En un estado de conciencia primitivo (mismo que muchas personas mantienen en la actualidad) cuando entablan una relación que creen de honor, le confieren tanta importancia a lo que los demás digan de sí mismos que el punto de vista de los demás genera la imagen que tienen de sí mismos, de tal suerte que si los demás dicen que no es un hombre honorable, entonces cree no serlo. Sin embargo, con una Nueva Conciencia, las relaciones de honor cambian a relaciones con conciencia intelectual de sí mismo, donde se hace uso de la razón y se pondera, por lo menos, mediante la comparación de la opinión ajena de la propia. Así, en una relación con conciencia de sí mismo, cuando el punto de vista de los demás es “No eres honorable”, entra la razón y juzga se es verdad o falso lo que se dice. Si es verdad bajo criterio propio, pues sí, no se es honorable, pero si se alcanza a ver la falsedad del juicio mediante el ejercicio de nuestra razón apuntalada en el conocimiento de sí mismo y por ende en la confianza en uno, se concluye: soy aceptable, a pesar de mi imagen. Es por ello tan importante el uso de nuestra razón, ya que según las normas de ésta, una determinada conclusión debe considerarse cierta, sólo y únicamente, cuando se infiere de una secuencia lógica de pensamientos basados en premisas inicialmente sensatas.
Como lo expresa Botton, desde hace mucho tiempo los filósofos vienen postulando que, cuando comenzamos a escrutar las opiniones de otras personas, estamos dispuestos a descubrir algo tan triste como curiosamente liberador: que las ideas de la mayoría de la población sobre la mayor parte de los asuntos están extraordinariamente transitadas por el error y la confusión. Chamfort, haciéndose eco de la actitud misantrópica de generaciones de filósofos anteriores y posteriores a él, planteó el asunto con la contundencia de su sencillez: “La opinión pública es la peor de las opiniones”.
En las relaciones humanas, puedo decir que la aprobación de los demás nos importa por dos razones, una material y otra psicológica. Materialmente porque el abandono por parte de la comunidad puede traer incomodidades y riesgos de índole física, al no dar gusto a quien nos provee de algo, corremos el riesgo de perder ese algo; se trata de la funesta consecuencia de negociar con el amor y donde nos hacemos tan vulnerables: “yo me comporto como a ti te gusta haciendo como que te amo pero a cambio de ganar merecidamente que me mantengas”. Es ahí cuando la convivencia diaria con alguien que nos mantiene resulta en la debilitante y continuamente vulnerable exposición dependiente de la tan variable apreciación del otro hacia nuestro comportamiento. Y la segunda razón por que la aprobación de los demás nos importa, la psicológica, es porque quizá después de que los demás dejen de mostrarnos signos de respeto y admiración nos resulte muy difícil seguir confiando en nosotros mismos, es cuando llegamos a creer que no merecemos el amor de nadie porque tan solo alguien nos dejó de apreciar. Es cuando uno se pregunta en intimidad, luego de ver hacia donde caminan “los demás”: ¿Estaré bien o mejor voy para el otro lado, aquel a donde uno lo quieren?
Por ello se requiere de una gran y sana autoestima para seguir con nuestra propia obra. Y como dice Emerson: “Haz tuobra y te fortalecerás”. De hecho, una de las frases que más fuerza le han dado a mi vida y hoy comparto contigo, es también de Emerson cuando afirmó: “Vuestra acción auténtica se explicará a sí misma, y explicará vuestras demás acciones auténticas”. No se necesita más explicación. Lo que nuestra autoestima nos permita hacer, habrá de hacerse y sin importar la opinión pública. Quizá sólo se debe permitir que sacuda nuestra autoestima lo que exclusivamente sea condenatorio y cierto; pero por salud mental y amor propio hay que detener ese proceso masoquista que consiste en buscar la aprobación ajena preguntándonos antes si sus puntos de vista merecen ser escuchados. Recuerdo cuando hace algunos meses un amigo me traicionó a todas luces, (pasando su comportamiento por los filtros más estrictos de mi raciocinio para emitir un juicio así) y luego quiso buscarme encarecidamente para “explicarme” sus puntos de vista y dejar las cosas claras, cuando más claras ya no podían estar. Llamadas por teléfono, recados escritos al celular, y correos electrónicos. No atendí ninguno de ellos en ningún momento, de hecho, nunca leí ningún comunicado porque, por ejemplo, cuando aparecía su nombre en el remitente del correo electrónico, ipso facto se borraba el mensaje y nunca tuve acceso a su lectura. Permitirme acceder a sus intentos de comunicación conmigo al leer sus mensajes o al responder sus llamadas obedecería a un proceso por que el que buscamos el amor de personas por las que, una vez que analizamos sus ideas y valores, descubrimos que apenas y sentimos respeto por. Entonces, sin rencor alguno, podemos comenzar a desdeñar a ciertas personas tanto como ellas nos desdeñan: ejemplos.
