Una fábula brasileña cuenta que en un paraje asolado por una gran sequía, un grupo de sapos habían quedado en el lecho seco de un río cocinándose al sol y quejándose por su mala suerte.
Uno de ellos, el sapo "fofoqueiro" (chismoso, en portugués), comenzó a saltar hasta llegar arriba de un montecito.
Al ver lo que había del otro lado se restregó los ojos. No lo podía creer. Un gran pozo lleno de agua fresca. Ahí nomas, empezó a llamar a sus compañeros a los gritos: ¡Vengan rápido! ¡Corran! ¡Ya no nos vamos a morir de sed!.
Al ver lo que había del otro lado se restregó los ojos. No lo podía creer. Un gran pozo lleno de agua fresca. Ahí nomas, empezó a llamar a sus compañeros a los gritos: ¡Vengan rápido! ¡Corran! ¡Ya no nos vamos a morir de sed!.
Los otros sapos saltaron con las ultimas fuerzas, hasta cruzar el monte y zambullirse al agua. Pero eran tan glotones que en poco tiempo se la terminaron y quedaron peor que antes: hinchados y en el fondo del pozo, sin poder moverse.
El sapo "fofoqueiro", arriba del monte, miraba como sus hermanos sufrían abajo y empezó a gritar y a saltar, abriendo los ojos enormes y moviendo los brazos con fuerza: ¡No van a poder salir! ¡Aunque quieran no van a poder... ¡Se van a secar ahí abajo!.
Los sapos, pesados como estaban, trataron de saltar, ante los gritos amenazantes. Pero tan desesperados estaban que solo conseguían molestarse entre ellos.
El sapo "fofoqueiro" les gritaba y los amenazaba con la muerte y mas sapos se morían, asustados, cumpliendo la "profecía" del "fofoqueiro".
De pronto, un sapito del montón empezó a mirar con entusiasmo los gestos y a hacer esfuerzos por saltar cada vez mas alto.
El "fofoqueiro" lo trataba de desanimar. Pero el sapito, mirándolo fijo, saltaba cada vez mas alto a medida que el otro le decía frases mas terribles y movía los brazos con mas exageración. En uno de esos intentos, el sapito alcanzó al "fofoqueiro", y lo miro sonriente. Asombrado por esa fuerza de voluntad, el "fofoqueiro" le preguntó cómo había hecho. Pero el sapito no le contestaba... porque era sordo.
Había interpretado los gestos al revés: el sapito se entusiasmaba pensando que el "fofoqueiro" le quería dar ánimos. Y por eso termino salvándose.
Donde todos veían amenazas, el había visto un estimulo, y eso le permitió enfrentar una situación difícil sin desesperación, con buen ánimo.
Esta es la moraleja: hay veces en que todo indica que las cosas van a salir mal. Las noticias en los diarios, los comentarios en la familia, en la comunidad. Y las cosas terminan saliendo mal porque nos dejamos vencer. Pero también suele ocurrir que en el medio de la crisis, alguien deja atrás al miedo, desoye lo que todos le dicen y se anima, consiguiendo lo que se propone. Si bien parece muchas veces que la realidad no nos deja alternativa, en no pocos casos depende de nosotros mismos terminar como los sapos en el fondo del pozo, o animarnos a pegar el salto.
Y recordando a Gandhi, este decía:
"El hombre se convierte muchas veces en lo que cree que es. Si me repito una y otra vez que no puedo hacer algo, es muy probable que termine siendo incapaz de hacerlo. Y por el contrario, si tengo el convencimiento de que puedo hacerlo, seguramente obtendré la capacidad de hacerlo, incluso aunque no lo logre al principio".
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