tienen un sustrato bioquímico en el cual la memoria y la experiencia previa juegan un rol preponderante", comenta. Es tanta la ansiedad por sumergirse en las lógicas cerebrales que las novedades sobre el tema son diarias. También se probó que los correlatos neurales del amor romántico son diferentes a los del amor de pareja. Activan distintas zonas del cerebro vinculadas al placer". También se demostró que cuando uno tiene enfrente una comida rica, colorida y calórica, se activa una zona muy distinta a la que se enciende ante un plato diet.
Los más propensos
No todos corren el mismo peligro de caer en las garras del malhumor. Hay personalidades más proclives a sufrir malhumor crónico: Las hipersensibles, porque viven siempre en estado de alerta y tensión; las perfeccionistas, por sus altos niveles de exigencia y su frecuente insatisfacción; y las depresivas, por su sentimiento recurrente de desesperanza. También las personalidades obsesivas son muy proclives al malhumor, sobre todo aquellas que tienen obsesión por el orden y la simetría y se sienten contrariadas y hasta violentas cuando alguien cambia algo de lugar.
Caminar por una vereda angostísima repleta de gente, hacer equilibrio para no caer en un pozo, estirar como chicle el sueldo que no alcanza, pelear con la cajera del súper por el precio de una oferta, sufrir el enésimo corte de una calle... La alegría —como sostuvo Albert Camus— está siempre amenazada, "porque el bacilo de la peste no muere ni se va definitivamente". Pero encarar con humor los costados negativos de la vida —al estilo Woody Allen— es la mejor manera de sobrellevarla. Después de todo, si hay algo humano, eso es la risa. Lo que nos diferencia de los animales.
Fuente: Psicomag