¿Y cómo puedo distinguir, por ejemplo, si tengo un conflicto con una determinada persona, cuándo esa persona sufre por su propio egoísmo o por una actitud egoísta mía?
Ponte en el lugar de la otra persona y analiza cómo te sentirías en su lugar y qué querrías tú en su situación. Si cambias tu decisión como receptor de una acción respecto a lo que tenías pensado hacer como emisor o ejecutor de esa misma acción, es que había algo de egoísmo e injusticia en tu actitud. Si mantienes la misma postura como receptor y como emisor, estás más cerca de ser justo. De todas maneras, usualmente suele ocurrir que hay una mezcla de todo, es decir, que hay actitudes egoístas en ambas partes, con lo que a cada uno le corresponde rectificar su parte de actitud egoísta, pero mantenerse firme en lo que no lo es, y no ceder frente a las actitudes egoístas de los demás. Al final todo se resume en la máxima “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran ti”, y “lucha para que los demás no te hagan a ti ni a los que dependan de ti lo que sabes que es motivo de sufrimiento y una vulneración de la voluntad”.
Necesito un ejemplo para entenderlo mejor.
Vale. Te pondré un ejemplo. Imagina una madre que le pega al hijo como forma de educarle porque, según ella, es la forma en que el niño obedece, sin tener en cuenta el dolor físico y psicológico que le puede estar causando. Si realmente está convencida de que su actitud es la correcta, entonces no tendrá ningún problema en admitir que a ella le pegue su marido y que para justificarse éste utilice los mismos argumentos que utiliza la mujer respecto al hijo. Pero resulta que como a todo el mundo nos hace sufrir que nos pequen, seguramente esta mujer se quejará amargamente de su situación con el marido y, por supuesto, no estará de acuerdo en que su marido le continúe pegando, ya que sufre terriblemente por ello. Esa madre deberá caer en la cuenta de que si sufre porque su marido le pega, también su hijo debe estar sufriendo en la misma medida cuando ella le pega, y si quiere ver la realidad y aprender de ella llegará a la conclusión de que el hecho de pegar está mal en sí mismo, porque provoca sufrimiento, y no hay motivo que lo justifique. ¿Cuál es la solución para esta mujer? Renunciar al uso de la violencia contra su hijo, porque de esa manera vence su propio egoísmo, su afán de doblegar por la fuerza la voluntad de otro ser más vulnerable y, al mismo tiempo, luchar por liberarse de la opresión del marido agresivo y egoísta que vulnera violentamente su propio libre albedrío. Si el agresor sufre al perder a su víctima no es porque la víctima le esté haciendo daño, sino porque no quiere renunciar a su egoísta deseo de doblegar por la fuerza la voluntad de otro ser.
Antes has dicho que no hay que sobreesforzarse en complacer a los demás. Esto parece una contradicción porque ¿acaso cuando quieres a una persona no intentas complacerla en todo para que se sienta feliz?
Es un gran error creer que a una persona se la quiere más cuanto más se la complace, y es la gran trampa en la que cae mucha gente bienintencionada. A una persona a la que se quiere hay que intentar ayudarla, comprenderla y respetarla, antes que complacerla. Es importante saber la diferencia entre complacer y ayudar, porque puede ocurrir que cuando complaces a alguien, en vez de ayudarle, le estés perjudicando, si lo que complaces es su egoísmo. Y te perjudicas a ti mismo si cuando complaces sometes tu voluntad al egoísmo de otra persona, perdiendo tu libertad.
¿Y cómo distinguir entre ayudar y complacer?
Cuando una persona se carga sobre las espaldas las pruebas o circunstancias que le corresponde superar a otra, se le complace y no se le ayuda, ya que impides que se ponga a prueba en sus capacidades, contribuyendo a su estancamiento espiritual. La auténtica ayuda consistiría en apoyar y alentar a la persona para que resuelva ella misma sus pruebas o circunstancias, y así pueda avanzar.
¿Me puedes poner un ejemplo que aclare la diferencia entre ayudar y complacer?
Sí. Imagina dos niños de la misma clase a los que el profesor manda deberes escolares para casa. Para ambos niños resultan un tedio los deberes porque prefieren pasar todo el tiempo jugando, e intentan eludirlos. Imagina que el padre del primer niño, para evitarle el fastidio al hijo y que éste no se enfrente a la tesitura de llevar los deberes al colegio sin hacer, decide realizarlos él mismo en lugar de su hijo, mientras éste sigue jugando tranquilamente. El segundo padre opta por sentarse con su hijo y ayudarle a que sea el mismo niño el que los realice, aunque eso signifique que éste deje sus juegos durante un rato. El primer padre es el que complace, porque realiza las tareas que el hijo considera tediosas, pero no ayuda, ya que los deberes de casa son una circunstancia que corresponde pasar a su hijo, y que es necesaria para su aprendizaje. Este padre está contribuyendo a que su hijo se vuelva perezoso, dependiente y caprichoso, y que para cualquier circunstancia busque que sean los demás los que le resuelvan sus problemas. El segundo padre no complace, porque se expone con su actitud a un posible ataque de cólera del hijo que no quiere interrumpir su juego, pero sí le ayuda, ya que contribuye a que el niño aprenda y asuma sus responsabilidades.
¿Entonces está mal complacer a una persona querida?
No siempre. Sólo si cuando complaces lo haces a costa de perder tu libertad y/o contribuyes a que la otra persona se estanque espiritualmente, cuando le substituyes en pruebas que le corresponde a ella superar.
Volviendo al tema del orgullo, ¿qué avances ha logrado el espíritu después de superar la etapa del orgullo?
El espíritu se siente más seguro y consciente de sus sentimientos, y de que debe vivir conforme siente para ser feliz. Tiene menos miedo a mostrarse tal y conforme es. Por ello, es más abierto, más alegre, más espontáneo, más libre, con menos barreras hacia los sentimientos. Se encierra menos en sí mismo. Encaja mejor la ingratitud. Es más comprensivo con los demás. Se le despierta menos el rencor y la rabia porque se sobreesfuerza menos en complacer, es decir, se deja absorber menos y no permite que le esclavicen fácilmente. Espera menos a cambio del amor que da. Está más abierto a percibir el amor de los demás hacia él, y más abierto a dar el amor que lleva dentro a los demás. La afectan menos las circunstancias negativas y aprecia mejor y disfruta de las positivas.
¿Qué es lo que marca entonces la transición entre la etapa del orgullo y la siguiente de la soberbia para considerarlo como dos etapas distintas?
El orgulloso es capaz de dar y recibir amor pero se reprime de ambas cosas por temor a sufrir y para ello crea una coraza antisentimientos a su alrededor. Esa coraza antisentimientos es el orgullo. La eliminación casi completa de esa coraza marca la transición a la etapa siguiente.
Bueno, parece que estemos llegando al final del camino hacia el amor incondicional, ¿no?
Todavía no. Que el espíritu se haya liberado bastante de sus represiones, de sus miedos, que encaje mejor ciertas actitudes negativas, como la ingratitud, no significa que lo tenga completamente superado. El espíritu que ha superado el orgullo todavía ha de superar una forma de egoísmo más sutil, un orgullo avanzado: la soberbia.
Continuará...
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Autor: Vicent Guillem
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