Parte anterior... El arte de la Serenidad I
Es ocioso aquel que tiene sentido para su ocio.
No son ociosos aquellos cuyos placeres encierran buena parte de
trabajo.
De todos, sólo son ociosos quienes tienen tiempo libre para la
sabiduría, pues no sólo defienden bien su vida: cualquier tiempo lo
añaden al suyo.
La vida de quienes preparan con un gran esfuerzo lo que poseerán con un esfuerzo mayor es desgraciadísima. Con gran trabajo consiguen las cosas que quieren, con ansiedad mantienen las que han conseguido, entretanto no hay ningún cálculo del tiempo, de ese que no va a tornar nunca más.
No esperes hasta que las circunstancias te dejen en libertad,
sino sepárate tú mismo de ellas.
Es enemigo de la serenidad un compañero perturbado y que se
lamenta de todo.
Hay que pensar cuánto más leve sea el dolor de no tener que el de
perder, y comprenderemos que a la pobreza le corresponde un tormento
menor en cuanto es menor la posibilidad de mermar.
Habituémonos a desprendernos de la pompa y a valorar la utilidad
de las cosas, no sus adornos.
En todas partes es un vicio lo que es excesivo.
Da entrada a la razón en las dificultades: pueden ablandarse las
circunstancias duras, dársele amplitud a las estrechas y las graves
oprimir menos a quienes las soportan con elegancia.
No envidiemos a los que están situados por encima de nosotros:
las cosas que parecían más excelsas se derrumbaron.
Quien tema a la muerte, no hará nunca nada por un hombre vivo,
pero quien sepa que este hecho estaba pactado en el mismo momento en
que fue concebido, vivirá según la ley de la naturaleza, y, a su vez,
con la misma fortaleza de espíritu, se mantendrá firme para que
ninguna cosa que le suceda sea inesperada.
Autor: Séneca