La ofensa como tal No Existe. Sé que es una idea que puede sonar absurda, que de hecho puede generar algo más que una simple incomodidad. Aun así reitero, No Existe, ¿entonces, por qué una persona se ofende?
Esto es difícil de asimilar más aun cuando la información que se tiene al respecto es más bien la de responder el agravio con otro agravio. Las raíces de responder ante la ofensa, es decir devolver mal por mal, existe desde la misma humanidad naciente.
Está en nuestra naturaleza reaccionar, pero se puede escoger reaccionar de un modo u otro y eso también forma parte de nuestra naturaleza. En la parte más baja del espectro está el humano que más se acerca a la conducta animal. Aquí el Humano – Animal reacciona, grita, ataca, no piensa, incluso la persona que piensa, que planea el mal ha oscurecido tanto su esencia como ser humano, que podría ser como que al Lobo Asesino se le diera la facultad del pensamiento, pero sin dejar de ser lobo, en consecuencia si es una máquina asesina sin la razón, con el raciocinio de su lado, sería el aniquilador despiadado perfecto.
La persona que planea el mal, que lo premedita ha caído tan bajo que apenas está a un punto por encima del mundo animal, de quienes nos ufanamos pues supuestamente estamos por encima de ellos. Incluso, un animal no ataca a otro por placer, o por el simple hecho de causarle daño, o de cobrar venganza, o de lograr beneficios propios, la supervivencia los mueve a eso.
Por otro lado en la parte más alta del espectro está el humano pleno pues aunque su facultad de reaccionar sigue intacta ha aprendido a escoger su reacción, en otras palabras, no se violenta. Entiende por ejemplo que la ofensa no está en quien lanza desagravios en contra de su persona, sino en sí mismo, que el dolor, la rabia, la impotencia no están en el agresor sino en la interpretación del evento que le acontece y entonces es él quien decide si ensombrecer ese momento de su vida o no.
Eleanor Rossevelt decía que ”Nadie Puede Ofendernos sin Nuestro Consentimiento” lo que equivale a decir que el sabor amargo de un agravio no lo produce quien actuó con esa intención, sino que es autoinflingido, y aunque parezca absurdo, así es.
Toda vez que sorprenda a alguien o se sorprenda así mismo “ofendido” por algún evento sucedido, con dolor profundo de rabia y hasta un fuerte malestar físico producto de esa ofensa, comprenda que toda esa incomodidad es autoinflingida y ¿Quién acaso en el uso de su raciocinio sano, de su capacidad pensante se haría daño? Apenas nos hacemos conscientes de esto, nos liberamos y la ofensa desaparece.
Hay personas que esto lo comprenden fácilmente, otras por el contrario lo asimilan con el pasar de los años, y sumado a esto, mucho tiempo valioso perdido en el desgaste de la autoflagelación curando heridas que se creían fueron causadas por otro y unos más, lamentablemente nunca lo entenderán.
“Amar al enemigo”, decía Jesucristo. ¿Cómo amar al que nos propicia daño? El enemigo no es el otro, el enemigo es uno mismo, puesto que si realmente nos amáramos, ¿nos haríamos el daño suficiente para quedarnos instalados en varias ocasiones durante meses o más en un evento que aconteció hace mucho?, ¿Seguiríamos persistiendo en una conducta irracional cargando peso muerto masticando un rencor que lo único que hace es envenenar la propia alma? No creo.
Cuando uno se ama, cuando hay amor propio sano no hay daño, dejamos de ser nuestro peor enemigo.
La ofensa no existe, la ofensa es una interpretación personal frente a un hecho, evento o situación que acontece. Es el caso del individuo que reunido con otros que le hablan en una lengua que desconoce, sonríe por cortesía ante un idioma que le es totalmente ajeno. ¿Qué pasaría si los demás le estuvieran ofendiendo?, ¿qué pasaría si en ese lenguaje extraño estas personas estuvieran lanzándole toda clase de improperios y palabras desobligantes?
Asumamos que continúa sonriendo. ¿por qué no reacciona?, ¿Por qué no sabe que lo están ofendiendo? No. Sólo que no interpreta lo que le dicen como una ofensa. ¿Y si le advirtieran que lo están ofendiendo? Básicamente reaccionaría. Y puede hacerlo contra atacando incluso agrediendo físicamente o puede mantener la calma. En el primer caso la ofensa está en él, en el segundo la libertad y señorío están en él. En todo caso ambas fueron reacciones, en una negó su vocación a la realización y en la otra se hizo pleno.
