¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el libre albedrío de otra persona a través del apego?
Sí. Hay apego en la madre que retiene a los hijos a su lado cuando éstos ya son mayores y quieren independizarse por diferentes motivos, bien porque han encontrado una pareja, o porque desean estudiar o trabajar lejos del hogar, etcétera. La madre que tiene apego intentará imponer su necesidad de estar con ellos, no respetando que ellos quieran vivir su vida de forma independiente y, de no conseguirlo, se sentirá emocionalmente herida y llegará a decir incluso que sus hijos no la quieren, intentando hacerlos sentir culpables para tratar de retenerlos a su lado. Hay apego en el padre que exige que sus hijos se dediquen a tal o cual profesión, que deben estudiar tal o cual carrera, si no, serán desheredados. Hay apego en el novio que le dice a su novia la ropa que puede y no puede ponerse, a qué hora debe entrar y salir de casa, con quién puede y no puede relacionarse. Este falso amor, el apego, es como una cadena, una jaula que aprisiona al ser objeto del apego, convirtiendo en carcelero al que se deja llevar por él, porque, como la persona que tenía enjaulados a los pájaros, el que sufre de apego, ni vive ni deja vivir.
Me ha parecido lógico que dijeras que por apego uno vulnera el libre albedrío de los demás, pero me ha sorprendido que dijeras que por el apego uno puede vulnerar su propio libre albedrío. ¿Me puedes poner un ejemplo de cómo se vulnera el propio libre albedrío cuando se siente apego?
Pues sí. Por ejemplo, la misma madre del ejemplo anterior, cuando se inhibe de realizar algo que su interior necesita, como por ejemplo, dedicar tiempo a ayudar a otras personas fuera de la familia, debido a que cree que al hacerlo desatiende a la suya propia, por ejemplo, a sus hijos, o a su marido. Si la persona no supera el apego se sentirá culpable cuando atienda los asuntos que le llenan interiormente, e incluso llegará a inhibirse de realizarlos por ese mismo sentimiento de culpabilidad.
Esta última manifestación de apego sí que me resulta sorprendente, ya que normalmente las personas que están muy volcadas en la familia suelen ser consideradas personas muy amorosas.
Ya. Es porque el apego está muy arraigado dentro de vuestra cultura y se confunde a menudo con el amor. Mucha gente, debido a la educación que ha recibido, lo tiene tan arraigado que lo ha interiorizarlo como algo propio de su personalidad. A la mujer se le hace sentir culpable cuando no está el 100% del tiempo dedicada a su marido, a sus hijos o al trabajo, y cuando dedica tiempo a personas fuera de su familia se expone a ser objeto de habladurías por parte incluso de personas de su propia familia que dicen mirar por su bien, que intentarán hacerle sentir culpable con comentarios del tipo “Quieres más a esa gente que a los de tu propia familia”, o “¿Qué se te ha perdido a ti por ahí? Tu sitio está aquí, con los tuyos”, o “¡Qué van a pensar de ti!”. Aunque el hombre ha dispuesto tradicionalmente de mayor libertad, no está exento ni de sentir el apego, ni de que los demás le culpabilicen por apego, cuando dedica tiempo a ayudar a otras personas que no son de su familia, de su círculo de amistades, de su pueblo o cultura, sobretodo si de ello no va a sacar ningún rendimiento económico.
Pero digo yo que, cuando uno se está dedicando a la familia, también habrá algo de amor ahí, ¿no?
Por supuesto. Una cosa no quita a la otra. Ya lo he dicho y lo repito: el amor verdadero no se gasta. Uno puede querer cada vez a más personas sin que por ello deje de querer a su familia. Pero a mayor capacidad de amar, mayor compromiso con un mayor número de personas, y el tiempo del que se dispone habrá que repartirlo entre más gente. Esto puede ser percibido por las personas que sufren de apego como que se les quiere menos, pero no es así.
¿Qué pasa con la familia cuando uno decide dar el cambio? ¿Acaso no desatiende a los suyos cuando empieza a pasar tiempo ayudando a los demás?
Mira, uno de los obstáculos más fuertes que va a tener alguien que quiere empezar a cambiar, a reunirse con otras personas para hablar del interior, es que su entorno no lo va a entender y van a jugar con el sentimiento de culpa por no atender las obligaciones familiares. Fijaos y veréis que cuando una persona quiere ir a ver un partido de fútbol a la semana, que dura dos horas, que encima cuesta dinero, o bien a una discoteca o un bar, la persona no siente que abandona a la familia. Sin embargo, si la misma persona se va a hablar dos horas a la semana sobre el interior, para ayudarse sí misma o a los demás, entonces le ponen mil y una pegas, y uno se siente culpable, creyendo que abandona a la familia. Esto es por culpa del apego, es decir, de la dificultad en compartir. El apego no es amor y, si no vencéis este obstáculo, os quedaréis estancados.
