Cuando mi padre me dijo "En la vida yo triunfé porque aprendí a fracasar", tuve dificultad en comprenderlo, creyendo que me hacía una apología del fracaso. Me di cuenta, algunos años más tarde, de lo que en verdad quiso decirme cuando leí en una entrevista del mayor fabricante de aviones de Francia Marcel Dassault: "Antes de llegar a ser multimillonario, me arruiné tres veces"…
A partir de entonces me dije: "Fracasar es sólo cambiar de camino" y también "Todo fracaso es una oportunidad", la oportunidad de conocerse mejor a sí mismo, vencer el orgullo, tomar a la derrota como un desafío, desarrollar fuerzas que teníamos reprimidas, darnos una meta que nos corresponde mejor, aceptar que no somos perfectos como los dioses, sino excelentes, es decir , seres capaces de hacer lo que hacen lo mejor que pueden, aceptando sus errores.
Volviendo a mi padre: fue un hombre competitivo, aplastante, imbuido de su rol de padre todopoderoso, incapaz de aceptar que su pequeño hijo podría enseñarle algo o ser mejor que él en algo. En cualquier actividad que hiciéramos juntos, deportes, juegos, conversaciones, él tenía que ganar… Fue un aprendizaje rudo que me enseñó lo que nunca debía hacer con mis propios hijos. Con ellos organicé un juego inspirado en el Sumo japonés: dibujábamos un círculo en el suelo y dentro de él luchábamos para ver quién expulsaba al otro de ese sitio. Con gran disimulo, muchas veces dejé que me ganaran, sin que se dieran cuenta que me dejaba ganar. Así borré de sus mentes que el padre, y luego los jefes o los políticos dictadores, son monolitos estables como montañas, imposibles de ser expulsados de nuestra vida.
Constatando que la raíz inconsciente de toda depresión es la impotencia de derrumbar a quien nos oprime, inventé un deporte liberador al que, por humor, bauticé con un nombre estilo japonés: "Ukemi-do", el arte de caer.
Las artes marciales son artes mortales acompañados de la sílaba "do", vía, sabiduría, filosofía: Aiki-do, Karate-do, Ju-do, Ken-do, etc. Es un vieja tradición que exalta el triunfo sobre un adversario, la competición. Perder una discusión, un combate, un juego, deprime.Y nuestra sociedad capitalista, tarde o temprano, nos sumerge en el miedo de perder. Me dije: ¿Cómo puedo sanar la depresión?. Un deprimido es una persona herida psicológicamente, que atormentada por el fracaso, (toda su vida recibió órdenes de hacer lo que no quería, y de no hacer lo que quería), va a escabullirse por una serie de desvíos defensivos para no enfrentar las causas de su sufrimiento. En lugar de entregarse a la crisis, (oportunidad de morir y renacer), va a resistir con desesperación… Tuve entonces la idea de crear el Ukemi-do, deporte de aprender a caer.
Cuando se aprende a caer, automáticamente se aprende a levantarse. Nos dejamos caer, es decir simbólicamente nos entregamos al sufrimiento, lo contrario de la depresión, que es el resultado de no abandonarse a la toma de conciencia: permanecemos con el ego artificial que nos embutieron desde que nacimos, cargando a todo el clan familiar sobre la espalda, y a la sociedad con sus prejuicios sexuales, sus trampas económicas, su política corrompida, su lucha contra los otros, su culto al egoísmo. En el Ukemi-do no luchamos. Relajando nuestro cuerpo, nos dejamos caer con toda confianza, tal como lo hacen los niños o los borrachos.
Una vez que tomas gusto a dejarte caer, puedes comenzar a caer en pareja, de preferencia con un ser que amas. Caer juntos, adaptándose, es una excelente terapia para las parejas en crisis. Cesamos de discutir, colaboramos para caer sin hacernos daño, olvidamos los problemas de ego, nos lanzamos al vacío juntos, descubrimos la complicidad. Realizado esto se puede entonces caer en grupos. Muchos amig@s abrazados obtienen un tremendo gozo cayendo en pelotón al suelo. Si es posible, este grupo puede ser formado por la familia: abuelos, padres, tíos, hermanos, niños, ¡plaf! cayendo todos juntos, un placer paradisíaco.
Cuando ya pierdes el miedo, la absurda dignidad, y aprendes a dejarte caer sin ofrecer resistencias, puedes hacerlo llevando en las manos una copa de cristal fino, o un objeto frágil y precioso, teniendo la alegría de ser capaz de no quebrarlo. Las madres pueden aprender a caer con su bebé.
A una persona deprimida, si le das una tarea preciosa, una finalidad importante, puede aliviarse. A una señora que se sentía por completo separada del mundo, le propuse que se disfrazara de payaso y fuera a divertir niños cancerosos a un hospital. Podemos aplicar el Ukemi-do a la sociedad en que vivimos. Una sociedad que tiene que aprender a caer porque siendo masculinista, su ideal es ser como un falo que siempre debe estar erguido. Todo el mundo está adiestrado a competir, a no caer incluso frente a sí mismo. Le tememos al fracaso. Y le tememos al triunfo porque este se obtiene aprendiendo a fracasar… De caída en caída, de fracaso en fracaso, nos hacemos fuertes y entonces triunfamos. El triunfo mayor es triunfar de la muerte, creándonos una conciencia inmortal.
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