Disfruta leyendo y comprendiendo de lo que alguna vez señaló Schopenhauer, un destacado modelo filosófico: “Poco a poco nos iremos haciendo indiferentes a lo que ocurre en la cabeza de otras personas, al adquirir un conocimiento adecuado del carácter superficial y fútil de sus pensamientos, su estrechez de miras, la mezquindad de sus sentimientos, la perversidad de sus opiniones y la cantidad de sus errores. Entonces comprobaremos que quien atribuye mucho valor a las opiniones de esos, le honra en demasía”. ¡Precisamente por el entendimiento que me dio este gran filósofo es que no tuve el menor reparo en suspender tajantemente toda comunicación con aquel a quien honré en demasía en alguna ocasión llamándolo mi amigo! El comprender cabalmente, el entender y confrontarnos con la verdad, nos hace actuar de inmediato y sin el más mínimo reparo y sin el menor asomo de rencor. Simplemente se opta por la paz y la invulnerabilidad se sucede como consecuencia.
Cuando uno observa en la sociedad que en un número considerable de personas se mantiene con el entretenimiento de jugar dominó o a las cartas, viendo telenovelas o noticieros, tomando café mientras se critica la vida de los demás, cuando uno observa que la crítica mordaz de las vidas ajenas se ha transformado en un tipo de entretenimiento, tanto familiar como televisado, cuando uno observa los temas que se tocan en la abrumadora mayoría de los medios de comunicación, cuando uno observa de lo que hablan muchas familias, tanto propia como ajenas, esto nos da una medida de lo que vale la sociedad y de la declarada bancarrota de todas las grandes ideas y pensamientos como para mantener el arte de una verdadera conversación. No digo que exageremos nuestra perspectiva de la sociedad como cuando Voltaire afirmó: “La tierra está llena de gente a la que no merece la pena dirigirles la palabra”, pero en algo se acercaba a la realidad.
Bueno, también hay que ver quién lo decía, alguien que dedicó su vida al análisis profundo y filosófico de la vida. Una persona así, ¿con quién se sentiría bien dialogando? Pues solo con una persona similar, y hay tan pocas, eso sí. Muy pocas. Schopenhauer se hacía preguntas que hoy comparto cuando hacía referencia a esas personas con tan poco valor moral o pobre educación, decía: “Aunque esas personas llegaran a respetarnos, ¿cuánto podría valer ese respeto?”, y añadía así como para entenderle aún más: “¿Acaso un músico se sentiría halagado por los ruidosos aplausos de su público, si supiera que, a excepción de una o dos personas, éste se compone de sordos [al verdadero arte]?”. Yo no creo.
Para seguir creando mi invulnerabilidad incluso ante una ofensa mayúscula, o un maltrato cualquiera de familiares, amigos o sociedad en general, la filosofía me ayudó –y continúa ayudándome— con palabras transformadoras como las de Chamfot, otro misántropo filosófico, cuando me hizo entender por qué muchos de los grandes seres humanos que han pasado por esta tierra, suelen ser personas solitarias, felices y pacíficos ermitaños:
“Una vez que hayamos decidido que sólo veremos a quienes nos traten con moralidad, con virtud, y de forma razonable y veraz; sin considerar las convenciones, la vanidades y las ceremonias más que como la utilería de la sociedad; una vez que así lo hayamos decidido (y hay que hacerlo de este modo, para evitar caer en la estupidez, la debilidad y la infamia) el resultado será una vida más o menos solitaria”.
Me consta. Y lo disfruto intensamente. Me impactan las palabras de este gran filósofo cuando dice: “…y hay que hacerlo de este modo para evitar caer en la estupidez, la debilidad y la infamia”. ¡Caray! Más claro no lo pudo decir. Yo siempre me he sorprendido tremendamente al tiempo que guardo silencio por prudencia, ante comentarios de familiares míos que se quejan amargamente de un maltrato que recibieron por ir a determinada comida o reunión con otros de sus familiares y que, por cierto, no es la primera vez que lo tratan así. Mi manifiesto talento para escuchar me ha mantenido para atender su queja completa a manera de respetuoso momento de convivencia. Pero en mi interior, mientras escucho, siempre surge imponente la pregunta: “Y si ya sabía que lo tratan así, ¿por qué volvió a ir? ¿A qué fue?”. No cabe duda que, como dice otro filósofo, nadie sufre el tiempo suficiente sin que él mismo tenga la culpa; uno decide hacerse vulnerable, uno elige ser víctima por iniciativa propia. Esto es cierto. Lo veo constantemente en mis pacientes. Eso es algo que le caracteriza a la gente que tiene miedo a crecer y liberarse, creer que el destino los llevó a convivir con determinadas personas y han de hacerlo para siempre. Craso error de percepción manipulado por convencionalismos de la sociedad que tan debilitada moral y emocionalmente está.
