Bueno, pasemos al tercer mandamiento, que es “Santificarás las fiestas”.
Este es un mandamiento que también ha sufrido alteraciones, porque en el texto del Deuteronomio dice: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra. Mas el séptimo día es reposo”. El sentido de este mandamiento era proveer al trabajador del merecido descanso, reconocerle este derecho frente al abuso del poderoso. Ten en cuenta que era una época en la que era frecuente la esclavitud y que los poderosos tenían tendencia a explotar sus trabajadores, libres o esclavos, sin permitirles descanso. Por eso se especifica que el descaso es para todos, incluidos los siervos y los animales de carga. Era una manera de intentar poner un freno a todos estos abusos. Es una manera de decir: “guardarás días festivos para descansar del trabajo, uno a la semana como mínimo”. La Iglesia también ha querido aportar su granito de arena, modificando este mandamiento a su conveniencia. Lo que inicialmente era el respeto a los días de descanso se transformó convenientemente para dar énfasis a la celebración de rituales en honor a Jesús, la Virgen o los santos. El sentido común nos dice que algunas celebraciones son imposibles que coincidan con lo que supuestamente se celebra, porque si nos atenemos a las fechas del calendario, la concepción de Jesús se celebra a primeros de diciembre, mientras que el nacimiento de Jesús se celebra a finales del mismo mes. Si las fechas fueran reales querría decir que la gestación de Jesús fue totalmente anormal. O duró menos de un mes o más de un año, lo cual no tiene ninguna lógica. Esto también es una asimilación de los ritos del Imperio Romano anteriores a Constantino, puesto que las festividades de los santos, incluso el nacimiento de Jesús, coinciden con celebraciones en esas mismas fechas de fiestas paganas anteriores, como son los solsticios de primavera, verano o invierno, que fueron reconvertidas en celebraciones cristianas (San José, San Juan y natividad de Jesús).
Pasemos a analizar el cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre. ¿Qué tienes que decirme de este?
Este mandamiento tenía el objetivo de proteger a los ancianos. Tened en cuenta que en aquella época no había sistemas de cobertura de seguridad social ni jubilación que protegieran a los ancianos. Los gobiernos nada hacían para proteger a los desposeídos y débiles, y por tanto tampoco había protección para los ancianos. Su única opción de protección estaba en la familia, es decir, que los hijos, una vez adultos, se hicieran cargo de la manutención de los ancianos, que ya no estaban en disposición de poder valerse por sí mismos. Pero este mandamiento también ha sido pervertido en su significado puesto que el ser humano ha transformado algo que era positivo, que era el respeto y el cuidado de los progenitores, en la obligación de los hijos de someterse a la voluntad de los padres. Bajo el paraguas de este mandamiento se ha dado a los padres el derecho de propiedad de los hijos, y mucha gente sin escrúpulos ha tiranizado a sus hijos, convirtiéndolos en esclavos, controlando y dominando sus vidas, doblegando la voluntad de los hijos a base de maltratos, humillaciones o manipulaciones, vulnerando su libre albedrío desde su más tierna infancia, como cuando se les concertaba los matrimonios a los hijos en contra de su voluntad, y así les condenaban a una vida de infelicidad. Se creyeron con derecho divino a hacerlo. Por eso ocurre que en las sociedades fuertemente religiosas es donde se manifiesta con mayor intensidad el dominio que ejercen los padres sobre la vida de los hijos, y no es de extrañar que muchas veces los hijos, cuando se hacen mayores y se encuentran con fuerzas para romper sus cadenas, no quieran saber nada de sus padres. Es entonces cuando éstos se quejan lastimeramente de que sus hijos les han abandonado y dicen “¡Con todo lo que yo he hecho por ellos... y mira como me lo pagan!”, cuando en realidad sólo están cosechando los frutos de su mala siembra. Por eso yo os digo que no sólo se ha de “honrar al padre y a la madre”, sino que la comprensión, el respeto y el cariño se ha de extender a toda la familia, abuelos, padres, madres, hermanos, hijos, o nietos, sobre todo a los niños, por ser los más débiles. Los hijos cuando son pequeños son los más vulnerables e indefensos, y por ello deben ser tratados con mayor compresión, cariño y respeto. Jamás se debe pegar ni humillar a los niños. Ya hemos hablado del amor a los niños con profundidad anteriormente, porque es muy importante. Por tanto, entended este mandamiento en un sentido más amplio, mostrad cariño, respeto y comprensión a todos vuestros allegados con los que compartís vuestra vida, especialmente con los más vulnerables, que son los niños.
