Pero nadie puede responder por su propia vida de un modo absoluto, a pesar de la autonomía de la voluntad y del ejercicio de la libertad que todos tenemos. El único que responde plenamente por nosotros es Dios, quien nos hizo. Con el tenemos la dimensión de religación o relación constitutiva, que mucho tiene que ver con la pregunta por el sentido de la vida. Miguel Ángel mirando al Moisés ya terminado lo golpeaba suavemente y le preguntaba: "¿Perché non parli?, "Por qué no hablas?" Es decir, había quedado tan perfecto que sólo le faltaba hablar. Y cada uno de nosotros es infinitamente más que esa mole de mármol por muy bien tallada que esté. Dios y los demás hombres preguntan a cada uno de nosotros: ¿Por qué no hablas?"
Si hemos sido hechos tan perfectos, con un espíritu que tiende al infinito, con un ansia de felicidad que no se colma plenamente en la tierra, ¿por qué dejamos que las cosas que no llenan el espíritu acallen la voz del alma?, ¿por qué el consumismo y el activismo no nos dejan vivir en comunicación personal con los demás, y ésta se reduce, muchas veces, a parloteo superficial, a hablar del clima, de la moda, de la comida y muy poco de los bienes esenciales (vida, amor, verdad, trabajo, libertad, fe...)?
Miguel Ángel decía también, contemplando las piezas de mármol antes de ser trabajadas: "Ahí está. Sólo hay que quitarle lo que sobra". Hay mucha cosa en nosotros que sobra: pereza, comodidad, vanidad, aburguesamiento, indolencia. Para vivir nuestra razón de ser, nuestro servicio a la sociedad, hay que levantarse encaramarse sobre sí mismo para divisar mejor a los demás. Para hacerse a sí mismo, hay que utilizar mucho cincel y martillo contra el material noble pero informe que existe en nosotros y así modelar nuestra propia personalidad, no simplemente nuestra singularidad para llamar la atención.
Hay que trabajar mucho –trabajo formativo y productivo–, prepararse bien humana e intelectualmente, profesionalmente. Sin prisa pero sin pausa, dar más, si queremos estar en el frente de la batalla por buscar una sociedad mejor, que sólo puede hacerse con hombres o mujeres mejores, con capacidad de rebeldía frente a lo rutinario, a lo establecido, al conformismo o a la pasividad.
A veces se es rebelde frente a los deberes pero no frente al adocenamiento, a la uniformidad de las conductas colectivas. Hay que ser rebeldes ante todo lo que nos arrastra hacia abajo. Vivir menos pendiente de uno mismo y más atento a lo que ocurre fuera de nosotros.
Uno de los obstáculos más frecuentes hoy para poder vivir esa disponibilidad es la sensualidad como fenómeno que tiende a invadir la persona. La publicidad, la televisión, las imágenes, constantemente nos bombardean. Todo centrado en el placer y en el confort, en satisfacer todo género de deseos. Vivimos en una sociedad erotizada, en la que por todas partes se estimula, se excitan la sensualidad y la sexualidad. Hay demasiado cuidado por el cuerpo. La gente se pasa horas en un sauna y les cuesta concentrarse para leer un libro o simplemente para pensar un problema. Es el culto al cuerpo que puede conllevar el desprecio del alma.
Un obstáculo para superar
La sensualidad encadena progresivamente al hombre si no la controla. Es la esclavitud que experimentamos cuando jugando con el fuego nos quemamos, quedamos marcados por ese fuego y por la búsqueda repetida y encadenante de las mismas experiencias. Son esas esclavitudes que no se ven pero que existen y condicionan a la persona. Incluso la rebajan, le merman fuerzas para elevar su espíritu. Son también fuente de angustia, de incertidumbre, de ansiedades de diverso orden. Los sentidos del hombre no se contentan con una medida razonable. Siempre quieren más. Por eso, por ejemplo, el hombre come normalmente más de lo necesario.