Yo comparto, guardadas las proporciones, la idea de Chamfot en Nueva Conciencia, y sin embargo quiero dejar en claro algo: no discrimino a nadie, acepto la coexistencia de muy diferentes estados de conciencia, acepto las tremendas diferencias en educación y moralidad de las personas con las que convivimos diariamente. ¡Todas son bienvenidas a Nueva Conciencia! Incluso me acepto yo. Pero eso es algo muy diferente a que prefiera estar con ellas en mi intimidad emocional y física. Ahí sí me doy el privilegio de algo profundamente humano, el poder para elegir. Un concepto es aceptar pacíficamente que las diferencias existen por lo que cada quien alcanzó a conocer hasta determinado momento, algo sano y muy recomendable para nuestro crecimiento espiritual, y otro concepto muy diferente es el bello ejercicio de nuestra voluntad mediante el acto de elegir con quién convivo. Incluso muchas veces, la elección más sana puede ser mantenerse aislado. Schopenhauer aceptaba esta posibilidad de buen grado cuando afirmó: “En el mundo sólo se puede elegir entre la soledad y la vulgaridad”.
Cuanto menos te veas “obligado” a establecer contacto con los demás, mejor será para ti. Tengo la idea en Nueva Conciencia de que elegir estar con alguien nunca debe ser un acto obligado ni por las más finas normas del protocolo social. ¡Al diablo con el protocolo social cuando está en juego tu felicidad o tu integridad o tu paz interior! Créeme en esto, y pocas veces hablo así en una columna. Si no te sientes bien con quien estás, levántate y vete. Así de simple, así de inmediato y así de inteligente. Si todavía optas por la cortesía de despedirte de quien te maltrata, quizá eso te sirva a ti, pero ten la certeza de que tu cortesía no es en lo más mínimo reconocida por quien te despediste. No la entienden.
Dicho lo anterior, debo precisar que la inteligentísima decisión de evitar a las personas que no nos tratan con moralidad, virtud y de forma razonable y veraz, no debe entenderse como carencia absoluta del deseo de estar acompañado, eso va en contra de la naturaleza misma del ser humano como un ser social, sino que tan solo pongo de manifiesto el error de elegir la insatisfacción de estar con quien no se desea por el mero accidente de no haber otra compañía disponible; en esos casos, la mejor y más sana opción es la soledad. En esencia, a lo que me refiero es que hay que saber elegir con quién convive uno y ahí sí, ¡a disfrutar del encuentro!, incluso si la elección ha sido tan sólo contigo mismo.
Como lo señala Botton: “Desde el aislamiento de sus estudios, los filósofos nos han recomendado que sigamos los dictados internos de nuestra conciencia y no las muestras de aprobación o de censura del exterior”. ¡Esto es elegir crear nuestra propia invulnerabilidad! De una vez por todas te invito a que te convenzas de algo: lo que importa no es lo que le parecemos a un grupo cualquiera, sino lo que sabemos que somos. En palabras de Schopenhauer: “Cualquier reproche sólo podrá herirnos si acierta el tiro. Cualquiera que sepa que en realidad no merece un reproche podrá, y lo hará confinadamente, tratarlo con [inteligente y sano] desprecio”. Y aquí quiero apuntalar esta idea con algo de lo que aprendí en la materia de lógica desde que la estudié en mi preparatoria con una guapa filósofa que me dio la asignatura y que aún tengo en mi memoria, me decía: recuerda Alejandro que el mayor desprecio es el no aprecio.
Confiar en ti y estudiar filosofía, como juntos la hemos compartido hoy, te ha ayudado a lograr tu propia invulnerabilidad, lo sé. Disfruta de la liberación que brinda una Nueva Conciencia. Y sé que al lograrlo, has comprendido y aceptado una de las más poderosas razones para vivir con una constante e invulnerable…
¡Emoción por Existir!
Del Taller de Autoestima de Juan Carlos Fernández. Capitulo 58 - Volumén 2