Hablemos ahora del quinto mandamiento, que es “No matarás”.
Este mandamiento no puede ser más claro. Este mandamiento se conserva tal cual fue dado, por el mundo espiritual. No hay lugar para las interpretaciones. No matar es no matar, no quitar la vida. Sabemos que el espíritu es inmortal y, afortunadamente, nada de lo que pueda hacer el ser humano va a acabar con esa vida inmortal. Lo único que podemos hacer es interrumpir una vida física. Pero la vida física es uno de los dones que el mundo espiritual concede al espíritu. La vida física es la etapa en la que el espíritu se pone a prueba en aquello que ha aprendido en el mundo espiritual. Al espíritu le es necesaria la vida física para evolucionar tanto como al cuerpo el aire que respira para vivir. De ahí que exista un instinto, el de supervivencia, que programa a los seres vivos para que conserven su vida y la de su prole aun antes de que sean conscientes de su propia existencia. Al quitar la vida se está acabando con la oportunidad de evolución de un ser y esto es algo muy negativo desde el punto de vista espiritual. Por eso, mientras no se respete este sencillo pero fundamental mandamiento no puede considerarse la humanidad terrestre suficientemente preparada para dar el salto evolutivo al que aspira.
Bueno, creo que no hay código penal en el mundo que no condene el asesinato.
Cierto. Pero parece que el ser humano hace distinciones entre unas muertes y otras. Algunas vidas le parecen más importantes que otras y legitima el asesinato en muchos casos.
¿A qué te refieres?
Si un hombre mata a otros en época de paz, es un asesino en serie y seguramente la justicia lo condenará. Si ese mismo hombre mata a otros, en época de guerra, y éstos están en el bando enemigo, entonces es un héroe de guerra y su gobierno le dará una medalla. Pero si ese mismo hombre deserta del ejercito porque no quiere matar a esos hombres entonces su gobierno lo captura y lo condena como traidor, y lo puede llegar a ejecutar. Si un hombre hace explotar una bomba que mata a miles de personas en época de paz, entonces es un terrorista, es perseguido como tal y condenado si es capturado. Si un mandatario ordena al ejército de su país un ataque con bombas sobre un país enemigo y mueren miles de personas, está cumpliendo con su deber; y a los asesinados, si son militares, se les llama “bajas” y si son civiles, “daños colaterales”. Si ese país gana la guerra, a este mandatario lo recordarán como un héroe y la historia lo recordará con honores. Las calles y las escuelas de su país llevarán su nombre escrito. En muchas naciones del mundo existe la pena de muerte en el código penal según para qué delitos, y se aplica para “hacer justicia”.
La conclusión de todo esto es que vosotros aplicáis el mandamiento de “no matarás” con una añadidura, que es como la letra pequeña de los contratos abusivos: “No matarás... a quién no lo merezca. Pero si se lo merece, entonces está bien hecho”. Ahora sólo falta encontrar una buena excusa para que el que va a ser asesinado se lo merezca, porque todo el mundo que mata u ordena matar cree que tiene motivos para hacerlo.
¿Qué opinión tienes de las guerras?
Los asesinatos y matanzas colectivas que llamáis guerras son unos de los delitos más graves desde el punto de vista espiritual. No sólo es porque se sesga la vida física de innumerables seres, sino también por la destrucción y sufrimiento que generan para los supervivientes. Por eso os digo que también es un consejo espiritual muy importante el no promover la guerra. Los responsables máximos de las guerras tendrán que hacer frente a duras y prolongadas expiaciones hasta reparar todo el daño que hicieron.
