El tercer
acuerdo consiste en no hacer suposiciones. Tendemos a hacer suposiciones sobre
todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto.
Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o
piensan -nos lo tomamos personalmente – y después, los culpamos y reaccionamos
enviando veneno emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual
siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Hacemos una
suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos
haciendo un gran drama de nada.
Toda la
tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus raíces en las
suposiciones que hiciste y en las cosas que te tomaste personalmente. Concédete
un momento para considerar la verdad de esta afirmación. Toda la cuestión del
dominio entre los seres humanos gira alrededor de las suposiciones y el tomarse
las cosas personalmente. Todo nuestro sueño del infierno se basa en ello.
Producimos
mucho veneno emocional haciendo suposiciones y tomándonoslas personalmente,
porque por lo general, empezamos a chismorrear a partir de nuestras
suposiciones. Recuerda que chismorrear es nuestra forma de comunicarnos y
enviarnos veneno los unos a los otros en el sueño del infierno. Como tenemos
miedo de pedir una aclaración, hacemos suposiciones y creemos que son ciertas;
después, las defendemos e intentamos que sea otro el que no tenga razón.
Siempre es mejor preguntar que hacer una suposición, porque las suposiciones
crean sufrimiento.
El gran
mitote de la mente humana crea un enorme caos que nos lleva a interpretar y
entender mal todas las cosas. Sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que
queremos oír. No percibimos las cosas tal como son. Tenemos la costumbre de
soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las cosas en
nuestra imaginación. Como no entendemos algo, hacemos una suposición sobre su
significado y cuando la verdad aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y
descubrimos que no era en absoluto lo que nosotros creíamos.
Un
ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona que te gusta. Se vuelve hacia
ti, te sonríe y después se aleja. Sólo con esta experiencia puedes hacer muchas
suposiciones. Con ellas es posible crear toda una fantasía. Y tú verdaderamente
quieres creerte la fantasía y convertirla en realidad. Empiezas a crear un
sueño completo a partir de tus suposiciones y puede que te lo creas: «Realmente
le gusto mucho». A partir de esto, en tu mente empieza una relación entera.
Quizás, en tu mundo de fantasía, hasta llegues a casarte con esa persona. Pero
la fantasía está en tu mente, en tu sueño personal.
Hacer
suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse problemas. A menudo,
suponemos que nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es necesario que le
digamos lo que queremos. Suponemos que hará lo que queremos porque nos conoce
muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer, nos sentimos realmente
heridos y decimos: «Deberías haberlo sabido».
Otro
ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el matrimonio de la misma
manera que tú. Después, al vivir juntos, descubres que no es así. Esto crea
muchos conflictos; sin embargo, no intentas clarificar tus sentimientos sobre
el matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer está furiosa y el
marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer hizo una suposición. No le
dice a su marido lo que quiere porque supone que él la conoce tan bien que ya
lo sabe, como si pudiese leer su mente. Se disgusta porque él no satisface sus
expectativas. Hacer suposiciones en las relaciones conduce a muchas disputas,
dificultades y malentendidos con las personas que supuestamente amamos.
En
cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás saben lo que pensamos
y que no es necesario que digamos lo que queremos. Harán lo que queremos porque
nos conocen muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo que creemos que deberían
hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo ha podido hacer eso? Debería
haberlo sabido». Suponemos que la otra persona sabe lo que queremos. Creamos un
drama completo porque hacemos esta suposición y después añadimos otras más
encima de ella.
El
funcionamiento de la mente humana es muy interesante. Necesitamos justificarlo,
explicarlo y comprenderlo todo para sentirnos seguros. Tenemos millones de
preguntas que precisan respuesta porque hay muchas cosas que la mente racional
es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es correcta o no; por sí
sola, bastará para que nos sintamos seguros.
Esta es la
razón por la cual hacemos suposiciones. Si los demás nos dicen algo, hacemos
suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para satisfacer
nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos. Incluso
si oímos algo y no lo entendemos, hacemos suposiciones sobre lo que significa, y
después, creemos en ellas. Hacemos todo tipo de suposiciones porque no tenemos
el valor de preguntar.
La mayoría
de las veces, hacemos nuestras suposiciones con gran rapidez y de una manera
inconsciente, porque hemos establecido acuerdos para comunicarnos de esta
forma. Hemos acordado que hacer preguntas es peligroso y que la gente que nos
ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos. Cuando creemos algo,
suponemos que tenemos razón hasta el punto de llegar a destruir nuestras
relaciones para defender nuestra posición.
