Fuera de la Caverna parte 1/2


“Para ser exitoso no tienes que hacer cosas extraordinarias. Haz cosas ordinarias, extraordinariamente bien.” -Jim Rohn  

Si existe una verdadera esclavitud es la ignorancia, ésta nos aprisiona, nos encierra, limita nuestros horizontes y no nos permite alcanzar la verdad. Esto siempre lo he afirmado. Quizá por ello tengo tanto entusiasmo de que todo lo que hacemos en este taller sirva para eliminar la ignorancia que todos tuvimos en determinado momento, sobre todo la ignorancia más delicada: no saber quiénes somos realmente

Desde que estudié mi preparatoria, una de las clases que desde entonces nunca he podido olvidar es la que mi querida maestra de lógica y ética, Angélica, nos enseñó cuando habló del “Mito de la Caverna” de Platón. Desde aquel momento, a mis 16 años de edad, quedé muy impresionado con el relato. Hoy lo quiero analizar brevemente contigo. Me he apoyado mucho en valiosas observaciones del filósofo contemporáneo Martín Hopenhayn, al tiempo que en mis propias reflexiones en los años más recientes de mi vida. El libro VII de La República de Platón comienza con la exposición de este conocido mito de la caverna, que es utilizado como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre respecto al conocimiento y a la educación. Por si no lo recuerdas, aquí te haré un breve resumen: 

“Hay unos hombres encerrados en una caverna. Desde niños yacen encadenados por el cuello y las piernas, de tal forma que sólo pueden ver los objetos que tienen delante, ya que las cadenas les impiden girar la cabeza. Tras ellos hay un fuego cuyo resplandor los alumbra. Entre el fuego y los cautivos se extiende un camino escarpado (subida peligrosa y casi intransitable), a cuyo largo se alza una tapia. A lo largo de ésta se desplazan hombres que llevan todo tipo de objetos representando, en piedra o madera, figuras de hombres y animales de mil formas diversas. Los hombres encadenados no pueden ver más que las sombras de todas estas figuras, tipo títeres, que el fuego proyecta contra la pared de la caverna. De esta manera, los hombres tendrían por real sólo aquello que es un juego de sombras proyectado por el fuego. 

Si alguien, liberado de sus cadenas, voltea la cabeza hacia atrás, se confrontaría con la verdad. Reconocería que lo que daba por real no era más que sombras proyectadas por la luz del fuego. Mirar el fuego le causa dolor y deslumbramiento, y al principio ni siquiera puede distinguir los objetos cuyas sombras veían momentos antes. Y así como la luz del fuego encandilaría sus ojos y le provocaría dolor, mayor sería el impacto si sube por el escarpado sendero hacia fuera de la caverna hasta enfrentarse a la luz del sol. Expuesto a esta luz desconocida, al principio sería más agudo el dolor y más difícil todavía distinguir los objetos. Sólo al final de un proceso de acostumbramiento podría distinguir claramente el perfil de los objetos, y finalmente podría mirar el sol y comprender que es allí donde se origina la posibilidad de que todo lo demás cobre figura y sea visible. Una vez instalado en esa comprensión de las cosas, el hombre consideraría dichoso el cambio respecto de la morada dentro de la caverna, compadeciendo incluso a aquellos que permanecen impasiblemente encadenados en su interior. Este hombre descubre que la felicidad y la belleza está en la verdad, en la esencia de las cosas: ¡fuera de la caverna! Y si este hombre se atreviera a regresar a la caverna motivado en ayudar a sus compañeros a que descubran la luz de la verdad, ahora no podría ver en el interior por estar tan oscuro ahí. Y si al llegar con sus compañeros les invitara a salir para asombrarse con la verdad, sus compañeros le pedirían que primero describiera las cosas que ellos ven con toda claridad allá abajo, mientras que el hombre que regresa a ayudarles le resulta imposible por tanta oscuridad. Los compañeros sin duda querrían matarlo si se atreve a desencadenarlos porque ven lo incapacitado que quedó para ver las sombras, algo tan evidente para ellos, luego de haberse atrevido a salir fuera de la caverna. Ellos no quiere terminar igual de dañado como lo ven ahora a él”. 

¡Qué tal! Fascinante, ¿no crees? Y a mí me parece increíble que algo escrito por Platón hace tantos siglos, sean tan tremendamente actual. Esto le sucede a cualquier persona que se inicia en crecer en su autoestima, en generar una Nueva Conciencia, que se atreve a salir de la caverna. Una vez que te inicias a comprender la verdad de las cosas, uno se empieza a considerar dichoso al tiempo que puede compadecerse amorosamente por aquellos que prefieren seguir viviendo en la oscuridad del interior de la caverna. Y si uno se lanza ayudarles a otros a salir, puede que lo quieran eliminar a uno. 

Esa es la historia de mi vida en más de una ocasión. Pero aún así aquí estoy. Es tan insospechadamente hermoso “darse cuenta” de que hay algo más, es tan divino despertar, que insisto en invitarte a que salgas fuera de la caverna. Los físicos cuánticos hoy han experimentado éxtasis al ver que efectivamente existe un lugar fuera de la caverna, más allá de lo sensible. Haré algunos comentarios más. 

En la alegoría que Platón mostró en su mito de la caverna los símbolos son claros: la caverna es el lugar del mundo sensible (todo aquello que percibimos con nuestros 5 sentidos), las apariencias, las realidades derivadas y por tanto degradadas. Los hombres están encadenados por su ignorancia, que sólo les permite tomar el mundo de los objetos materiales por única y total realidad, desconociendo su origen, su fuente de realidad, su esencia. El conocimiento implica liberarse de esta baja ilusión, pero también advierte que es doloroso: duele acostumbrarse a la luz de la verdad; es escarpado el camino que libera de la ignorancia, y sobre todo, se recorre solo, sin ayuda de nadie salvo inspirado en algún otro que se atrevió a salir y a quien le creemos, pero aun así, el camino debe recorrerse solo. Sin embargo la recompensa justifica todo esfuerzo, donde el camino ascendente lleva a la contemplación de la verdadera realidad: el sol, que simboliza la idea máxima, la idea del Bien Supremo y también de fuente original de todo lo que es. 

Quizá por eso soy un apasionado de la película “The Matrix”, donde se muestra exactamente el mismo fenómeno del mito de la caverna, vivir en un mundo de ilusión y, si se desea, tomar la píldora roja para salir de la ilusión (fuera de la caverna) y descubrir cuál es la verdad matricial y cuántica que está detrás de todo lo que nuestros sentidos perciben. Incluso hay una parte de los diálogos en la película que me encanta para citarla aquí, cuando Neo despierta en Zion y le dice a Morpheos: “...¿Por qué me duelen los ojos?”, a lo que su mentor le responde: “Es que hace mucho que no los abrías”. Es el dolor que uno experimenta cuando decide ver en verdad. Pero lo bueno es que es un dolor pasajero. Seguiré comentando la simbología que encuentro en el mito de la caverna.


Continuará...

Del Taller de Autoestima Volumén 1 de Juan Carlos Fernández