Pero muchas veces el que va a la guerra no llega a ser consciente del daño que está haciendo, sino que va convencido de que está haciendo algo bueno, como defender a la patria, sus ideales o su creencia religiosa. Se engaña o es engañado. No hay nada que justifique el asesinato de seres humanos, ni patrias, ni religiones, ni ideologías. Por tanto, no existe la Guerra Santa. Es una invención del ser humano el querer meter a Dios por medio para justificar sus ansias de poder y riqueza, y convencer a otros para que por medio del fanatismo accedan a convertirse en los verdugos de sus hermanos. No promoverás la guerra ni participarás en ella, pues no hay nada que lo justifique.
Me gustaría también que me dieras tu opinión sobre la pena de muerte, ya que en muchos países de la Tierra se considera una forma de castigo justa para los delitos más graves.
La pena de muerte, venga de donde venga, sea cual fuere el motivo, es algo infame, atroz, horrible, repulsivo y repugnante desde el punto de vista espiritual. Con qué profunda tristeza contemplamos que precisamente los estados que presumen de ser los más religiosos y creyentes en Dios son los que con mayor asiduidad aplican la pena de muerte como castigo para los criminales ¿En qué se es mejor que un asesino si los representantes de la justicia se igualan al condenado cuando ejecutan un castigo igual al de la falta cometida? En algunos países todavía más crueles, incluso se aplica la pena de muerte para faltas menores, incluso a pesar de que algunas de ellas no son punibles desde el punto de vista espiritual, como cuando se ejecuta a mujeres que han sido infieles al marido, a pesar de que la mayoría han sido obligadas a casarse con alguien al que no amaban.
Tres religiones monoteístas, miles de millones de personas de cientos de países reconocen como divinos unos mandamientos entre los cuales está el de “no matarás”. ¿Pero cuántos realmente lo respetan en la práctica? ¿Si parece que los que se consideran más creyentes en Dios son los que menos lo respetan? Ocurre frecuentemente que existen personas que se consideran a sí mismas fervorosamente religiosas, que cumplen todos los ritos y normas de su religión y que se escandalizan de los que no las cumplen, pero son a la vez las más insensibles y despiadados, pues no tienen el menor respeto por la vida y el sufrimiento de los demás, ya que apoyan la pena de muerte o alientan a sus hijos a alistarse en los ejércitos para exterminar en la guerra a sus hermanos de otro país, convencidos firmemente de que es Dios el que les bendice.
Todo aquel que quiera considerarse auténtico creyente en Dios ha de estar totalmente en contra de este horrendo crimen disfrazado como acto de justicia, y ha de saber que no es Dios quien le alienta en su creencia de que la pena de muerte es algo justo, sino que ésta se alimenta del fanatismo de los que quieren hacer de su propio egoísmo un dios a su imagen y semejanza.
¿Cuál es el destino de los encarnados que cometieron asesinatos, o que fueron los responsables de la muerte de alguien o de mucha gente, una vez fallecen?
Suelen quedar retenidos en determinadas zonas del plano astral inferior, denominado comúnmente por algunos espíritus como El Abismo. Permanecen allí durante un tiempo más o menos prolongado, según la carga de los crímenes que cometieron sea mayor o menor, junto con otros seres que cometieron crímenes semejantes al suyo. En estos lugares reviven una y otra vez escenas de los crímenes que cometieron, percibiendo en este caso como si fuera suyo el mismo sufrimiento que vivieron sus víctimas, lo cual les hace sufrir enormemente. Estos seres se atormentan entre ellos y pueden ser atormentados por las víctimas desencarnadas poco
avanzadas que conserven deseos de venganza. Cuando muestran signos de toma de conciencia de lo que han hecho y de arrepentimiento son rescatados del Abismo por espíritus más avanzados que los trasladan a centros de socorro donde les atienden en su recuperación, y les preparan para la rectificación de sus crímenes, que empieza en el plano espiritual, por ejemplo atendiendo al rescate de aquellos que estuvieron en su misma situación y, una vez llegado el momento, continúa cuando vuelven a encarnar en el plano físico con vidas dedicadas a la reparación del daño que hicieron.
Extracto del libro “La ley del amor” - Las Leyes Espirituales II de Vicent Guillem