Suponemos
que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros. Suponemos que los
demás piensan, sienten, juzgan y maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la
mayor suposición que podemos hacer y es la razón por la cual nos da miedo ser
nosotros mismos ante los demás, porque creemos que nos juzgarán, nos
convertirán en sus víctimas, nos maltratarán y nos culparán como nosotros
mismos lo hacemos. De modo que, incluso antes de que los demás tengan la
oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos rechazado a nosotros mismos.
Así es como funciona la mente humana.
También
hacemos suposiciones sobre nosotros mismos y esto crea muchos conflictos
internos. Por ejemplo, supones que eres capaz de hacer algo y después descubres
que no lo eres. Te sobrestimas o te subestimas a ti mismo porque no te has
tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y contestártelas. Tal vez
necesites más datos sobre una situación en particular. O quizá necesites dejar
de mentirte a ti mismo sobre lo que verdaderamente quieres.
A menudo,
cuando inicias una relación con alguien que te gusta, tienes que justificar por
qué te gusta. Sólo ves lo que quieres ver y niegas que algunos aspectos de esa
persona te disgustan. Te mientes a ti mismo con el único fin de sentir que
tienes razón. Después haces suposiciones y una de ellas es: «Mi amor cambiará a
esta persona». Pero no es verdad. Tu amor no cambiará a nadie. Si las personas
cambian es porque quieren cambiar, no porque tú puedas cambiarlas. Entonces,
ocurre algo entre vosotros dos y te sientes dolido. De pronto, ves lo que no
quisiste ver antes, sólo que ahora está amplificado por tu veneno emocional.
Ahora tienes que justificar tu dolor emocional y echar la culpa de tus
decisiones a los demás. No es necesario que justifiquemos el amor; está
presente o no lo está. El amor verdadero es aceptar a los demás tal como son,
sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos significa que, en realidad,
no nos gustan. Por supuesto, si decides vivir con alguien, si llegas a ese
acuerdo, siempre será mejor que esa persona sea exactamente como tú quieres que
sea. Encuentra a alguien a quien no tengas que cambiar en absoluto. Resulta
mucho más fácil hallar a alguien que ya sea como tú quieres que sea, que
intentar cambiar a una persona. Además, ese alguien debe quererte tal como eres
para no tener que hacerte cambiar en absoluto. Si otras personas piensan que
tienes que cambiar, eso significa que, en realidad, no te aman tal como eres.
¿Y para
qué estar con alguien si tú no eres tal como quiere que seas? Debemos ser
quienes somos, de modo que no tenemos que presentar una falsa imagen. Si me
amas tal como soy, muy bien, tómame. Si no me amas tal como soy, muy bien,
adiós. Búscate a otro. Quizá suene duro, pero este tipo de comunicación
significa que los acuerdos personales que establecemos con los demás son claros
e impecables. Imagínate tan sólo el día en que dejes de suponer cosas de tu
pareja, y a la larga, de cualquier otra persona de tu vida. Tu manera de
comunicarte cambiará completamente y tus relaciones ya no sufrirán más a causa
de conflictos creados por suposiciones equivocadas.
La manera
de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden
claras. Si no comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo
todo lo posible, e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa
situación en particular. Una vez que escuches la respuesta, no tendrás que
hacer suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo,
encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene derecho a
contestarte «sí» o «no», pero tú siempre tendrás derecho a preguntar. Del mismo
modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar
«sí» o «no».
Si no
entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es mejor que preguntes y que
seas claro. El día que dejes de hacer suposiciones, te comunicarás con
habilidad y claridad, libre de veneno emocional. Cuando ya no hagas
suposiciones, tus palabras se volverán impecables.
Con una
comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán, no sólo la que tienes con
tu pareja, sino también todas las demás. No será necesario que hagas
suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto es lo que yo quiero y esto
es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta manera, nuestras palabras se
volverán impecables. Si todos los seres humanos fuésemos capaces de
comunicarnos de esta manera, con la impecabilidad de nuestras palabras, no
habría guerras, ni violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos capaces de
tener una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se resolverían.
Vídeo: No hagas suposiciones
Don Miguel Ruiz - Los cuatro acuerdo