No es extraño que ocurra lo mismo en la sexualidad, bien sea en la autosatisfacción como en la hetero satisfacción. Siempre queda un vacío, un desgarramiento que cauteriza en forma de acostumbramiento, de rutina, de reiteración del deseo, de reconstrucción placentera con la imaginación de todo aquello. Tarde o temprano el hombre explota por dentro, se da cuenta pueden hacer con nosotros. Y eso genera otro tipo de dependencias. Somos "capaces de Dios" -como dice la antropología cristiana-pero también capaces de abismo, de esa brecha que se abre en el alma, que no es otra cosa que la nada que habita en nosotros, esa tendencia a la disolución, al abuso de los sentidos, al culto al cuerpo más que al alma, que refleja una falta de coherencia, de unidad de vida.
El hombre puede comprometer su libertad en cuanto le arrastra el erotismo, la sensualidad desbordada. La exaltación de los sentidos puede ser fatal, aniquiladora. En cambio, con el dominio de las pasiones, el hombre purifica su libertad, la fortalece, la hace capaz de renunciar a muchas cosas incluso lícitas, lo cual es fuente de valores y de virtud.
La navegación del hombre en la vida le exige preparación, conocer bien lo que quiere y lo que sabe, saber para dónde va. Si no hay rumbo, se puede quedar uno dando vueltas sobre el mismo punto sin darse cuenta de que no avanza. Séneca lo expresaba en su conocida sentencia: "Vivir no es necesario, navegar sí", o sea, saber para dónde se va, tener un rumbo definido. Lo dice él mismo con otras palabras: "No hay vientos favorables para aquel que no sabe dónde ir". Pero sabiendo dónde vamos, no todo está resuelto, porque hay que caminar, afrontar dificultades, poner a prueba la libertad y responsabilidad personales del deterioro que produce el vivir para satisfacer los deseos, para el placer, para las relaciones sociales aparentes, para conseguir el éxito económico y material.
Aunque a veces se ensordece la conciencia, pero de pronto viene alguna experiencia en la que se produce una fisura en la masa del placer. Viene la tristeza, a veces la desesperación Entonces se va al siquiatra o al psicólogo a ver qué
Proyecto de vida: una búsqueda permanente
Es la lucha permanente en la persona entre lo que lo perfecciona y eleva, y lo que lo rebaja o envilece. Es la tensión que Agustín encontraba entre lo que llamaba libertad menor, o libre arbitrio que escoge entre varias cosas, y libertad mayor, que crece cuando el hombre busca la plenitud y el sentido último de su vida fuera de sí mismo en quien lo creó, en Dios. Sin él la libertad se vuelve fugitiva, escapa a su verdadero sentido, a lo que realiza plenamente al hombre.
La libertad es una conquista progresiva, radical. Hay que elegir, hay que comprometerse, hay que aspirar a más. Los tres son aspectos de la libertad auténtica, ligada estrechamente a mi ser, confundida con él. Hay que vivir de cara al futuro porque en él hacemos la vida, somos libres. Desprenderse del pasado, de lo que nos arrastra hacia atrás, de la rémora, para avanzar decididamente a la conquista de la felicidad.
La paradoja de la existencia humana es –en palabras de San Agustín– ir buscando ser más que hombre, en cuanto no podemos quedarnos en lo natural, en lo que somos por naturaleza, sino que hay que buscar en la existencia de cada día adquirir la personalidad. Sólo siendo, viviendo, aspirando a la plenitud, tenemos unidad de vida, coherencia entre lo que pensamos y vivimos, entre lo que queremos ser y somos, entre nuestros ideales y sueños y la realidad que palpamos.
Lo importante es ver esta perspectiva, así sea una sola vez en la vida y de ahí en adelante abrazarnos con seguridad a ella. Es un problema de fidelidad a la vida. La fidelidad es una decisión que baña toda la vida. Sería muy fácil si bastar con decir sí. No, es un sí por adelantado en forma de propósito no sólo de decisión frente a determinados acontecimientos.
Es, en último término, una actitud permanente de poner la mirada, como hacen los navegantes, en las estrellas -ideales, sueños, locuras, utopías-para que los orienten y así poder llegar a buen puerto. O dicho con palabras de Nietzche: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará siempre el cómo".
Tener siempre una meta por la cuál vivir nos permite tener
"¡Emoción por Existir!
Del Taller de Autoestima Volumén 1 de Juan Carlos Fernández