Casi todos nosotros tenemos tendencia a meternos en los asuntos ajenos: chismes de nuestros vecinos, compañeros de trabajo, política, religión, etc. Nos preocupamos por los problemas de otras personas; nos molestan cosas que hacen otros; cuestionamos decisiones que toman otras personas… pero, de fondo, nos hace algún bien?
En suma, creamos una buena dosis de malestar emocional interno que no nos hace ningún bien en absoluto (ni tampoco, normalmente, se hace a los demás). Creamos sufrimiento donde no hay necesidad, no respetando la diferencia entre lo que es asunto nuestro, lo que es asunto de otros y lo que casi siempre está fuera de nuestro control.
En suma, creamos una buena dosis de malestar emocional interno que no nos hace ningún bien en absoluto (ni tampoco, normalmente, se hace a los demás). Creamos sufrimiento donde no hay necesidad, no respetando la diferencia entre lo que es asunto nuestro, lo que es asunto de otros y lo que casi siempre está fuera de nuestro control.
Lo importante es acallar esos pensamientos molestos que la mente genera de forma habitual pues únicamente nos desgastan. Hay 3 tipos de juicios que se emiten en la vida que normalmente, los podemos resumir como: discriminar entre "mis asuntos", "tus asuntos" y "los asuntos de Dios". Es una verdadera liberación darnos cuenta de que nuestra misión en la vida no es hacernos responsables de otras personas ni de su vida. A menos que esos juicios influyan en nuestra propia vida, habitualmente no es nuestra responsabilidad juzgar las decisiones que otras personas toman ni aplicar en su vida la palabra "debería" o "no debería".
Además, debemos recordar que, los pensamientos y palabras son decretos e influimos con nuestra boca o pensamiento las decisiones de los demás según nuestra realidad, la cual NO es la realidad de las demás personas. Por ejemplo: "Juan no tendría que haber terminado con Ana", "María no debió haber dejado ese excelente empleo", "Pedro debería tocar otro tipo de música más agradable", y es un cuento de nunca acabar.
No hay nada más molesto que otros juzguen nuestros propios actos y decisiones. Odiamos que la gente nos juzgue, como si calificar nuestro propio mundo fuera asunto de ellos. Entonces, por lógica, lo mejor es que también nosotros NO juzguemos a los demás. Nos consume mucha energía y tiempo inestimable, además de que no llegamos a nada. Sólo en situaciones como tomar decisiones sobre nuestra comunidad, o votar (en especial ahora en México) o defender lo que creemos justo política, social y económicamente. Ya es tiempo de meternos en los asuntos de los demás, con ello, dispondremos de mucho más tiempo libre para disfrutar del momento presente con las emociones en paz, los sentidos aguzados y la moral alta.
Por último, lo mismo ocurre con acontecimientos sociales, planetarios, entre países y demás, los cuales podríamos decir que son "actos de Dios". Muchas veces invertimos tiempo mental en pensar sobre la enfermedad en Latinoamérica, guerra en Medio Oriente, hambre en África, la crisis de E.E.U.U., la degradación del medio ambiente, etc. Si tenemos la intención de meternos activamente para hacer algo con respecto a estos y otros ejemplos, o de defender nuestro punto para tomar una decisión dentro de nuestra comunidad, es válido. En caso contrario, estamos malgastando un tiempo valioso condenando todo lo que nos rodea y centrando nuestra atención en asuntos que no resolveremos y que nos aleja de nosotros mismos.
Además, debemos recordar que, los pensamientos y palabras son decretos e influimos con nuestra boca o pensamiento las decisiones de los demás según nuestra realidad, la cual NO es la realidad de las demás personas. Por ejemplo: "Juan no tendría que haber terminado con Ana", "María no debió haber dejado ese excelente empleo", "Pedro debería tocar otro tipo de música más agradable", y es un cuento de nunca acabar.
No hay nada más molesto que otros juzguen nuestros propios actos y decisiones. Odiamos que la gente nos juzgue, como si calificar nuestro propio mundo fuera asunto de ellos. Entonces, por lógica, lo mejor es que también nosotros NO juzguemos a los demás. Nos consume mucha energía y tiempo inestimable, además de que no llegamos a nada. Sólo en situaciones como tomar decisiones sobre nuestra comunidad, o votar (en especial ahora en México) o defender lo que creemos justo política, social y económicamente. Ya es tiempo de meternos en los asuntos de los demás, con ello, dispondremos de mucho más tiempo libre para disfrutar del momento presente con las emociones en paz, los sentidos aguzados y la moral alta.
Por último, lo mismo ocurre con acontecimientos sociales, planetarios, entre países y demás, los cuales podríamos decir que son "actos de Dios". Muchas veces invertimos tiempo mental en pensar sobre la enfermedad en Latinoamérica, guerra en Medio Oriente, hambre en África, la crisis de E.E.U.U., la degradación del medio ambiente, etc. Si tenemos la intención de meternos activamente para hacer algo con respecto a estos y otros ejemplos, o de defender nuestro punto para tomar una decisión dentro de nuestra comunidad, es válido. En caso contrario, estamos malgastando un tiempo valioso condenando todo lo que nos rodea y centrando nuestra atención en asuntos que no resolveremos y que nos aleja de nosotros mismos.
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(Inspirado en el Libro Una Mente Serena, de John Selby, pág. 75)