¿Entonces la familia puede ser un obstáculo para el avance espiritual?
No. Lo que es un obstáculo es la incomprensión de los espíritus que no quieren avanzar ni dejan avanzar a los demás, y que utilizan todas las armas a su alcance para conseguirlo, y para retener a los que quieren avanzar, incluso a quienes les unen los lazos de sangre, como la familia. Para el que vive en una familia comprensiva, la familia es un punto de apoyo para desarrollarse espiritualmente. Pero debido al escaso desarrollo de la humanidad terrestre, los que están dispuestos a emprender el despertar espiritual son minoría. Además, es muy difícil que, aunque en una misma familia haya varios espíritus afines dispuestos a luchar por avanzar espiritualmente, su despertar se dé simultáneamente. Por tanto, el pionero lo tendrá más difícil, pero es el que abrirá el camino a los demás. El propio Jesús tuvo que vencer este mismo problema, la incomprensión de su familia por apego. Le reprochaban constantemente que desatendía sus obligaciones familiares para atender sus asuntos espirituales, porque no lo comprendían. Le tachaban incluso de desequilibrado y le intentaron hacer sentir culpable, y más cuando José murió y él se tuvo que hacer cargo de la manutención de una numerosa prole. Pero no fue verdad, porque Jesús procuró materialmente por su madre y hermanos hasta que ellos pudieron valerse por sí mismos. Pero su misión era más extensa, con toda la familia humana. Esta falta de comprensión de la familia que vivió Jesús está reflejada en esta cita de los evangelios. “Entonces él (Jesús) dijo: "A un profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio pueblo y en su propia familia”.
¿Pero es necesario renunciar a la familia para amar incondicionalmente?
¿Cómo puedes creer que el mundo espiritual exija a uno a renunciar a la familia, si precisamente es en el mundo espiritual donde se creó la familia como forma de estimular en el espíritu los primeros sentimientos? El amor de pareja y el amor entre padres e hijos son los primeros sentimientos que conoce el espíritu, y se desarrollan a partir del instinto de apareamiento y el de protección de los progenitores por sus cachorros. Lo único que os digo es que para avanzar en el amor hay que abrirse a compartir, a ampliar el concepto de familia, considerando como parte de ella a todo ser espiritual. Mirad: es imposible que haya una auténtica hermandad en la humanidad si uno establece categorías a la hora de amar: los de mi familia primero, los de mi pueblo primero, los de mi país primero, los de mi raza, cultura y religión primero. Y si me sobra algo, para los demás. Esto es una forma de egoísmo disfrazada, porque lo que se da es siempre a cambio de recibir algo, no de dar sin esperar nada a cambio. Por ello, a la hora de dar se establece un escalafón, que pone primero a los que nos pueden dar más, segundo a los que nos pueden dar menos y deja fuera a los que no nos pueden dar nada. Este comportamiento egoísta vulnera la ley del amor, por mucho que haya cierta gente que intente justificar la solidaridad sólo para abonados. En el momento en que tú excluyes a alguien del derecho a la solidaridad, esta palabra deja de tener sentido. Un ejemplo de hasta dónde se puede llegar con este tipo de egoísmo colectivo lo tenéis en el nazismo, que predicaba una supuesta solidaridad de raza, que se forjó a costa de suprimir y eliminar los derechos de las demás razas y creencias, y el libre albedrío de cada individuo.
Has hablado de que existe apego en la etapa de la vanidad y también en la de la soberbia. Parece que es un egosentimiento bastante difícil de superar.
Así es. El apego se inicia en la etapa de la vanidad y no se supera hasta el final de la etapa de la soberbia
¿Entonces no existe ningún avance respecto al apego a medida que se va avanzando espiritualmente, desde la vanidad a la soberbia, pasando por el orgullo?
Por supuesto que sí. Pero los avances siempre son graduales. Ni es de la misma intensidad ni se alimenta de lo mismo el apego en el vanidoso, que en el orgulloso y que en el soberbio. En el vanidoso el apego es mucho más intenso, menos respetuoso con el libre albedrío de los demás, por el escaso desarrollo del sentimiento, y se alimenta del deseo de ser complacido y atendido, y de la debilidad del vanidoso para avanzar por sí mismo. En el orgullo y la soberbia el apego es menos fuerte, ya que está siendo substituido paulatinamente por el amor, (hay una mezcla de ambos, amor y apego) y se alimenta del temor a no ser querido o del miedo a perder a los seres queridos.
¿Cómo se vencen la avaricia y el apego?
Lo contrario de la avaricia es la generosidad, es decir, que para vencer la avaricia hay que desarrollar la generosidad, tanto material como espiritual. La avaricia y el apego se vencen compartiendo lo que uno tiene con los demás, tanto a nivel material como espiritual.
Continuará...
Título: Las Leyes Espirituales
Autor: Vicent Guillem
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