¿Se puede decir entonces que hay que aceptar la ofensa? NO. No porque la ofensa está en el corazón de cada quien y la ofensa como tal es una reacción pobre pero reacción al fin y al cabo.
En cuanto a la persona que genera acciones que buscan amilanar, debilitar, desvirtuar la integridad personal no hay que seguirle el juego. Este es otro aprendizaje. Hay que saber responder y la no respuesta es de hecho, una respuesta.
La lección moral cala en el corazón del ser humano siempre y cuando provenga de otro que se niega a sentirse agredido por la ofensa. Tal era el poder que tenía Jesús, Gandhi, Madre teresa, Buda. Adoctrinaban incluso a sus más acérrimos opositores y los volvían a sus nobles causas. Su respuesta seguida del negarse sentirse ofendidos era la lección moral.
¿En qué momento dar la Lección Moral? Eso depende de la sabiduría personal propia puesto que si se deja envolver en el juego de palabras de quien desea ofender, se pierde la libertad y el señorío. Lo Más frustrante para quien quiere ofender es ver frustrado su objetivo, es decir no lograr la reacción que espera del otro
A diferencia de muchas personas estos individuos escogen su reacción, no se rebajan, no amilanan su dignidad. La dignidad no la protegen de los demás pues es muy claro para ellos que los demás no pueden arrebatársela, la protegen de sí mismos cundo reaccionan pobremente y se asemejan al humano – animal. De allí que vivan la incomprensión de muchos ante su silencio, su No Respuesta.
Aun así, hay momentos en que responden con su palabra, no de hecho, es decir no caen en el juego del ofensor y por eso no agreden ni física ni verbalmente.
Comprenden que la ofensa no es personal, no lo asumen así, a veces la toman con humor, con gracia y cuando responden enseñan, su palabra es como el cuchillo caliente sobre mantequilla, es así porque como ya dije la mayor satisfacción del ofensor es lograr ofender, pero cuando recibe una lección moral aunque contraataque la razón le grita a su alma que está obrando de mala manera, su voz, la voz misma que sale de su propio corazón es lo que lo cuestiona. De allí muchas veces su rabia, producto de su impotencia ante la fuerza de la verdad que no acepta cuestionamientos.
La Lección Moral para que exista debe salir de alguien que se niega a sentirse ofendida, que se niega a entender el agravio como algo personal, de no ser así caería presa de la inconsciencia y compensaría la debilidad del otro, lo que a su vez alimentaría el orgullo vano, el cinismo, la indiferencia, la maledicencia de ese.
Cuando se da la Lección Moral las palabras son contundentes, de difícil réplica, así la contesten, pues cuando hay respuesta por simplemente tener la razón dada la contundencia de la Lección termina cavando el hoyo de la ignorancia del necio que persiste en esa actitud contestataria sin piso ni fundamento.
Pero la expresión máxima de quien da la Lección Moral es que no espera ningún tipo de respuesta a cambio, ni transformación. Sin sentirse poseedor de la verdad pero revestido de la sabiduría que trae el vivir con principios nobles y eternos, deja caer en los oídos del ofensor una reflexión puntual, sin adornos de sermones pero salpicada de sabiduría y queda en las manos del ofensor si la semilla germina o no.
Esto es así porque quien se niega a sentirse ofendido es libre y no depende su realización de si el agresor acepta o no la respuesta que se le de, sea esta el silencio o una Lección Moral de palabra. A la larga, la profunda confrontación queda en quien albergó el deseo de ofender pues estuvo frente a un ser humano libre, que no juega el juego de responder mal por mal, que está por encima de las rabietas, de las palabras fuertes, de acciones de hecho y de vidas a medias.
Estuvo frente a un ser humano libre, que sabe que el dolor de una ofensa, un desagravio, es una respuesta, una reacción y que estas se originan en el propio corazón y siendo esto así, está dentro del rango personal optar, optar si sentirse mal o sentirse bien y ya que se goza de la “opción” se escoge entonces ser libre pues no tiene lógica si está en las manos escoger, decidirse por sentirse mal cuando se puede tomar la opción de ser libre.
Autor: Hector Mora
Desarrollo Humano Empresarial